miércoles, 29 de junio de 2011

Chihuahua-Cd.Juárez. Jueves 9 de junio, 2011.


Kilómetros recorridos: 3089.

Ha llegado el momento de visitar la ciudad más violenta de la Tierra. Más violenta que Bagdad o Kabul, y eso que en Juárez –todavía- no hay marines norteamericanos desplegados. Tampoco padecen insurgencia armada ni contrainsurgencia, ni limpiezas étnicas. En Juárez sucede algo peor, la limpieza de la ciudadanía: la brutalidad de la guerra entre dos cárteles salvajes disputando una de las plazas más importantes del país por su localización estratégica, aunada a la infamia de la colusión de todas, TODAS las fuerzas de seguridad nacionales –militares, federales, afi’s; con los juarenses en medio del teatro de la guerra poniendo los muertos. Paso del Norte, hoy Juárez, fue el último reducto de la república donde el presidente homónimo se refugió para continuar su gobierno itinerante, frente a la amenaza imperialista francesa en el siglo XIX. Hoy Juárez es, en palabras de Charles Bowden, el periodista que se ha sumergido en los sótanos del infierno de esa ciudad, “un nuevo campo de exterminio de la economía global”.

En el interior del camión 1 se puede percibir tenuemente la tensión del miedo que nadie se atreve a externar. A los caravaneros no se nos espanta el ansia ni siquiera porque hemos atravesado por capitales que padecen niveles de violencia similares, o incluso iguales a los de Cd. Juárez. Pero también se siente una gran emoción, impaciencia por llegar a Juárez, por escuchar a Juárez; por eso estamos en ese camión, para eso recorrimos tres mil kilómetros. Además, traemos a Olga Reyes, la que ya no puede vivir en su tierra salvo que se resigne a perder su propia vida. Olga está atosigándonos cada 20 minutos con una sola cosa: cuánto falta para llegar a la ciudad de sus amores.

Entre Chihuahua y Cd. Juárez no hay más que desierto, y entrando a Juárez sólo hay más desierto aún, un desierto colonizado sin ton ni son por el gris del concreto, que acomoda un lote baldío al lado de otro lote baldío, habilitado como tiradero de automóviles, o yonke, como les llaman. Juárez debe ser, sin temor a equivocarme, la ciudad con más yonkes per cápita en todo el país. Sin embargo, existe algo mucho más notable en Juárez, algo que puede más –que ha podido más- que toda la resequedad del desierto y la resequedad de todas las corrupciones: la gente de Juárez. Desde la orilla de la carretera, sobre el atrio de una iglesia protestante adornada con globos, nos saludan los primeros simpatizantes de la Caravana por la Paz.

La recepción intercepta a la caravana en el paso a desnivel formado por la carretera Chihuahua-Cd. Juárez y la carretera federal Juárez-Cananea. Desde este distribuidor se puede apreciar la inmensidad de la megaurbe. Hacia el nororiente, nos dice Olga, están Villas de Salvarcar, un par de kilómetros adelante se encuentra el aeropuerto y donde termina el horizonte en el norte se divisa el otro lado, denotado por the lone star, desplegada con luces en las faldas de un cerro del estado de Texas.

La emoción con que somos bienvenidos al epicentro del dolor nos abrasa como lava. Decenas de adolescentes, niños, mujeres y abuelitas nos mandan besos, saludos y abrazos con los ojos llorosos de alegría. Mirar esos ojos es mirar los ojos del dolor, de la esperanza, del hartazgo y de la resistencia, todos juntos. ¡Esta ciudad ha sufrido la injusticia mucho antes de esta guerra estúpida y miren cómo nos reciben! La caravana y los juarenses acariciamos la tan inasible felicidad, la felicidad de la comunión. Olga Reyes toda es una lágrima de emoción: “pero cómo no va querer uno a esta gente, ¡si es puro corazón, shingao!” (recordemos que en Shihuahua toda las “ch’s” son “sh’s”). Un corazón es Juárez, un corazón que se pudre día a día cada vez más.

“¡Sicilia, no te rajes!”, clama una pancarta.

Casi una hora detenidos en el puente por el aluvión de amor y gratitud y ya se nos está acabando la luz del sol. La caravana motorizada vuelve arrancar en el puente rumbo a Villas de Salvarcar, la colonia donde en enero de 2010 y fueron masacrados 15 jóvenes; “eran pandilleros”, dijo entonces el muy sensible presidente Calderón. Ya en el deportivo de Salvarcar, colmado de asistentes, la gran mayoría de ellos jóvenes adolescentes, se respira un humor muy pesado. Juárez encarna verdaderamente la exigencia argentina de “¡que se larguen todos!”: que se larguen los “puercos” (federales) y los guachos que solo sirven para levantar cadáveres, y los medios también que se vayan de una vez porque, aseguran, todos están vendidos.

En el mitin, el sacerdote Oscar Enríquez, del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, nos ofrenda: “los recibimos con lo único que tenemos: amor y valor”. Mientras, los chavos siguen derrochando energía a mares, frente a ellos, el agotamiento de los caravaneros se hace patente en la brincadera de las consignas, donde los viajeros no les aguantan mucho el ritmo a los de casa. Comienza el desahogo.

Miguel Orlando era teniente de infantería, fue desaparecido en Juárez el 8 de junio de 1993 (¡1993!) por órdenes de altos mandos militares; es la fecha en que no aparece. Habla con el dolor ineluctable el padre de José Adrián, joven de 17 años asesinado en la matanza de Salvarcar. Está flanqueado por la pancarta de Brenda Berenice, de 17 años, desaparecida en en enero de 2009; y por la pancarta de Juan Chávez Morales, estudiante asesinado; y por la pancarta de Mónica Janeth, asesinada a los 18 años en 2009, y por la pancarta de…

Escuché en algún momento de este largo viaje a alguien que afirmó: “la guerra de Felipe Calderón no es contra el narcotráfico, sino contra la ciudadanía”. Es una aseveración gravísima, y sus implicaciones lo son aún más. Está el caso emblemático de Miss Ana, la profesora de inglés a nivel primaria que ha sido galardonada por su brillante trabajo con niños mexicanos en El Paso, Texas –muchos de ellos autoexiliados por la violencia en Juárez. Le sembraron droga: dos maletas con 48 kilos de marihuana en la cajuela de su automóvil fueron halladas por un soldado en el puente internacional, todavía del lado mexicano. Los juarenses se indignaron por el atropello y salieron a las calles a protestar. Sin embargo, Miss Ana sigue recluida en el cereso femenil de la ciudad que la expulsó. No es el primer caso de este tipo: los narcotraficantes han encontrado la manera de hacerse de “burreros”, infiltrando droga en los autos de personas que cruzan la frontera cotidianamente, sin que estas lo noten. Pudieron haber sido los narcos, pero los de Juárez no lo creen: “fueron los guachos”.

Nuestros infantes en El Paso, los que fueron arrancados de su país, los que se salvaron de ser reclutados por el narco, los que se salvaron de ser convertidos en cifras como los jóvenes ejecutados en Salvarcar, tendrán ahora que esperar por sus clases de inglés. Esta guerra es contra los mexicanos, incluso los de allende el Río Bravo.

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