miércoles, 16 de junio de 2010

Yo amo al DF (Cartón "Morirse en México" publicado por Helguera en la Jornada)


Crecí, como todos los guayabos de estas calurosas –y ahora balaceadas- tierras morelenses, temiendo la peligrosa e insana Ciudad de México, la tristemente célebre “jungla asfáltica”, cuyos problemas -inseguridad, contaminación, sobrepoblación- invaden periódicamente las “ limpias y ordenadas” provincias mexicanas viajando en los lomos del “éxodo chilango” hasta que un día, ellos, los otros, terminan por cohabitar con nosotros, los ingenuos provincianos. Un excompanero de maletas en Sumiya nos hizo reir alguna vez con un prejuiciado comentario sobre el DF que ilustra con precisión la imagen que muchos guayabos tenemos sobre la capital mexica: “ir a chilangolandia es un pedo: si vas en carro, por más carcacha que éste sea, te da miedo dejarlo donde sea porque te lo vayan a chingar; luego está la pinche contaminación…al mediodia ya te duele la cabeza y te arden los ojos; y tambien la pinche altitud, si padeces de la presión ya te quieres sentir mal….” (jajajajajaja) La verdad es que, en ese entonces, para mi él tenia razon.
Antes de continuar, me gustaría dejar en claro que mi contribución de hoy, después de meses de ausencia, nada tiene que ver con la última novedad detestable de la oligarquia mexicana, la “Iniciativa México”, asqueroso artilugio mediático que en particular se destaca por ser encabezada por el salido-de-la-nada líder de opinión y asqueroso también, el eminente Javier Aguirre -doctorado en Historia de México por la Universidad de la Pitocilina de España-, personaje que encarna fielmente el modo de actuar prevaleciente en la élite mexicana , ese modo de actuar en que la élite puede expoliar a este país, ganando, como es el caso del “ Vasco”, 4 millones de dóilares al año por entrenar una selección nacional de futbol que tiene las mismas deficiencias, carencias y posibilidades reales de avanzar en Sudáfrica 2010 que la selección del mundial del 2006, y la del 2002, y la del 98, etc, y, al mismo tiempo, escupir ese mismo pais que te paga los 50 millones de pesos anuales para seguir fabricando y espacierndo ilusiones vanas entre nuestro vapuleado pueblo, a propósito, desde luego, de los fabulosos Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana.
Ahora sí, continuando, no es exclusivo de los cuernavacences el miedo infundando al DF y los defeños –miedo fundado que se conviernte rapidamente en odio fanático, como se puede constatar en ciertos sectores de estados como Sinaloa y Veracruz- pero sí singular y hasta esquizofrénico: casi toda la endeble infraestructura de la turística capital morelense está en función de los pudientes chilangos que llenan nuestros bares y antros, consumen en nuestros restaurantes y se bañan en nuestros balnearios. Sin sus propinas y sus autos abarrotando la única avenida principal de Cuernavaca, mi ciudad natal tendría más desempleo y más problemas de los que ya la aquejan.
Mi madre misma me enseño desde niño a viajar al DF – solo en caso muy necesario de viajar- con nada de valor colgado: ni relojes ni cadenas ni alhajas. Mis papás sostuvieron el barco de la familia durante varios años gracias a un pequeno negocio de perfumes, chamarras y joyeria, todo traido de la ciudad de México. Nunca nos llevaban a las compras, pues había largas calles que caminar y, nuevamente decían, andar allá era muy peligroso.
Los vaivenes de las crisis existenciales y económicas propias, y el extraño ímpetu de Balam a nunca estarse quieto me llevaron, hace un par de años, a probar suerte como profesional en el Distrito Federal. Me embarqué en una búsqueda de trabajo poco promisoria que terminó, con fortuna, por darme un puesto de trainee en una empresa de cuyo ramo solo habia escuchado su nombre: la logística. Llegué el primer día a trabajar con tres maletas, los tanates medio arrugados de miedo y sin lugar donde dormir. Pasé la primera noche en un motel de paso –eso si con Venus y toda la cosa- y casi al instante comencé a trabajar en tres centros de distribución, uno cada semana: Tultitlán, Tepotzotlán e Iztapalapa.
Desde el primer dia en el DF se me tendió la mano. Siempre me he considerado un hombre afortunado, creo que Chuchito se ha pasado de buena onda conmigo desde allá arriba. Una compañera trainee avecindada en Cuautitlán Izcalli me dio ride en su Mazda hasta el motel donde pernocte. Menos de 24 horas después, un perfecto desconocido, mi supervisor, contrató una camioneta pickup –gratuita- para llevarme a buscar un cuartito amueblado en la Gustavo A. Madero, todo en horas laborales, mis primeras horas laborales. César, el supervisor, me aseguró que esa zona quedaba perfecta para desplazarme hacia los tres centros de trabajo que arriba comenté: en efecto lo era, el tipo se gana la vida planeando rutas de entrega en el DF y área metropolitana –además de rutas foráneas-, por lo que tenía la Guia Roji grabada en la sesera. Ese tipo de detalles no se olvidan nunca.
La Ciudad de México no tardó mucho en conquistarme. Una vez instalado, busqué y empecé a frecuentar los sitios de interés: Bellas Artes, San Ildefonso, el Templo Mayor, Chapultepec, CU, Coyoacán, la Cineteca… mi adorada Cineteca. Con el tiempo hice varios amigos, amigos que me ayudaron cuando los necesite. Vi cosas increíbles y descubri lo mas increíble: el teatro. Teatro lúdico, hermoso, terrible, inteligente, intenso, todo él salpicado de lo más mexicano que hay en nuestro Mexiquito lindo: el humor negro. A veces macabro.
En el DF –como en el resto del país- todo es teatro y representación: marchas y protestas organizadas por migajas de un pueblo harto de tanta miseria, de tanta injusticia; el Ángel de la Independencia repleto de inchas cuando el Tri gana y el mismo Ángel medio mosqueado por patéticos fans de un bailarín pedófilo y blanquedo, recién fallecido; el público noctámbulo de la línea 2 del metro asistiendo involuntariamente al show de un fulano –así se autodenomina él mismo- que recita poesía de Jaime Sabines y cuentos populares a cambio de monedas y sonrisas; la plancha del Zócalo auspiciando infinitas ferias e infinitos platones; los ríos de jóvenes ilusos formados a las puertas de la infausta Televisora del Ajusco, en espera de una oportunidad de fama efimera y estrellato hechos aguevo. ¡Y que decir de los peregrinos a la Villa! En fin, la eterna fiesta de la máscara en el país de las máscaras.
Claro que la tragedia es lo que mejor nos sale a los teatreros mexicanos. La tragedia sin culpables del News Divine. El pueblo de Chalco inundado de mierda en enero pasado, sin responsables. El camión de basura que le cayó a dos automóviles desde el segundo piso del Periférico, matando al conductor del camión de volteo, también sin culpables. La tragedia de la “izquierda” política mexicana, encabezada por Marcelo “El Galletitas” Ebrard , que demuestra cuán poco le importa la crisis ambiental global al seguir privilegiando el uso del automóvil con nuevas supervías, segundos pisos y demás chingaderas de concreto, teniendo como principal consecuencia-que no la unica- el convertir a la antigua Tenochtitlan en un gigantesco estacionamiento, con el inevitable deterioro de la calidad de vida de varias colonias, entre otros males de mediano y largo plazo causados al medio ambiente (Mexico: pais en construccion, sentenció en fechas recientes nuestro querido amigo Amarillo). Y ya ni hablar de la tragicomedia de Juanito, el Peje y demás tribus y enamorados del hueso y del poder.
Hay otras tragedias y otros dramas menos visibles pero igual o más terribles. Los niños prostituidos en la Alameda Central, los centros de esclavos en Iztapalapa y la colonia Anáhuac, disfrazados de “casas hogar”, las armas rentadas en Tepito para cometer robos a transéuntes en menos de un par de horas; el mismo público de la línea 2 del metro, oscilando ahora entre el morbo y el estupor ante el horrendo número de un paria que se acuesta sobre vidrios rotos a cambio de unos cuantos pesos, todo mientras suplica a los presentes no golpear ni maltratar a sus hijos ni familiares (!!!).
Todo esto y más es el DF, todo esto y más es México. La ciudad de México es un otro país que los provincianos tememos pero que engloba a todos los Méxicos, a todas las provincias. Una ciudad que en otro tiempo fue pura agua y hoy muere de sed, como escribió Eduardo Galeano.
Por eso hoy que ya estoy instalado de vuelta en Cuernavaches, quiero dar gracias por haber tenido el privilegio de vivir, disfrutar y padecer el DF (imborrables en mi mente son los recuerdos del pánico en los rostros de la poblacion capitalina, invadida desde el inicio de la pandemia por el ultracontagioso y ultramortífero virus de la influenza AH1N1, que enfrentamos y vencimos armados de un cubrebocas) . Voy a extrañarlo todo: el Teatro Santa Catarina, las exposiciones delirantes en San Ildefonso, las crepas de la Jardín Balbuena y las tostadas del mercado Coyoacán. Pero también voy a extranar el frio que te parte por la mitad en las mañanas de invierno –cosa rarísima 80 kilometros al sur; voy a extrañar correr en el Velodromo y el no poder correr en él, aunque tenga tiempo para hacerlo porque la chingada precontingencia ambiental te sugiere no practicar deporte al aire libre; echaré de menos la imagen mezquina de la cuadrilla de sexoservidores travestis de mi esquina de la colonia Obrera porque me recordaba, cada mañana y cada noche, cuánto me gusta un cuerpo genuinamente femenino. Y recordaré siempre aquel domingo de octubre en que tuve que bajar del ADO , que ya no pudo avanzar más porque el camión no contaba con modo anfibio y se quedó atorado sobre avenida Ignacio Zaragoza por la inundación, junto con otros automóviles más. Caminé a prisa más de cuarenta minutos rumbo a la estación del metro más cercana, al filo de la media noche, por calles oscuras e inhóspitas que hicieron que se me arrugaran los aguacates, como aquel primer día. Claro que no fui ni remotamente el único que se tuvo que rifar a pie esa noche. Pero la libré. La verdad, me salió barato: el agua solo me llegó a las rodillas. En aquel diluvio, las aguas caídas habían alcanzado el segundo piso de las casas de Valle Dorado, Tlalnepantla.
Un abrazo, maiceros!!! Ya estaremos dando más lata.