domingo, 26 de junio de 2011

Torreón-Chihuahua. Jueves 9 de junio, 2011


Kilómetros recorridos: 2738.

A Javier Sicilia y la Caravana del Consuelo los están esperando con tambores en Ciudad Camargo, Chihuahua, para saludarlos por muy breves instantes. Son las 22:30 todavía del quinto día de viaje, cuando se realiza un modesto acto público en una placita del pequeño Camargo. Por cuestiones de logística, los caravaneros permanecemos en los autobuses ya que, una vez descendidos, es una lata y una pérdida de tiempo volvernos a subir. Además, la capital del estado más grande nos está esperando también.

En Delicias nos reciben con globos y con las luces intermitentes de una veintena de automoviles prendidas; los del municipio más pequeño de Chihuahua nos estuvieron esperando desde 5 horas antes del paso de la caravana. Un deliciense se sube espontáneamente al autobús 1 para agradecernos por haber llegado hasta su ciudad y, de pasada, contarnos que en Delicias “lo último” son los llamados comandos de limpieza que azotan prácticamente cualquier reunión social, ya sea pública o privada.

En la muy dolida ciudad capital de Chihuahua son las 0100 horas del jueves 9 de junio cuando los mariachis de la plaza principal comienzan a tocarnos la bienvenida. Los chihuahuenses estuvieron apostados desde las 19 horas del miércoles para darnos una recepción de lo más efusiva, con valla y flores para los caravaneros. Y desde luego, también nos aguarda la muy ansiada cena.

Al pie del monumento, los mariachis callan para que comience a hablar el maestro de ceremonia, quien nos da “el parte de guerra” que ha sufrido la entidad. Uno de cada de tres muertos de esta guerra de la avaricia lo pone Chihuahua. Nos informa de lo que solo puede ser conocido por los habitantes de un estado inmenso: los incendios de varias casas y negocios perpetrados por narcotraficantes en la zona serrana conocida como la Alta Babícora; los desaparecidos en la zona del Llano, la masacre de Creel. Y lamenta: las muertas de Juárez y Chihuahua fueron y regresaron a pie hasta y desde la Ciudad de México para exigir justicia, y nadie les hizo caso. “Chihuahua toda es una sola lágrima”, remata el líder indignado.

El evento se tiene que acortar, a mediodía emprenderemos la gran marcha, quizá la más grande que verá el país con el paso de esta caravana, así que hay que ahorrar energías. El que escribe se va a dormir con un obsequio de los chihuahuenses, un clavel rojo incrustado en el pecho del que pende una pequeña cartulina que reza: “A los visitantes de la Marcha por la Paz, con Justicia y Dignidad: que esta revolución no huela pólvora, sino a la fragancia de las flores”. Que así sea.

Hemos pernoctado en un balneario de las afueras –muy afueras- de la ciudad de Chihuahua. La caravana motorizada debe darse prisa pues el contingente local nos espera impaciente en las calles del primer cuadro de la ciudad. Ya rodando, Pietro Ameglio, quien muy seguramente está mejor enterado del humor de los caravaneros en el resto de los autobuses, aprovecha la coyuntura del camino para recalcar su visión sobre el movimiento: “para llegar a Juárez primero necesitamos acciones reales, luego habrá tiempo para la discusión filosófico-política”. Insiste en que no tenemos que estar de acuerdo en todo para seguir caminando juntos. Pietro parece anticipar un cierto divisionismo venidero al interior de la caravana.

Los organizadores del mitin en Chihuahua han sido muy claros en que la marcha es un evento organizado por los chihuahuenses y para los chihuahuenses, los caravaneros somos invitados, así que no encabezaremos la procesión. En el Monumento a la Madre, acomodado sobre la cuchilla que forman las calles Abraham González y Matamoros, la columna manifestante ya debe superar las mil almas. La marcha caminará, no por casualidad, de sur a norte hasta llegar al Palacio de Gobierno.

Las consignas estallan consecutivas en medio del aplastante calor norteño. Para el momento en que hemos alcanzado la entrada del edificio sede del poder ejecutivo local, el lugar mismo donde fue asesinada la activista Marisela Escobedo, la deshidratación ya ha hecho efecto en muchos de los gritones. No así en las víctimas. El templete apenas puede ser observado desde el asfalto por encima de las muchas pancartas de lona blanca y morada que denuncian a las muertas: Judith, 18 años, Norma Angélica, 44, Yanira, 15…

En el micrófono se resalta un hecho histórico: en un país constituido radialmente, donde todas las relaciones económicas y políticas convergen en el centro, es muy destacable que ahora el centro vaya al norte a escuchar y consolar. Entonces el dolor y la rabia son convocados de nueva cuenta. Habla una abogada rarámuri que defiende a los indígenas de su comunidad del despojo de los caciques de la región. Le han matado a su compañera de oficio y con bombas molotov incendiaron su despacho. Yuliana Armendáriz también está hasta la madre. Yuliana es sobreviviente de la masacre de Creel, Chih. (la primera de las masacres de Creel con 13 muertos, ocurrida el 16 de agosto de 2008), donde fueron asesinados un hermano y primo suyos, y no alcanza a comprender cómo, amén de la terrible impunidad, su gente también ha sido objeto del olvido. Aristófanes, otro orador, hace eco de la impotencia de la creelense: “Ojalá que nuestro México se sacudiera la apatía por el dolor ajeno”.

Chihuahua es fuerte y grande, como un señor de Parral, a quien le asesinaron a un hijo afuera de un Wal Mart. El señor es alto y de la tez blanca tan característica de esas latitudes, y su semblante y complexión delatan a un hombre de trabajo. En todo el camino recorrido por la caravana, muy pocos padres de familia como él –Sicilia incluido- han subido al estrado a llorar la pérdida de un hijo. En efecto, Chihuahua es grande como aquel parralense, pero el dolor de Chihuahua es todavía más grande.

Mención aparte merecen también Alicia y su llanto, de la étnia o’dam –o tepehuana para nosotros-, quien tomó el coraje y la fuerza necesarios para clamar en público por lo que nadie en su pueblo aterrorizado se ha atrevido a denunciar: el incendio de 7 pueblos en la zona de El Mezquital, Durango, y sus alrededores, a manos del grupo criminal conocido como Los Zetas. Nada más en el pueblo de El Zapote, según el medio electrónico ABCdiario Digital, los narcotraficantes quemaron 30 casas el 1 de abril pasado. ¡¿Dónde carajos está la autoridad?!

Julián LeBarón se siente como en su casa, pero está avergonzado de verla tan llena de sangre. Julián nos deja perplejos con su acusación sobre el caso de Marisela Escobedo: “Yo acuso a al PRI, al PAN, al PRD y acuso a los demás partidos políticos. Acuso a todas las iglesias y acuso a aquellos que no creen en Dios. ¡YO ACUSO A TODOS LOS AQUÍ PRESENTES! ¡Y ME ACUSO A MÍ MISMO, JULIÁN LEBARÓN! ¡De ser cómplice del homicidio de Marisela! Porque si todos hubiéramos estado con ella, aquí en este palacio, si no la hubiéramos dejado sola, ella no habría sido asesinada…”, “nos hemos dejado solos”.

Javier culmina el evento con la reinstalación de la placa que rememora el asesinato de Marisela Escobedo. “Si el gobernador vuelve a quitar esa placa, yo le digo a él que es un criminal, porque la soberanía reside en el pueblo, y este edificio no es suyo, sino del pueblo; y si la gente quiere que esa placa esté ahí, ahí se quedará”.

Rubí, la hija de Marisela también asesinada, lleva al día de hoy 1021 días esperando justicia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario