jueves, 16 de junio de 2011

San Luis Potosí-Zacatecas. Lunes 6 de junio, 2011


Kilómetros recorridos: 1002.

La mañana del lunes 6 empieza muy temprano y con mucha energía en los caravaneros. Hago énfasis en la necesidad de energía: el inicio de la semana comienza con un apretadísimo programa que abarca tres estados: la Minera San Xavier en San Luis Potosí, la ciudad de Zacatecas y el estado de Durango. Yayo junto a la flauta de Sergio, un regiomontano de sesenta y un años que todavía conserva el ímpetu de la juventud y los jaraneros, aprovechan la breve sobremesa del desayuno para contagiarnos de buena vibra con música y canto.

Pero la algarabía colectiva se torna rápidamente en tensión y preocupación una vez que la caravana aborda los autobuses. La noche del domingo anterior, al mismo tiempo que Javier y Julián hablaban del no-odio en la Plaza del Carmen de SLP, cinco patrullas de la Policía Federal irrumpían ilegalmente en el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, en Ciudad Juárez, dirigido por el respetabilísimo sacerdote Oscar Enríquez. Los federales rompieron los candados de las oficinas del centro de derechos humanos, revisaron y vandalizaron bases de datos y expedientes de casos que gestiona la organización. Se trataba de una clara señal de amedrentamiento por parte del gobierno federal en contra la caravana.

A las 930 de la mañana la caravana llega a la Minera San Xavier. La Minera, cabe mencionar, es un complejo de devastación subsidiado por la empresa canadiense New Gold, que opera impunemente en lo que queda el cerro de San Pedro, a pesar de las órdenes de suspensión emitidas en su contra por autoridades ambientales mexicanas. Esto no es todo: la Minera San Xavier explota el oro y la plata a través del sistema conocido como tajo a cielo abierto y lixiviación a montones, que emplea toneladas de material explosivo para tumbar el cerro, y que se encuentra prohibido en varios países por su alta capacidad contaminante. A la fecha, y después de más 10 años de litigios ante instancias estatales y federales, el saqueo prevalece.

El Frente Amplio Opositor a la minera toma la tribuna, a la vez que los caravaneros y adherentes realizamos el cordón humano a manera de clausura simbólica de la mina; por doquier se gritan consignas y mueras al complejo minero. Javier Sicilia, visiblemente alterado, da prioridad a la amenaza y exige a Felipe Calderón que esclarezca la irrupción de los federales en Paso del Norte: “¿qué quieren hacer ahora, nos van acabar de matar?”, vocifera el escritor. El acto es muy breve, hay que volver a los autobuses.

Andando ya sobre el camino, los caravaneros discutimos sobre la forma y el fondo de la postura que se debe asumir ante lo ocurrido en Paso del Norte. Pietro Ameglio insiste en que la caravana debe hacer dos cosas: primera, dar “la vuelta de tuerca” a este acto de intimidación y sacar provecho mediáticamente de él y, segunda, no caer en provocaciones por parte de las autoridades federales. A partir de ese momento, deberemos mantener más distancia aun de la presencia policiaca que protege a la caravana. Dentro del autobús número 1 se redacta la carta que Sicilia leería más tarde en la Plaza de Armas de Zacatecas; la carta, a pesar del lenguaje duro de protesta que contiene, no es “rasurada” en lo más mínimo por Javier.

El recorrido continúa. En la última parada previa a la ciudad de Zacatecas se comete una imprudencia inaudita. La chiapaneca Concepción Avendaño, hija del luchador social Amado Avendaño, propone mandar un mensaje a las autoridades y a los medios en respuesta al agravio del centro de derechos humanos juarense: formar un cerco humano alrededor de una patrulla de la policía estatal de Zacatecas y constreñirlo poco a poco hasta una distancia lo suficientemente corta del oficial policiaco.

Increíblemente, el círculo de escritores cercanos a Javier y el propio poeta consienten en llevar a cabo la desaforada iniciativa. La respuesta era previsible, el uniformado no sabe cómo reaccionar ante el acto. Nervioso, intenta localizar por radio a su superior para notificar la situación y recibir instrucciones. Al no haber pronta respuesta, el oficial solo atina a apuntar con el rifle a diestra y siniestra. Es obvio que la situación se está saliendo de control. Eduardo, uno de los caraveneros cercanos a Sicilia, le pide a este último que “haga algo” para calmar los ánimos. Javier resuelve acercarse al policía y desembarazarse de la situación dándole un abrazo (“¡El pueblo¡ ¡Uniformado¡¡También es explotado!”, reza una consigna). Los poetas también se equivocan.

Arribo de la caravana a Zacatecas. Es la primera vez que la multitud, muchos jóvenes entre ella, se une espontáneamente a la marcha sobre avenida González Ortega a la altura del monumento conocido como “El Caballito”. La columna hace una parada frente a la entrada de la exquisita Catedral de Zacatecas, con la fina hojarasca de su fachada. Metros más adelante, sobre la plaza principal, el templete se halla preparado para la sesión de dolor y rabia de las víctimas de la llamada guerra contra el narcotráfico.

Más y más víctimas como Eleazar Romero, de Villanueva Zacatecas, quien lleva desaparecido tres meses sin ninguna respuesta por parte de la procuraduría del estado. Edgar Quesada Castillo, policía municipal de Calera, Zacatecas (!), desparecido no solo físicamente, sino también desaparecido de los libros de trabajo de la corporación policiaca a la que pertenecía para evitar que se siguiera indagando su paradero. Y qué decir del secuestro de Juan Carlos Guardado, expresidente municipal de Fresnillo; el rescate ya se pagó pero el plagiado no aparece. En la tierra natal de Ramón López Velarde suceden cosas “muy gordas”, como dice el malagueño Raúl, periodista freelancer que cubrió la caravana y que residió varios meses en la capital zacatecana. Cosas gordas como una balacera en medio de una presentación de la pasada edición del Festival Cultural de Zacatecas y de la cual ningún medio local ni nacional reportó nada.

En el estrado, Julián LeBarón nos invita a cultivar en cada uno de nosotros la capacidad de indignarnos cuando una sola persona –una- es asesinada. Necesitamos indignarnos lo suficiente, arguye, para al menos saber la verdad, y remata: “necesitamos sentir suficiente amor propio y amor por nuestros prójimos para que nos importen los muertos”. Sigue el turno de “La Defensa de la Suave Patria, Declaración de Zacatecas”, la carta redactada por los caravaneros en boca de Sicilia.

Iracundo, Javier cuestiona: “¿qué busca Felipe Calderón en el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte?” “¿Los expedientes del horror en Juárez? ¿Los saldos de su estúpida guerra?” El líder del movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad hace responsables al gobierno federal y a su titular de cualquier daño que pudieran sufrir los caravaneros y los comités de recepción locales en las diferentes entidades. El padre Juan Francisco redondea sus palabras con la frase que sería el denominador común en todas sus declaraciones públicas: “que el dolor no sirva para engendrar el odio, sino para construir la paz”.

Terminada la arenga, una de las maestras de ceremonia del acto invita a los congregados a entonar el himno nacional mexicano. Javier, sosteniendo la bandera blanca, no lo consiente, “mejor guardemos un minuto de silencio por las víctimas…”, “ya no queremos un himno guerrero…”, “no queremos más ‘ un soldado en cada hijo te dio’, queremos una vida digna en cada hijo”.

Con el sol cayendo a plomo a las 4 de la tarde, los caravaneros trepan en los camiones para la siguiente parada, el primer vértice del triángulo dorado de la droga: Durango.

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