lunes, 13 de junio de 2011

Cuernavaca-Cd. de México-Morelia. Sábado 4 de junio, 2011

Kilómetros recorridos: 430.

En número de trece, los camiones de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad se llenan poco a poco de simpatizantes, en la ciudad donde todo el movimiento comenzó: la antigua Cuauhnáhuac. El asesinato de Juan Francisco, hijo del escritor Javier Sicilia, junto con 6 personas más fue la chispa que prendió el polvorín de la indignación en el pueblo cuernavacense y en el resto de la sociedad mexicana. Dos marchas previas a esta caravana (Cuernavaca, 6 de abril y Cd. de México, 5 al 8 de mayo) han concentrado la atención de los medios nacionales e internacionales sobre la figura de un poeta que predica el amor, en oposición a la violencia salvaje que padecemos los mexicanos. La ruta que se ha trazado con esta caravana hacia Ciudad Juárez, el epicentro del dolor, como el propio Sicilia la ha rebautizado, se vislumbra como un tortuoso camino de desgracia, sangre y muerte.

Previo al despegue, y sobre el camellón recién remodelado de la avenida Domingo Diez, un grupo de caravaneros protesta vaciando tintura roja en la primera de las veintitantas fuentes con las que el edil de Cuernavaca, el enano de inventiva Manuel Martínez Garrigós, “recupera” burdamente los espacios públicos de la violentada ciudad de la eterna primavera. La ciudad no está para cambios “estéticos”.

El convoy de camiones parte hacia la capital del país con dos horas de retraso. Alrededor de las 11 de la mañana se da la “patada de salida”, al pie del emblemático Ángel de la Independencia, en Av. Paseo de la Reforma. El templete montado para el discurso y los testimonios iniciales se encuentra dando la espalda a la glorieta por excelencia, la de los festejos del equipo “TRIcolor” de fútbol. Más atrás del Ángel se yerguen soberbios los edificios corporativos del banco HSBC, símbolo del desmedido poder financiero. Imagen reveladora. Jose Martí decía: “el pueblo que quiera ser independiente, que lo sea económicamente”.

Sobre la tarima aparecen las figuras que son el rostro de la caravana: Sicilia, Julián LeBarón, Emilio Álvarez Icaza; la prensa está lista para departir en el festín de los flashes. Los símbolos del movimiento hablan y escuchan, pero es una ciudadana de a pie, originaria del pueblo la de San Miguel Topilejo, la que encuentra las palabras de motivación perfectas. Ante las preguntas insidiosas de sus conocidos y amigos: “¿para qué vas a la marcha?”, “¿para qué te arriesgas?”, ella exclama: “más me arriesgo quedándome callada”. Por su parte, desde el comienzo de este largo viaje, la poesía y la palabra se implantan a sí mismas como el común denominador en todos los actos públicos.

El acto en el DF es muy breve. La caravana parte presurosa hacia el otrora llamado Jardín de la Nueva España: Morelia, la antigua Guayangareo, cuna de José Ma. Morelos, siervo de la nación. Antes, Javier y su el círculo más cercano se desandan camino para ofrecer una conferencia de prensa en Toluca, la capital de la entidad que está por celebrar los comicios electorales más disputados y escandalosos en su historia. Se trata de las elecciones que decidirán si México se convierte en la primera república mediática del planeta. La parada era obligatoria.

Sin saberlo, me encuentro a bordo del autobús número 1. Es el camión de las víctimas de esta guerra nefasta, el camión de los daños colaterales, diría tal vez el infame Felipe Calderón. Ahí conoceré, a medida que la cifra en el odómetro se hace más grande, a Olga Reyes Salazar, de la familia de defensores de derechos humanos de Cd. Juárez, que carga la ignominiosa y pesadísima cifra de seis muertos entre ellos. Ahí está también Tere, vecina del municipio de Benito Juárez -¿coincidencia con los Juárez?- en Quintana Roo, mejor conocido como Cancún, a quien le asesinaron a su hijo de 21 años, en la ciudad de México. Olga y Tere no pueden estar solas, ya no estarán solas.

Rayando las 5 de la tarde nos reciben en la sección 18 del Sindicato Nacional de Trabadores de la Educación, a las afueras de Morelia, lo cual no le cae muy bien a más de un caravanero. Sobra decir que el SNTE es un sindicato que goza de muy mala reputación en amplios sectores de la población, por más que existan, aunque dispersas, secciones de la organización en ciertas partes del país con antecedentes de lucha social. Los caravaneros traemos mucha hambre y muchas ganas de gritar. Las expectativas de los participantes de este esfuerzo ciudadano son muy altas.

Comienzan la movilización. Sobre avenida Madero, en el monumento a Lázaro Cárdenas –una extraña especie de semiobelisco- se concentra el contingente. A través del kilómetro y medio recorrido hacia el primer cuadro de la ciudad, donde en 2008 ocurrió el primer atentado terrorista en esta guerra insana, Javier es apenas la figura que logra captar un poco de atención de los habitantes. Es evidente que la mayoría de los morelianos no sabe de qué se trata esta marcha. Las consignas tampoco hacen mucho eco en los curiosos colgados en los balcones o recargados en los semáforos. La columna manifestante llega con la puesta del sol al pie de la catedral de rosa. Empiezan las arengas.

Javier García, líder de la sección 18 del SNTE ofrece la bienvenida oficial a la caravana ante unos 200 simpatizantes. Algunos lo abuchean, otros increpan a los “agitadores” que no simpatizan con el líder y se hacen de palabras. “[los del SNTE] Son unos huevones, no quieren trabajar”, exclamaría un profesor de educación física. Un sombrerudo osa levantar una pancarta que pide trabajo al Lic. Fausto Vallejo, expresidente municipal de Morelia y ahora candidato a gobernador de Michoacán por el partido de los abusadores, el PRI. Los caravaneros le exigen que no empañe un esfuerzo ciudadano como la caravana con propaganda electorera. El campesino desecha la pancarta.

En la tribuna habla Salvador, de la comunidad purhépecha de Cherán, el pueblo asfixiado por los criminales talamontes que no le perdonan a los dignos que sean dignos, que no perdonan a los hombres nacidos de la Tierra que desean preservar sus bosques y vivir en paz. Salvador es participante de la caravana. Aguerrido, no vacila en denunciar las amenazas, los levantones , los secuestros y, por si fuera poco, el desprecio de las autoridades estatales y federales de que él y su comunidad son presas. Michoacán y su gobierno perredista de pseudoizquierda los han dejado morir solos.

Y aparece la primera víctima espontánea. La señora del anonimato, anónima porque decir su nombre no es ni remotamente tan importante como que el mundo entero sepa su desgracia y le ayude a aliviar su dolor. La señora de Pajuacarán tiene 4 hijos desaparecidos. Los desalmados que se los llevaron en diferentes momentos, la han obligado a morir mil veces en ese múltiple sufrimiento; ella moriría mil veces más con tal de encontrar sus hijos. La señora de Pajuacarán decide ese mismo día unirse a la caravana y denunciar su tragedia en cada plaza que visitaremos; una mínima esperanza se abre ante ella frente a la desesperación que la ha puesto al borde del paroxismo.

A un costado de la catedral de cantera se pueden ver, ajenos al dolor, los jóvenes y niños que con sus familias pasan la tarde. Chapoteando unos en la fuente, echando novio otros sobre las bancas, no parecen muy entusiasmados por lo que se está desatando en el estado natal del presidente de la guerra. Tal vez no saben aún que son parte de “Mi tribu”, el poema de Alberto Blanco que recitó Eduardo Vázquez minutos antes de deshilar el rosario de tragedias sinfín.

Los caravaneros nos asomamos al abismo del infierno…

Mi tribu

De lago en lago,
de bosque en bosque:
¿cuál es mi tribu?
-me pregunto-
¿cuál es mi lugar?

Tal vez pertenezco a la tribu
de los que no tienen tribu;
o a la tribu de las ovejas negras;
o a una tribu cuyos ancestros vienen del futuro:
una tribu que está por llegar.

Pero si he de pertenecer a alguna tribu
-me digo-
que sea a una tribu grande,
que sea una tribu fuerte,
una tribu donde nadie
quede fuera de la tribu,
donde todos,
todo y siempre
tengan su santo lugar.

No hablo de una tribu humana.
No hablo de una tribu planetaria.
No hablo siquiera de una tribu universal.

Hablo de una tribu de la que no se puede hablar.
Una tribu que ha existido siempre
pero cuya existencia está todavía por ser comprobada.

Una tribu que no ha existido nunca
pero cuya existencia
podemos ahora mismo comprobar.

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