lunes, 13 de junio de 2011

Morelia-San Luis Potosí. Domingo 5 de junio, 2011


Kilómetros recorridos: 798

Terminado el mítin la noche del sábado en Morelia, y después de un tibio inicio en la primera parada de la caravana, los participantes fuimos agasajados con la presentación de un performance de música y rituales purhépechas. Al son de los atabales, un grupo de jóvenes danzantes ejecutaron un juego de pelota que de manera muy peculiar simula una batalla cósmica entre el sol y la luna. Se trataba de una especie hockey sobre tierra pero con un “puck” en llamas. La penumbra del lugar fraguaba una fascinante mezcla entre lo auditivo y lo visual: a un tiempo suenan los golpes de los palos y el rodar de fuego de la pelota junto al embelesamiento producido por las estelas trepidantes de un verdadero astro en miniatura.

A dormir.

El segundo día de la caravana comienza con una fría ducha en los baños del gimnasio auditorio de la sección 18 del SNTE, y con la conmemoración de un aniversario luctuoso: el domingo pasado se cumplieron dos años del asesinato de 49 niños en la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora; un clavo de impunidad más en la cruz de los mexicanos. Nuevamente el tiempo está apremiando. Pero antes de zarpar, hay que elaborar nuestro propio almuerzo: tortas y burritos comenzarían a perfilarse como los inexcusables compañeros de todo el viaje. Entre veinte o treinta, se le da montón a la no menor tarea de alimentar un regimiento de casi 500 caravaneros. A la hora de la parada intermedia, casi nadie dice grandes comentarios sobre el menú, pero tampoco se escuchan quejas.

En Irapuato es el refrigerio. Los viajeros acompañamos las tortas y burritos -hechos con ingrendientes enlatados- con las legendarias y deliciosas fresas de Irapuato. Después de la comilona, y en presencia de los mal encarados policías federales, se improvisa un pequeño escenario sobre el terregal donde Yayo, el payaso de la caravana, nos anima con un divertido número.

San Luis Potosí, el estado que aparece simbolizado en los mapas mexicanos con un nopal, es la primera entidad propiamente norteña que la caravana visitará. Colinda con más estados que ninguno otro en la república –siete- pero eso no lo hace menos conservador. Por su parte, la capital homónima ciertamente cuenta una identidad bastante arraigada: en San Luis todo es potosino, las enchiladas, el instituto de jóvenes, la feria y hasta la central camionera.

Reanudado el trayecto, todavía cruzando el estado de Guanajato, en el autobús 1 nos ponemos teóricos. Tere, la señora de Cancún que perdió a su hijo, nos lee en el micrófono unas líneas del infaltable Eduardo Galeano. Silvana y Jessica, dos inquietas universitarias de la Facultad de Filosofía de la UNAM, se bajaron de la caravana en Morelia, pero nos dejaron de tarea un material videográfico recién terminado que habla sobre la violencia en México y pequeñas claves de cómo combatirla. Las jóvenes estaban muy preocupadas por el recibimiento del material al interior del grupo, más aún por el hecho de que Pietro Ameglio, una de las cabezas más visibles del movimiento por la paz y pasajero del autobús 1, es profesor de ambas en la carrera. El video nos daría pauta para futuras discusiones.

El odómetro sigue su marcha y el cambio de la geografía física se ha cada vez más notorio. Las inmediaciones de Guayangareo, todavía arboladas, han quedado atrás para dar paso a una vegetación de matorrales y pasto seco. Regados sobre pequeños valles, aparecen en la nueva geografía minúsculos pueblos, caseríos dispersos de unos cuantos cientos de habitantes, quizá decenas, que conforman lo que podríamos llamar “el México de doble fondo”, como el compartimento de los tráilers donde viajan hacinados los migrantes centroamericanos, que nadie ve. La Fragua, El Patolito –homólogos del misérrimo San Pedro de los Saguaros, de la película “La Ley de Herodes”-, son nombres de lugares que difícilmente aparecerían en Google Maps. ¿Qué pasaría si un día la caravana tocara a la puerta de ese México de doble fondo? ¿Cómo nos verían?

Casi cinco horas después de Irapuato, aparece al fin la hermosa ciudad colonial que lleva por nombre el de una vastísima mina de la meridional Bolivia. Al igual que en el sur del continente, San Luis también tuvo sus años de bonanza en la Nueva España. Pero los mexicanos no sabemos mucho de historia: el Potosí mexicano todavía tiene mucho que regalar los intereses extranjeros.

La marcha en San Luis es mucho más corta en distancia y menos organizada aún que la de Morelia. Tan solo un par de cuadras y los caravaneros aparecemos a un costado del Teatro La Paz, en un pequeño rincón de la Plaza del Carmen, donde se congregan unas cuantas decenas de adherentes locales. El mitín, curiosamente, comienza con cifras. Potosí es una de las entidades con mayor proporción de pobres: 53% del total estatal. Por otro lado, en esta guerra estúpida donde el ejército es el principal de los actores, San Luis solo cuenta con 800 soldados destacamentados (leyeron bien, 800 soldados). Me pregunto, ¿qué opinarán los potosinos sobre la desmilitarización del país?

Vuelve la retahíla de los agravios a los oídos de la caravana. Tímidos aún, pues las denuncias no son presentadas por las propias víctimas, sino a través del comité organizador, surgen los testimonios de al menos dos secuestros que son achacados al entonces candidato a la gubernatura de San Luis, el actual gobernador priísta, Fernando Toranzo. La bulla de la gente confirma la percepción de los potosinos sobre la posible responsabilidad del mandatario.

Los que sí hacen presencia, y muy vistosa, son los del pueblo wixarika de Wirikuta. Los huicholes denuncian sin cortapisas la traición de Felipe Calderón, quien en 2008 se vistió a la usanza huichola prometiendo proteger el patrimonio cultural y material de los wixarika, y ahora se desentiende de la concesión otorgada a la minera canadiense First Majestic Silver Corporation para explotar los yacimientos asentados en la Sierra de Catorce, considerada por los indígenas como santuario sagrado. Los wixarika, reclaman, “tenemos el derecho de posesión ancestral” y “nuestra vocación no es la minería, sino el alumbramiento y renovación del corazón del mundo…”, “ por eso nos vestimos de flor , porque cantamos la paz”. Otro compañero huichol, el señor Sebastián de la Cruz, presidente comunitario en Tamasopo, denuncia sus “4 muertitos” que le ha costado el no dejarse del despojo de tierras.

“¡Los asesinos! ¡Están en Los Pinos!”, corean los congregados en la Plaza del Carmen.

Hasta uno de los choferes de la caravana sube al estrado para denunciar su agravio. Un compañero suyo, también operador de autobús, fue asesinado a balazos en Villahermosa, Tabasco, días antes de iniciar la caravana. Los familiares del chofer asesinado en Villahermosa han buscado justicia inúltimente justicia. Las autoridades, con la terrible insensibilidad característica les dijeron a los dolientes: “si quieres protección, págala”. El del testimonio se queja de que muchos paisanos tabasqueños se han refugiado en otros estados y hasta en el extranjero para salvar el pellejo: “¿por qué nos hemos de ir a otro país si este es nuestro país?”, reclama.

Llega el turno de Julián LeBarón. El oriundo de Galena, Chihuahua, reflexiona sobre cómo se gesta la violencia. Julián piensa que los descabezados y las ejecuciones primero fueron gritos y mentadas de madre, y sentencia: “juntos creamos la violencia, o dejamos que exista”. Después le sigue Javier, que nos instruye sobre el significado del consuelo y el papel central que juega en esta caravana. El consuelo, nos dice “es estar con la soledad del otro, es juntar nuestras soledades”. El poeta habla de esa soledad avasalladora que padece quien ha perdido a un hijo, una hermana, un padre.

Entonces el poeta menciona el nombre que para muchas comunidades y ciudades enteras del país se ha vuelto legítimamente impronunciable: el de Felipe Calderón. Inmediatamente surgen los silbidos y abucheos. Javier no lo puede sufrir. Molesto, le reclama a los asistentes: “¿qué no oyeron lo que acaba de decir Julián LeBarón?”, “estamos aquí para cambiar el corazón; la paz no se hace con mentadas de madre”, “sino nos entendemos, entonces, ¿qué hacemos aquí?”. A la izquierda de Javier surge la confrontación iracunda de un sujeto frente al regaño, pero este no alcanza a ser escuchado, y entre el resto de las personas surgen las voces de quienes piden la solución en forma de receta: “tú dános la solución, Javier”. El amor, insiste el escritor, es la única solución posible.

El ambiente tarda varios minutos en distenderse y Sicilia pide 5 minutos de silencio por las víctimas de esta guerra absurda y por los niños muertos en el guardería ABC. Terminado el acto –quizá más desnutrido en número que el de Michoacán-, los potosinos son ahora los que nos honran con un número del taller infantil de danza local y un performance bastante atractivo sobre la desesperación, “Picando cebolla”. Al día siguiente, piedra es lo que habría que seguir picando.

La recepción y la cena tuvieron lugar en el Instituto Potosino de la Juventud. Un grupo de colectivos de jóvenes que fueron los brazos y los pies en la organización de la bienvenida extraordinaria que nos brindaron. El copalero de la caravana, siempre cargando con su bandera del orgullo gay, arma espontáneamente la porra para la cocinera. Ella y los demás chavos se la ganaron a pulso, pues los tamales estaban hechos con amor, y el amor es algo que no se puede ocultar. Esto de la caravana se trata de aprender a amar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario