miércoles, 29 de junio de 2011

Chihuahua-Cd.Juárez. Jueves 9 de junio, 2011.


Kilómetros recorridos: 3089.

Ha llegado el momento de visitar la ciudad más violenta de la Tierra. Más violenta que Bagdad o Kabul, y eso que en Juárez –todavía- no hay marines norteamericanos desplegados. Tampoco padecen insurgencia armada ni contrainsurgencia, ni limpiezas étnicas. En Juárez sucede algo peor, la limpieza de la ciudadanía: la brutalidad de la guerra entre dos cárteles salvajes disputando una de las plazas más importantes del país por su localización estratégica, aunada a la infamia de la colusión de todas, TODAS las fuerzas de seguridad nacionales –militares, federales, afi’s; con los juarenses en medio del teatro de la guerra poniendo los muertos. Paso del Norte, hoy Juárez, fue el último reducto de la república donde el presidente homónimo se refugió para continuar su gobierno itinerante, frente a la amenaza imperialista francesa en el siglo XIX. Hoy Juárez es, en palabras de Charles Bowden, el periodista que se ha sumergido en los sótanos del infierno de esa ciudad, “un nuevo campo de exterminio de la economía global”.

En el interior del camión 1 se puede percibir tenuemente la tensión del miedo que nadie se atreve a externar. A los caravaneros no se nos espanta el ansia ni siquiera porque hemos atravesado por capitales que padecen niveles de violencia similares, o incluso iguales a los de Cd. Juárez. Pero también se siente una gran emoción, impaciencia por llegar a Juárez, por escuchar a Juárez; por eso estamos en ese camión, para eso recorrimos tres mil kilómetros. Además, traemos a Olga Reyes, la que ya no puede vivir en su tierra salvo que se resigne a perder su propia vida. Olga está atosigándonos cada 20 minutos con una sola cosa: cuánto falta para llegar a la ciudad de sus amores.

Entre Chihuahua y Cd. Juárez no hay más que desierto, y entrando a Juárez sólo hay más desierto aún, un desierto colonizado sin ton ni son por el gris del concreto, que acomoda un lote baldío al lado de otro lote baldío, habilitado como tiradero de automóviles, o yonke, como les llaman. Juárez debe ser, sin temor a equivocarme, la ciudad con más yonkes per cápita en todo el país. Sin embargo, existe algo mucho más notable en Juárez, algo que puede más –que ha podido más- que toda la resequedad del desierto y la resequedad de todas las corrupciones: la gente de Juárez. Desde la orilla de la carretera, sobre el atrio de una iglesia protestante adornada con globos, nos saludan los primeros simpatizantes de la Caravana por la Paz.

La recepción intercepta a la caravana en el paso a desnivel formado por la carretera Chihuahua-Cd. Juárez y la carretera federal Juárez-Cananea. Desde este distribuidor se puede apreciar la inmensidad de la megaurbe. Hacia el nororiente, nos dice Olga, están Villas de Salvarcar, un par de kilómetros adelante se encuentra el aeropuerto y donde termina el horizonte en el norte se divisa el otro lado, denotado por the lone star, desplegada con luces en las faldas de un cerro del estado de Texas.

La emoción con que somos bienvenidos al epicentro del dolor nos abrasa como lava. Decenas de adolescentes, niños, mujeres y abuelitas nos mandan besos, saludos y abrazos con los ojos llorosos de alegría. Mirar esos ojos es mirar los ojos del dolor, de la esperanza, del hartazgo y de la resistencia, todos juntos. ¡Esta ciudad ha sufrido la injusticia mucho antes de esta guerra estúpida y miren cómo nos reciben! La caravana y los juarenses acariciamos la tan inasible felicidad, la felicidad de la comunión. Olga Reyes toda es una lágrima de emoción: “pero cómo no va querer uno a esta gente, ¡si es puro corazón, shingao!” (recordemos que en Shihuahua toda las “ch’s” son “sh’s”). Un corazón es Juárez, un corazón que se pudre día a día cada vez más.

“¡Sicilia, no te rajes!”, clama una pancarta.

Casi una hora detenidos en el puente por el aluvión de amor y gratitud y ya se nos está acabando la luz del sol. La caravana motorizada vuelve arrancar en el puente rumbo a Villas de Salvarcar, la colonia donde en enero de 2010 y fueron masacrados 15 jóvenes; “eran pandilleros”, dijo entonces el muy sensible presidente Calderón. Ya en el deportivo de Salvarcar, colmado de asistentes, la gran mayoría de ellos jóvenes adolescentes, se respira un humor muy pesado. Juárez encarna verdaderamente la exigencia argentina de “¡que se larguen todos!”: que se larguen los “puercos” (federales) y los guachos que solo sirven para levantar cadáveres, y los medios también que se vayan de una vez porque, aseguran, todos están vendidos.

En el mitin, el sacerdote Oscar Enríquez, del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, nos ofrenda: “los recibimos con lo único que tenemos: amor y valor”. Mientras, los chavos siguen derrochando energía a mares, frente a ellos, el agotamiento de los caravaneros se hace patente en la brincadera de las consignas, donde los viajeros no les aguantan mucho el ritmo a los de casa. Comienza el desahogo.

Miguel Orlando era teniente de infantería, fue desaparecido en Juárez el 8 de junio de 1993 (¡1993!) por órdenes de altos mandos militares; es la fecha en que no aparece. Habla con el dolor ineluctable el padre de José Adrián, joven de 17 años asesinado en la matanza de Salvarcar. Está flanqueado por la pancarta de Brenda Berenice, de 17 años, desaparecida en en enero de 2009; y por la pancarta de Juan Chávez Morales, estudiante asesinado; y por la pancarta de Mónica Janeth, asesinada a los 18 años en 2009, y por la pancarta de…

Escuché en algún momento de este largo viaje a alguien que afirmó: “la guerra de Felipe Calderón no es contra el narcotráfico, sino contra la ciudadanía”. Es una aseveración gravísima, y sus implicaciones lo son aún más. Está el caso emblemático de Miss Ana, la profesora de inglés a nivel primaria que ha sido galardonada por su brillante trabajo con niños mexicanos en El Paso, Texas –muchos de ellos autoexiliados por la violencia en Juárez. Le sembraron droga: dos maletas con 48 kilos de marihuana en la cajuela de su automóvil fueron halladas por un soldado en el puente internacional, todavía del lado mexicano. Los juarenses se indignaron por el atropello y salieron a las calles a protestar. Sin embargo, Miss Ana sigue recluida en el cereso femenil de la ciudad que la expulsó. No es el primer caso de este tipo: los narcotraficantes han encontrado la manera de hacerse de “burreros”, infiltrando droga en los autos de personas que cruzan la frontera cotidianamente, sin que estas lo noten. Pudieron haber sido los narcos, pero los de Juárez no lo creen: “fueron los guachos”.

Nuestros infantes en El Paso, los que fueron arrancados de su país, los que se salvaron de ser reclutados por el narco, los que se salvaron de ser convertidos en cifras como los jóvenes ejecutados en Salvarcar, tendrán ahora que esperar por sus clases de inglés. Esta guerra es contra los mexicanos, incluso los de allende el Río Bravo.

lunes, 27 de junio de 2011

6 mil pesos.


Ahora, después de enterarme de que con un sueldo de seis mil pesos puedes fácilmente comer, pagar, renta y hasta comprar un automóvil, me resulta más difícil preguntarle al buen amigo Ernesto Cordero cómo es que se encuentran esos trabajos de seis mil pesos mensuales; llevo desde el 1°de mayo de este bienaventurado 2011 metiendo solicitudes y es  muy complicado que entiendan en los trabajos a donde llevo mi curriculum, que lo único que necesito es trabajar para recibir un ingreso y que me puedo esforzar al máximo para alcanzar los objetivos de la compañía a donde me estoy acercando. Tal vez el que esté mal sea yo, ya sea por como redacto mi curriculum o porque no lo acerco a las instancias correctas. ¿O será que todas las vacantes requieren de un mínimo de inglés?
Chale, se me olvidaba que no aprendí inglés suficiente ni fui a las clases de programación, esas que había que pagar en lugar de las comidas de la casa. Pérate que en lugar de ser un NINI soy un “Si hubiera…”: si hubiera estudiado un poco más, si mis papás hubieran planeado más mi educación, si no esto, si no lo otro. Pero ahora la pregunta es ¿o trabajo o estudio?. No puedo NI dejar de trabajar NI dejar de estudiar, chale en lo que recuerdo no dejar NI una NI otra ya se me fue la oportunidad de estudiar otra vez, pues sí que está cabrón decidir qué es lo que quiero.
¿Quién puede decidir qué hacer de su vida con 50 pesos en la cartera un veinticuatro de mes?  ¡Por dios esta cerca la quincena!, lo cual me recuerda la renta que debo pagar, no no no pero  si soy “joven” cómo puedo preocuparme por eso… si aquí lo que hace falta son jóvenes emprendedores, jóvenes o azules o verdes que lleguen en camionetas a decirle a los demás que es lo que hay que hacer. Pero claro, si lo que falta no es alguien que tenga el problema de decirle a sus hermanos que no hay que comer hoy, esos son pesimistas, esos son los jóvenes que NO le sirven a México, de esos ya no queremos más, pero ¡NO! que no se metan de narcos porque entonces empieza el pedote, porque los niños y jóvenes no deben ser sicarios pero pueden vender Chicles en las calles junto a sus padres, o pueden por supuesto, ir por la calle caminando pidiendo una limosna, ¿al fin tienen derechos no?
Pues al menos creo que ya está la solución. Cuando gane mis 6 mil pesotes  podré  fácilmente pagar mi escuela, mi renta, mi diversión y en una de esas, hasta le doy unos pesos al niño que anda pidiendo limosna.

domingo, 26 de junio de 2011

Torreón-Chihuahua. Jueves 9 de junio, 2011


Kilómetros recorridos: 2738.

A Javier Sicilia y la Caravana del Consuelo los están esperando con tambores en Ciudad Camargo, Chihuahua, para saludarlos por muy breves instantes. Son las 22:30 todavía del quinto día de viaje, cuando se realiza un modesto acto público en una placita del pequeño Camargo. Por cuestiones de logística, los caravaneros permanecemos en los autobuses ya que, una vez descendidos, es una lata y una pérdida de tiempo volvernos a subir. Además, la capital del estado más grande nos está esperando también.

En Delicias nos reciben con globos y con las luces intermitentes de una veintena de automoviles prendidas; los del municipio más pequeño de Chihuahua nos estuvieron esperando desde 5 horas antes del paso de la caravana. Un deliciense se sube espontáneamente al autobús 1 para agradecernos por haber llegado hasta su ciudad y, de pasada, contarnos que en Delicias “lo último” son los llamados comandos de limpieza que azotan prácticamente cualquier reunión social, ya sea pública o privada.

En la muy dolida ciudad capital de Chihuahua son las 0100 horas del jueves 9 de junio cuando los mariachis de la plaza principal comienzan a tocarnos la bienvenida. Los chihuahuenses estuvieron apostados desde las 19 horas del miércoles para darnos una recepción de lo más efusiva, con valla y flores para los caravaneros. Y desde luego, también nos aguarda la muy ansiada cena.

Al pie del monumento, los mariachis callan para que comience a hablar el maestro de ceremonia, quien nos da “el parte de guerra” que ha sufrido la entidad. Uno de cada de tres muertos de esta guerra de la avaricia lo pone Chihuahua. Nos informa de lo que solo puede ser conocido por los habitantes de un estado inmenso: los incendios de varias casas y negocios perpetrados por narcotraficantes en la zona serrana conocida como la Alta Babícora; los desaparecidos en la zona del Llano, la masacre de Creel. Y lamenta: las muertas de Juárez y Chihuahua fueron y regresaron a pie hasta y desde la Ciudad de México para exigir justicia, y nadie les hizo caso. “Chihuahua toda es una sola lágrima”, remata el líder indignado.

El evento se tiene que acortar, a mediodía emprenderemos la gran marcha, quizá la más grande que verá el país con el paso de esta caravana, así que hay que ahorrar energías. El que escribe se va a dormir con un obsequio de los chihuahuenses, un clavel rojo incrustado en el pecho del que pende una pequeña cartulina que reza: “A los visitantes de la Marcha por la Paz, con Justicia y Dignidad: que esta revolución no huela pólvora, sino a la fragancia de las flores”. Que así sea.

Hemos pernoctado en un balneario de las afueras –muy afueras- de la ciudad de Chihuahua. La caravana motorizada debe darse prisa pues el contingente local nos espera impaciente en las calles del primer cuadro de la ciudad. Ya rodando, Pietro Ameglio, quien muy seguramente está mejor enterado del humor de los caravaneros en el resto de los autobuses, aprovecha la coyuntura del camino para recalcar su visión sobre el movimiento: “para llegar a Juárez primero necesitamos acciones reales, luego habrá tiempo para la discusión filosófico-política”. Insiste en que no tenemos que estar de acuerdo en todo para seguir caminando juntos. Pietro parece anticipar un cierto divisionismo venidero al interior de la caravana.

Los organizadores del mitin en Chihuahua han sido muy claros en que la marcha es un evento organizado por los chihuahuenses y para los chihuahuenses, los caravaneros somos invitados, así que no encabezaremos la procesión. En el Monumento a la Madre, acomodado sobre la cuchilla que forman las calles Abraham González y Matamoros, la columna manifestante ya debe superar las mil almas. La marcha caminará, no por casualidad, de sur a norte hasta llegar al Palacio de Gobierno.

Las consignas estallan consecutivas en medio del aplastante calor norteño. Para el momento en que hemos alcanzado la entrada del edificio sede del poder ejecutivo local, el lugar mismo donde fue asesinada la activista Marisela Escobedo, la deshidratación ya ha hecho efecto en muchos de los gritones. No así en las víctimas. El templete apenas puede ser observado desde el asfalto por encima de las muchas pancartas de lona blanca y morada que denuncian a las muertas: Judith, 18 años, Norma Angélica, 44, Yanira, 15…

En el micrófono se resalta un hecho histórico: en un país constituido radialmente, donde todas las relaciones económicas y políticas convergen en el centro, es muy destacable que ahora el centro vaya al norte a escuchar y consolar. Entonces el dolor y la rabia son convocados de nueva cuenta. Habla una abogada rarámuri que defiende a los indígenas de su comunidad del despojo de los caciques de la región. Le han matado a su compañera de oficio y con bombas molotov incendiaron su despacho. Yuliana Armendáriz también está hasta la madre. Yuliana es sobreviviente de la masacre de Creel, Chih. (la primera de las masacres de Creel con 13 muertos, ocurrida el 16 de agosto de 2008), donde fueron asesinados un hermano y primo suyos, y no alcanza a comprender cómo, amén de la terrible impunidad, su gente también ha sido objeto del olvido. Aristófanes, otro orador, hace eco de la impotencia de la creelense: “Ojalá que nuestro México se sacudiera la apatía por el dolor ajeno”.

Chihuahua es fuerte y grande, como un señor de Parral, a quien le asesinaron a un hijo afuera de un Wal Mart. El señor es alto y de la tez blanca tan característica de esas latitudes, y su semblante y complexión delatan a un hombre de trabajo. En todo el camino recorrido por la caravana, muy pocos padres de familia como él –Sicilia incluido- han subido al estrado a llorar la pérdida de un hijo. En efecto, Chihuahua es grande como aquel parralense, pero el dolor de Chihuahua es todavía más grande.

Mención aparte merecen también Alicia y su llanto, de la étnia o’dam –o tepehuana para nosotros-, quien tomó el coraje y la fuerza necesarios para clamar en público por lo que nadie en su pueblo aterrorizado se ha atrevido a denunciar: el incendio de 7 pueblos en la zona de El Mezquital, Durango, y sus alrededores, a manos del grupo criminal conocido como Los Zetas. Nada más en el pueblo de El Zapote, según el medio electrónico ABCdiario Digital, los narcotraficantes quemaron 30 casas el 1 de abril pasado. ¡¿Dónde carajos está la autoridad?!

Julián LeBarón se siente como en su casa, pero está avergonzado de verla tan llena de sangre. Julián nos deja perplejos con su acusación sobre el caso de Marisela Escobedo: “Yo acuso a al PRI, al PAN, al PRD y acuso a los demás partidos políticos. Acuso a todas las iglesias y acuso a aquellos que no creen en Dios. ¡YO ACUSO A TODOS LOS AQUÍ PRESENTES! ¡Y ME ACUSO A MÍ MISMO, JULIÁN LEBARÓN! ¡De ser cómplice del homicidio de Marisela! Porque si todos hubiéramos estado con ella, aquí en este palacio, si no la hubiéramos dejado sola, ella no habría sido asesinada…”, “nos hemos dejado solos”.

Javier culmina el evento con la reinstalación de la placa que rememora el asesinato de Marisela Escobedo. “Si el gobernador vuelve a quitar esa placa, yo le digo a él que es un criminal, porque la soberanía reside en el pueblo, y este edificio no es suyo, sino del pueblo; y si la gente quiere que esa placa esté ahí, ahí se quedará”.

Rubí, la hija de Marisela también asesinada, lleva al día de hoy 1021 días esperando justicia.

sábado, 25 de junio de 2011

Monterrey-Torreón. Miércoles 8 de junio, 2011

Kilómetros recorridos: 2269.

La caravana de la espontaneidad bailó y cantó las 11 largas cuadras que le tomó llegar a la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León, enel centro de la ciudad de Monterrey. En una ciudad tristemente acostumbrada a no ver una sola alma paseando después de las 9 de la noche, la columna estridente que puso a patinar a las corporaciones locales, encargadas de brindar seguridad a la propia caravana, no fue un evento menor. A las cero horas con cero minutos del miércoles 8 de junio, 500 marchistas eufóricos se instalaron en la escalinata de la rebautizada procuraduría de INjusticia estatal, en espera de la comitiva de familiares de víctimas encabezados por Javier Sicilia, reunidos a puerta cerrada con el titular de la mencionada dependencia.

En la verbena trasnochadora hubo baile, poesía, performance y reflexión. Mónica, una defeña independiente, intentaba persuadir con el ejemplo al puñado de regios que vacilaban en permanecer en vilo, sobre avenida Melchor Ocampo, frente a la procuraduría. El ejemplo combativo era el de Merary, la guayabita de menos de 12 años que tomó el megáfono en la plaza del Antiguo Colegio de Nuevo León para cantar y no soltarlo nunca. Una infante dando lecciones a los adultos.

Mientras la bulla no cejaba, el que escribe logró trabar conversación con tres conscientes chavos que sí se quedaron hasta el final. Miriam, Nívea y Juan también se mostraron sorprendidos por la respuesta de la gente en Monterrey frente a la llegada de la caravana. Más aún, me confiaron que otros cientos de ciudadanos estuvieron esperando la caravana en la plaza principal, la Macroplaza, pero al no aparecer aquella, y haciéndose la noche más oscura y riesgosa, prefirieron guardarse en sus hogares y verlo todo por televisión. Juan expone que en fechas recientes se había estado barajando entre los jóvenes de Monterrey, la opción de emular las “campadas” españolas del 15M a manera de protesta por la violencia; “¿para qué?”, replica, “mejor sumémonos a lo que Sicilia está haciendo”.

Finalmente, cuando un maicero estaba a punto de proponer al pleno la iniciativa de someter a examen antidoping a todos aquellos que a las 230 de la mañana seguían bailando y gritando, aparece la figura de Emilio Álvarez Icaza. El exombudsman capitalino nos informa de los acuerdos alcanzados con el procurador Adrián de la Garza, que se resumen apretadamente en: 1. Al cabo de una semana, los familiares de víctimas deberán ser informados del status de los expedientes de sus muertos y desaparecidos y, 2. En un plazo no mayor a treinta días tendrán que ser esclarecidos esos mismos casos, hasta sus últimas consecuencias. Ambos aspectos se antojan poco viables; la desconfianza es mucha. Pero si no hay cumplimiento, la caravana tendrá que buscar formas de presión más enérgicas.

La pernocta en el colegio Bernardo Pausset de Santa Catarina dura tres valiosas horas. Es el quinto día de viaje, y los espléndidos picos del Cerro de las Mitras sirven de magnífico fondo para la convivencia que los adolescentes del colegio sostienen con los caravaneros. “Aquí los chamacos son diferentes, ¿no?”, le preguntó Sergio a uno de los escuincles; “sí, aquí cuando nos portamos mal, en vez de expulsarnos nos llevan al psicólogo”.

Son las 930 de la mañana en la Sultana del Norte y el calor ya es insoportable.

Vamos camino de regreso al estado de Coahuila para hacer escala en la entrañable ciudad de Torreón, y más de uno en el autobús –me cuento entre ellos- tiene la firme intención de sumar unas pocas horas más de sueño. Sin embargo, Daniel Gershenson, presidente de la asociación civil AlConsumidor, impedirá nuestro sueño guajiro de dormir más desde el micrófono, con su vehemente perorata sobre el caso de la guardería ABC. Daniel y su equipo han ofrecido orientación jurídica a varios de los deudos de esa indecible tragedia. Algunos de esos padres han tenido que volverse verdaderos especialistas en derecho, para entender cómo la ley en México puede no tener efectos vinculantes sobre los principales responsables del infanticidio de Hermosillo, Sonora. Al menos eso concluyeron los ministros de la Suprema Corte de Justicia. Gershenson, además, anda con las expresiones en inglés a flor de labio, y nos dedica especialmente una muy controversial: “youth is wasted on the young”.

Los ya quince autobuses de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad cruzan después de mediodía el precario municipio de Matamoros, Coahuila. ¿Cómo puede un viajero saber que un poblado es pobre sin hacer pie en él? Muy sencillo: no hay anuncios espectaculares promocionando candidatos priístas a ningún cargo. Matamoros es un municipio campesino, y los campesinos en México no pueden, no merecen ser convencidos con ingeniosos slogans como “¡More, more, more, Moreira!” (El more es un juego entre el apellido del candidato a la gubernatura de Coahuila, Rubén Moreira, y la palabra inglesa “more”, que significa “más”). No, a los campesinos no se les convence, se les coopta con despensas, con tortas, con refrescos o con “apoyos” para comprar la más mínima herramienta que, sobra decirlo, nunca los hará tendientes a salir de su condición de miseria. Más adelante aparecerá nuevamente en estas crónicas el nombre de Matamoros.

En Torreón sí es necesario atascar la ciudad de espectaculares. Y curiosamente de fehacientes espectaculares. Como en muchas otras ciudades del país, la clase política confía ciegamente en los milagros de la ciencia publicitaria, aquella que intenta transformar el justificado pavor de los torreonenses en idílico autorretrato: “Hablar bien de Torreón, habla bien de tí”. Es una lástima que a estas alturas de la infausta guerra contra el narcotráfico, ya ni la técnica publicitaria sea mínimamente confiable.

A la entrada del bosque Venustiano Carranza, una señora muy bien vestida y aderezada se acerca a mí para saludarme y agradecer la presencia de la caravana en su ciudad. Ambos nos enfilamos parque adentro, flanqueados por una valla de mujeres con pancartas que reclaman a sus hijas desaparecidas. La lugareña me da la terrible noticia: la noche anterior fueron masacrados 11 jóvenes en un supuesto centro de rehabilitación, situado a espaldas del parque donde se hará el acto público. Ya es la segunda vez que pasa, “como en Juárez, oiga”, agrega impotente. Ahora entendemos el excesivo dispositivo de seguridad desplegado en el perímetro del bosque.

En el auditorio del bosque volvemos a entrar entre las palmas de los congregados; la garganta se hace estrecha como un poro de la piel. Para mi disgusto, el formato del mitin de Saltillo se repite: hay que comer al mismo tiempo que las víctimas ofrecen sus testimonios en el templete. En las estaciones de comida conozco a Sofía, muchacha de tez morena que a sus 15 años ya colabora con el Centro de Derechos Humanos Agustín Pro. Sofía sufrió la pérdida de dos de sus amigas de la secundaria la noche anterior, la misma noche de la ejecución de los otros 11 jóvenes. Sus amigas estaban departiendo en una fiesta con familiares y amigos cuando un comando salió de la nada y disparó contra los asistentes. En vez de asistir a las exequias de la joven fallecida, Sofía prefirió honrar el compromiso de ayudar a sus compañeros con los preparativos para recibir a la caravana.

En el estrado habla Teresa, con su rostro ajado por el tiempo y sus ojos azules empañados para siempre por la pérdida de su hijo Joaquín, asesinado a los 21 años en el DF. Ella viene con la caravana desde Cuernavaca. Tere le confía con lágrimas en los ojos al pueblo torreonense, el pueblo que tiene a sus hijos desaparecidos –como son Israel, Juan Antonio, Carlos, Servando-, que su hijo en cierta manera también nació en Torreón, pues su padre era originario de aquella noble ciudad. Para Tere es un honor estar con los paisanos de su esposo e hijo. “Usted, la caravana, son agua fresca para Torreón”, le contestan en agradecimiento.

Julián LeBarón nos vuelve a sorprender con sus líneas: “anoche en Monterrey, los policías ya no querían ser policías, porque sus ojos estaban sonriendo”. Javier Sicilia se anuncia a sí mismo como relevado por Julián en la poesía, y este, colorado como un jitomate, agradece el reconocimiento con un beso en la mejilla de Javier, a quien ve como un padre. Sicilia nos conmina a no ser derrotados por el olvido, y cita: “El espíritu vencerá a la la espada”. Tal vez, digo yo, Javier ha sido superado en la poesía, pero no en la fe.

Casi al final del evento, una oradora torreonense nos muestra de manera sucinta que sí, que un menonita, un obrero, una ama de casa, TODOS somos capaces de decir y hacer poesía si caminamos con el corazón. Con 42 grados de temperatura, la mujer –nuevamente la mujer- resume un camino de más de 2 mil kilómetros en unas cuantas palabras: “el desierto les regala rosas”. Sí, la caravana fue a Torreón, fue al árido Septentrión mexicano, a ser colmada de flores.

miércoles, 22 de junio de 2011

Saltillo-Monterrey.Martes 7 de junio, 2011.


Kilómetros recorridos: 1918.

La caravana motorizada llega avanzada ya la tarde a Saltillo, la capital de Coahuila, estado natal del antirreeleccionista Francisco I. Madero. A unos 200 metros del Boulevard Echeverría, en el gimnasio-auditorio de la escuela católica Ignacio Zaragoza, nos esperan de nueva cuenta las palmas y la gratitud, esta vez de los saltillenses. De comida prepararon viandas con menú tipo Kentucky Fried Chicken, pero igual lo agradecemos y le hincamos el diente. En el centro del gimnasio de usos múltiples la mesa colocada aguarda a Sicilia, Álvarez Icaza y el obispo de la diócesis de Saltillo, Raúl Vera.

En el acto vuelve a aparecer el clamor del norte: las y los desaparecidas. Al pie de la duela del foro lateral cuelgan las mantas de Elisa Loyo, nacida el mismo año que el que escribe (1983), y asesinada a los 25 años. A su lado, la manta de Raúl Reyes Cepeda, desaparecido en la ciudad fronteriza de Piedras Negras, en abril de 2009. En el micrófono nos brinda su apoyo y adherencia la representante de la Familia Pasta de Conchos, con sus 65 mineros que después de 5 años siguen enterrados bajo el alud de la corrupción y de poder empresarial. En Coahuila, sentencian los deudos de Pasta de Conchos, los mineros no se siguen muriendo por no seguir las normas de seguridad, como asegura el execrable Secretario del Trabajo, Javier Lozano, sino por la avaricia de los empresarios.

Escuchamos los testimonios de desapariciones forzadas con fines de reclutamiento en Parras, Coahuila. Y las constantes amenazas que el prestigiado diario El Siglo de Torreón sigue sufriendo, la última de ellas materializada en un granadazo tirado en sus instalaciones; México es un país donde hasta los reporteros de los medios más poderosos han sufrido muertos. En su alocución, el obispo Raúl Vera, tan querido por los lastimados coahuilenses, se mofa de las inverosímiles declaraciones del candidato de Felipe Calderón, el Secretario-de-Hacienda-en -campaña Ernesto Cordero, quien aseguró que “hace mucho que México dejó de ser un país pobre”. Al terminar, el clérigo voltea a ver a Sicilia y le espeta: “no sé si sabías en lo que te estabas metiendo, cuando comenzaste esto”.

El acto termina muy pronto, y hay que rodar otro poco más hacia el oriente para llegar a la tercera ciudad más importante del país, Monterrey. En el camino, algunos caravaneros muestran su extrañeza por lo discreto y apartado del lugar donde se llevó a cabo el evento en Saltillo. Al fondo del autobús 1, Sergio el flautista está envuelto en una mezcla de emoción y escepticismo sobre lo que va pasar en su ciudad natal. Cuando aparece sobre nuestro costado izquierdo el majestuoso Cerro de las Mitras, y sobre el derecho la impresionante puerta de La Huasteca de Santa Catarina, Sergio nos cuenta que más hacia el norte, en zonas apartadas del municipio de García, todos los días se escuchan las rondas de metralleta provenientes de los campos de entrenamiento de Los Zetas. Si Sergio lo sabe, ¿por qué García Luna lo ignora?

Después de cruzar por el ultra desarrollado San Pedro Garza García, pletórico de rascacielos coronados con nombres extranjeros de despachos de consultores y corredurías, llegamos finalmente al muy dolido Monterrey. En la plaza del Antiguo Colegio de Nuevo León, ya pasadas las 9 de la noche, los neoleonenses nos dan la gran sorpresa. Sobre la avenida Benito Juárez ya tienen preparada la valla para que Javier, Julián y compañía sean los primeros en pisar la plaza. La vibra irradiada por los regios nos conmueve hasta los huesos. Antes de bajar del autobús le deslizo con jiribilla a Sergio: “¡¿qué onda con tu gente, güey?!”; “yo tampoco lo puedo creer”, me responde.

Si la caravana está pintada de blanco por ser el color de la paz, el rosa de las mujeres no se queda atrás. En la ciudad de Monterrey las señoras, madres, jóvenes estudiantes y profesionistas, vuelven a ser el rostro que mayoritariamente ha caracterizado a los actos públicos. Ellas nos miran a los ojos, nos miran como se mira a un hijo que regresa de un largo viaje. Nos miran sin miedo, porque lo vencieron por un día para congregarse y recibir a sus hijos viajeros; ellas, en el fondo del dolor inenarrable, nos brindan amor a cambio de un poco de consuelo.

Precisamente es una agraciada joven la que comienza el mitin con poesía de Walt Whitman y su Canto a mí mismo. Lo dedica “a los que disparan, porque tampoco la están pasando bien”.

Gloria Aguilera tiene a dos hijos y su esposo desaparecidos desde septiembre de 2010, todos ellos policías de tránsito de Monterrey. Laura es madre de Mario Jorge Tovar, policía desaparecido adscrito a San Nicolás de los Garza. Irma Leticia Hidalgo tiene a su hijo Andrés desaparecido desde marzo pasado. Andrés, además de mexicano, también es ciudadano norteamericano (¿no deberían las autoridades estadunidenses exigir la presentación con vida de un ciudadano suyo?). Amada Puentes le dice a su hijo Gustavo González que siempre, SIEMPRE lo estará buscando. Gustavo fue secuestrado por las patrullas 534, 538 y 540 de la policía de Monterrey, junto con el tristemente célebre Vaquero Galáctico, artista callejero que se ganaba la vida como estatua viviente en el centro de Monterrey. Amada condensa en unas cuantas frases el hartazgo de Nuevo León: “Son unos desgraciados (el Ministerio Público)… que solo vienen a cobrar”. “¡Asesinos!”, “¡Ellos son la delincuencia organizada!”, “¡Que me vengan a quitar lo habladora!”.

“Era para que hubiéramos llenado hasta la Macroplaza”, exclama el padre de Gabriela Pineda, la estudiante de psicología que fue atropellada por un policía que perdió el control después de ser balaceado. El Doctor Cantú denuncia la muerte de su hijo Jorge Otilio, acribillado por fuerzas especiales de Nuevo León. Hasta el acta de defunción falsearon para intentar ocultar los balazos que a quemarropa le propinaron en la cara.

Por su parte, Olga Reyes vuelve a sacar fuerzas de flaqueza y arenga a la multitud: “¡hay que quitarse esa pinche cobardía!”. Julián LeBarón le da la razón al padre de Gabriela al deplorar que “no tenemos la más mínima noción de comunidad…, por eso no hay 100 millones personas en esta plaza protestando por 40 mil muertos”. Y pone el dedo bien hondo en la yaga: “todos los que no están aquí es porque hay algo que les importa más que la vida”.

Por si el desfile de víctimas fuera poco, aparece también la muy entrona, la señorona Rosario Ibarra de Piedra, quien ha buscado sin éxito a su hijo Jesús durante los últimos 37 años. La senadora regiomontana no vacila en contar su tragedia por millonésima vez. Tampoco titubea en echarle una flor a Javier Sicilia, comparándolo con José Martí, quien “como escribió Gabriela Mistral, hizo el milagro de pelear sin odio”.

El cuarto día de viaje se está acabando con la noche en Monterrey. Sicilia lamenta en la tribuna que la reforma política –la que contempla las candidaturas ciudadanas independientes- haya sido detenida ese mismo martes en el senado. Su intervención parece inconclusa cuando en la plaza se entona a coro “Solo le pido a Dios”, de Mercedes Sosa. Sin embargo, el poeta vuelve al micrófono, invitando a los regios a acompañar a sumarse en la incursión de los terrenos de la resistencia civil pacífica. Son las 2330 del martes 7 de junio y la caravana va acompañar no a 4, sino a 9 familiares de víctimas rumbo a la Procuraduría de Justicia de Nuevo León, para exigir que se reabran los expedientes de esos delitos y se fijen plazos para su esclarecimiento.

Para desaliento de los caravaneros, solo unas cuantas decenas de lugareños se unen al contingente. Pero no importa, uno solo de los hermanos regios agraviados habría sido suficiente para ejercer el derecho que los ciudadanos tenemos de exigir a las autoridades que hagan su trabajo, o que renuncien. Rumbo a la procu, una niña y un payaso inyectan dopamina a los caravaneros.

martes, 21 de junio de 2011

Rumbo a Saltillo. Martes 7 de junio, 2011.


Kilómetros recorridos: 1843.

Dos horas después de iniciado el mitin en la ciudad de Durango la catarsis continuaba. De no ser porque era necesario un descanso para los caravaneros, las víctimas habrían seguido despotricando durante varias horas más contra los responsables de la realidad demencial en que viven: los narcotraficantes, que como escribió Sicilia en su carta abierta de abril pasado, han roto los códigos mínimos de ética con que se manejaban en el pasado, practicando ahora un salvajismo atroz; y la clase gobernante que, como denuncia la ciudadanía en el caso específico de Durango, solo ha servido para lavar el dinero de los propios delincuentes. El asesor especial en seguridad para la ONU y catedrático de las universidades de Berkeley y Columbia, Edgardo Buscaglia, confirma esa percepción al sentenciar en días recientes: “la delincuencia organizada mexicana es de Estado”.

En su intervención, que sirve de colofón al acto público en Durango, Sicilia cita al poeta español Miguel Hernández y su Elegía, el lúgubre poema que reza en sus primeras dos estrofas:

Tengo ya el alma ronca y tengo ronco

el gemido de música traidora…

Arrímate a llorar conmigo a un tronco:


retírate conmigo al campo y llora

a la sangrienta sombra de un granado

desgarrado de amor como tú ahora.

De vuelta en los autobuses, los participantes de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad todavía no salimos del asombro después de escuchados los testimonios; son tan pocas las noticias que nos llegan al centro del país acerca del desgarrado Durango. Enfilamos hacia una colonia del nororiente de la ciudad, cuyas viviendas abandonadas fueron recuperadas por el Consejo Coordinador Obrero Popular (COCOPO), organización que lleva años defendiendo a familias que no pueden pagar las viviendas adquiridas mediante los créditos de Infonavit. Pernoctaremos en la escuela secundaria Nellie Campobello donde los cocopeños nos mostrarán un rostro muy diferente de su ciudad.

Son casi las 2 am ya del martes 7 de junio y todavía no termina el maratónico lunes para los caravaneros, que ya no sabemos si tenemos hambre, sueño o ganas de ir al baño. Los del comité organizador se encuentran igual de extenuados: nos han esperado pacientemente para acogernos y revitalizarnos con una cena de rajas muy picosas y frijoles. Varios compas nos ofrecen sus propias casas, bastante espaciosas, para pasar la noche de manera más cómoda; algunos aceptamos sin chistar.

Siete de la mañana y los chavos cocopeños, estudiantes de preparatoria, con quienes compartimos el techo y las escasas horas de sueño, se hallan listos para un día más de escuela. Parten al mismo tiempo en que un puñado de caravaneros y un servidor observamos la amplísima cobertura que la televisión local le brindó a la caravana en los noticieros matutinos; mediáticamente ha sido un éxito. En la secundaria, el desayuno está caliente y bien servido –¡hasta leche hay!. Sicilia retrasa una vez más la salida del convoy al llegar tarde a la conferencia de prensa, pero los jóvenes de secundaria encuentran la manera de hacernos más llevadera la espera.

Los estudiantes de la Nellie Campobello se aglutinan alrededor de las personalidades de la caravana: Yayo el payaso, Sergio el flautista regio y el Hombre-Tierra. Las niñas nos muestran orgullosas las pintas que ellas mismas elaboraron en la barda principal de su escuela. Christian, del grupo de los “Marabuntos” –vinculados con la tristemente célebre Iniciativa México-, improvisa sketches callejeros con las adolescentes frente a los murales, mientras las ventanas del autobús 3 son tapizadas con recuerdos dibujados en crayola por los niños. El Copalero de la caravana, tomado de las manos con los chavos, organiza dinámicas de canto que parecerían venidas de un tiempo prehistórico, un tiempo donde los niños sencillamente jugaban en la hora del recreo, en vez de dejarse poseer por la compulsión de enviar mensajes vía celular, o reproducir videos vacuos en los gadgets de moda.

Hay esperanza en estos chavos. Hay esperanza si se les enseña a sonreír y a pensar distinto.

Agreguen 2 horas de retraso rumbo a Saltillo, pero ahí vamos. Es un camino larguísimo de 540 km, así que hay encontrar los medios para combatir el aburrimiento a como dé lugar. Entonces conozco a Yulene Olaizola, del colectivo de realizadores EmergenciaMX, que ha estado al pie del cañón filmando cada acontecimiento importante –y no tan importante- que sucede en el autobús 1. Yulene es egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y a sus 28 años ya ha dirigido dos películas: Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (2008) y Paraísos Artificiales (2011), que obtuvo el galardón a mejor fotografía en el Festival de Cine de Tribeca en Nueva York, en abril pasado. La cineasta me comparte que fue por iniciativa de Federico González, colega suyo a bordo también del autobús 1, que el grupo de EmergenciaMX se conformó con otros 12 realizadores en tan solo una semana, la previa al comienzo de la caravana. La misión del colectivo fue la de difundir lo acontecido hacia dentro y hacia fuera de la caravana durante el recorrido, a través de pequeños clips disponibles en la página emergenciamx.org, con miras a preparar un largometraje documental en el futuro cercano. ¡Enhorabuena el esfuerzo emprendido por ciudadanos como Yulene, Federico y compañía!

El cine es un arte que ilustra e invita a la acción. La proyección de un documental bastante didáctico sobre la resistencia civil deriva en una tupida lluvia de ideas en el autobús 1. Durante una hora y veinte minutos varios caravaneros tomamos el micrófono para reflexionar sobre lo que pensamos le hace falta a la caravana y cómo alcanzarlo. El tema central es, evidentemente, lo que sigue después del pacto en Ciudad Juárez: la resistencia civil pacífica, forzada por la esperable –y ya constatada- indiferencia del gobierno federal, y cómo llevarla a su consecución.

Hay quienes piensan de manera optimista y ven una respuesta “automática” de la ciudadanía ante el llamado a un boicot después del pacto. Otros pensamos que aún hace falta “arrastrar” a muchos sectores de la población que no se han hecho visibles, para así materializar la resistencia civil de manera efectiva. Héctor, del Sindicato Mexicano de Electricistas, ironiza ante el cuestionamiento de porqué no han aparecido aún las universidades públicas, salvo la valiosa excepción de la UJED, en el trayecto de la caravana: “están estudiando la realidad de la que no pueden formar parte, porque de lo contrario [su análisis] ya no sería ciencia”. Es cierto, hace falta mucha sensibilización.

Pietro, por su parte, insiste en que la resistencia civil y el movimiento mismo deben enfocarse a la realización de pequeños logros tangibles, más allá de las grandes agendas de cambio profundo que se comienzan a barajar al interior de la caravana. Ameglio dice: primero justicia para las víctimas, después la ideología, y concluye: “aún no hemos logrado nada”. Con todo, y aún después de la demoledora jornada del día anterior en Durango, el optimismo prevalece en el autobús; vamos a la mitad del camino, y se espera lo mejor -¿o peor?- por venir.

Surge una buena nueva: las autoridades dan una pequeña señal de que no están sordos o muertos .El titular de la Procuraduría de Justicia Nuevo León, Adrián de la Garza, acepta dialogar con Javier Sicilia y cuatro de las víctimas más emblemáticas de crímenes cometidos en Nuevo León y revisar sus casos. A veces, pensar positivo sí funciona.

Hemos pasado de largo Torreón y lo que primero que vimos sobre el periférico, a la entrada y a la salida de la ciudad, fue la irremediable danza de los espectaculares de la farsa electoral, una danza imbécil recetada con intervalos de 3 y 6 años en México. Con cinismo renovado, el partido de la “experiencia probada, nueva actitud”, el PRI, vende la figura del candidato del continuismo, Rubén Moreira, hermano del exgobernador Humberto Moreira, con el slogan de la más patética vacuidad: “Más Moreira, Mejor Coahuila”.

Si existe una agenda de cambios profundos en la caravana o en el país, esa agenda debe pasar inexcusablemente por la transformación profunda y radical de la enana clase política de nuestro país. Una clase enana de miras y enana de entendimiento, pues nos cree enanos también. Como escribió a principios de año Francisco Valdés Ugalde, director de FLACSO México, “hay que invadir de sociedad a la política”. Urge.

viernes, 17 de junio de 2011

Durango. Lunes 6 de junio de 2011


Kilómetros recorridos: 1303.

Recién habíamos abordado el autobús 1 para proseguir la travesía, todavía estacionados en la ciudad de Zacatecas, cuando Olga Reyes ofrece el enésimo testimonio de su múltiple tragedia al enésimo medio de comunicación, esta vez al medio electrónico extranjero Narco News, dirigido por Al Giordano. Olga ha sido especialmente abierta para compartir su historia, reviviendo de paso el inmenso dolor producido por sus seis muertos, con sus responsables impunes a la fecha. La juarense por adopción –Olga nació en San Pedro, Coahuila pero fue criada en la ciudad fronteriza- parece creer que entre más medios difundan las infamias que ha sufrido, la cloaca de impunidad y corrupción terminará por colapsar y por fin se le hará justicia. ¿Cuántas veces más tendrá Olga que contar su dolor frente a un micrófono, frente a una grabadora?

Dejamos el pueblo natal del también ilustre Manuel M. Ponce para adentrarnos un poco más en el desierto. Mejor dicho, en la tierra de nadie. El árido Sombrerete, bañado por la densa luz del sol de media tarde, parece más bien desde la carretera un pueblo fantasma y no la quinta ciudad más importante de la provincia zacatecana.

En el camino nos enteramos de la respuesta de la Secretaría de Seguridad Pública federal al cateo ilegal en el Centro Paso del Norte. Nos comunican que estaban buscando a un narcomenudista en las instalaciones del centro y –deducimos- por eso violaron la ley. En México, por desgracia, ya no nos extrañan ese tipo de bajezas cometidas a manos de las autoridades que se vanaglorian de combatir el crimen organizado. Por su parte, también surge la especie de que, de acuerdo con una fuente de Olga Reyes, una patrulla de policías federales había tirado un cuerpo muerto –sí, tirado, como si fuera basura- en un paraje solitario de algún rincón de Cd. Juárez el día anterior. Es la brutalidad y el salvajismo de ambos bandos de la guerra como norma.

Nos sumergimos en Durango, el estado más pobre del norte del país; pareciera que estoy llegando a otro planeta. Nos dan la primera de cuatro bienvenidas en el minúsculo municipio de Vicente Guerrero donde estuvieron esperando más de cuatro horas para vernos unos cuantos minutos. Un puñado de mujeres y jovencitas hicieron el esfuerzo sobrehumano de vencer el miedo que los grupos de narcotraficantes les han impuesto y salieron a la calle. El miedo y la impotencia de ver como sus niños son levantados un día sí y otro también, para convertirlos en matones desechables. En Vicente Guerrero, nos susurran las lugareñas, ya perdieron la cuenta de los desaparecidos.

Son las 7:40 pm y, por increíble que parezca, el sol está cociéndonos la piel. La segunda parada toma lugar a las afueras de la pomposamente llamada Planta Centauro de Bio Pappel de Kraft. Nos saluda un pequeño grupo de automovilistas manifestantes con mantas que reclaman la autonomía de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED). En más de 1000 km recorridos, es la primera vez que una universidad pública dice “esta boca es mía” y se adhiere al esfuerzo ciudadano de la caravana. ¿Dónde estuvieron las universidades de Michoacán, San Luis Potosí y Zacatecas?

La tercera bienvenida sucede en el puente peatonal que comunica un lado de la carretera con la colonia Valle del Guadiana. Al pie del puente, Francisco Rodríguez, de 6 años de edad, sostiene con ambas manos un cuadro de su padre asesinado cuando su madre le grita que Javier Sicilia acaba de llegar con la caravana. El niño corre desesperado hacia Javier y cae al suelo sin soltar el cuadro. Él y la familia Rodríguez están urgidos de hablar con el escritor. Durango se ha vuelto vanguardia de lo más despreciable: en Valle del Guadiana se han exhumado, hasta el 15 de junio, 242 cadáveres de las fosas clandestinas.

Finalmente la caravana entra en la capital de los alacranes por avenida 20 de noviembre. Impacientes y después de más de 5 horas de espera, los duranguenses nos dan la más cálida de las bienvenidas en cuatro estados recorridos: aplausos, agradecimientos y vivas suenan por todos lados. A la altura de la tienda Soriana comienza la procesión. En sentido contrario los jóvenes, los ridículamente muy jóvenes reclutas de la academia de policía estatal también saludan a la caravana trepados en las cajas de sus pickups. Un caravanero desliza: “es una pinche oportunidad en la vida, que en realidad es la muerte”, en referencia al “futuro” que les espera a esos escuincles.

El ambiente es al mismo tiempo una alegría y una tensión cuando doblamos hacia el kiosco de la plaza principal, de espaldas a la catedral de Durango. Yayo y la improvisada banda filarmónica de la caravana van cantando y bailando la consigna que se convirtió en el tema del movimiento: “basta-ya-de-guerra, queremos-ya-la-paz”. No sospechamos aún que el canto y la música serán ahogados en breves instantes debajo de la avalancha del horror.

Socorro Soto, escritora local y activa organizadora del evento en Durango ve providencia en la ocasión: “no hay coincidencias, vienen desde la tierra del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, a la tierra del Centauro del Norte, Francisco Villa”. Comienzan los testimonios con el caso emblemático del señor Polo Valenzuela, vecino del municipio de Nuevo Ideal que denunció el secuestro de su hijo –que nunca apareció- ante todas las instancias: la Procuraduría de Durango, el Ejército, la Marina, la SIEDO y hasta Los Pinos. Todos lo desoyeron aún cuando el propio don Polo dio con el lugar donde tenían secuestrado a su hijo. Un día, en febrero pasado, llegaron a cobrarle el precio de su dignidad y su valentía: lo asesinaron. Su nuera es el único bastión que queda en pie de la familia avasallada. Desesperada y rabiosa les grita a sus paisanos: “¿qué es lo que quieren? Que mañana mismo digan en la calle: ‘¿se acuerdan la que habló en el templete en zócalo?’ ¡Pues ya la mataron también!”.

Están también las madres de jóvenes asesinados por “equivocación” a manos del crimen organizado. O las madres de jóvenes que fueron escarmentados con el precio de su propia vida por no acceder a convertirse en chacales para los cárteles. En el micrófono, una mujer habla por las viudas duranguenses de policías caídos. Denuncia que para obtener las pensiones se les prohibe trabajar y volver a casarse, y por si fuera poco, los pagos ni siquiera alcanzan para medio vivir. Indignada, la agraviada concluye: “a lo mejor el señor Joaquín Guzmán o el señor Zambada sí tienen la sensibilidad que necesitamos las viudas”.

En medio del mar de lágrimas de propios y extraños, de entre la multitud oyente surge un hombre, trabajador del campo, que interrumpe a gritos a la víctima en turno para intentar dar su propio testimonio. A simple vista, el sujeto parece no encontrarse en sus propios cabales, aunque se expresa muy articuladamente. Cuando logra ser escuchado por un grupo de caravaneros, el señor nos cuenta sus dolores. Un primo suyo osó repeler con su pistola la lluvia de fuego sin sentido que los militares le propinaban en un retén allá por la sierra. Hirió a uno de los soldados sin matarlo y en represalia los mandos castrenses movieron a todo un pelotón, con helicópteros y perros de presa para hallar al atrevido pariente. Nunca lo volvieron a ver. También le secuestraron a un amigo y los plagiarios tienen amenazados ambas familias, la del desaparecido y la suya propia. Exacerbado y desfigurado por la desesperación, el hombre no para de vomitar una o una las historias de las que ha sido testigo y que, asegura, todo mundo conoce en Durango. Nos cuestiona: “¡díme! ¿qué harías tú, si ves que a tu gente la matan todos los días en pleno boulevard, eh?”. Casi sin darnos cuenta, un lugareño se había acercado con su esposa e hijas a escuchar lo que decía aquel pobre cristiano, una vez que este terminó nos confió: “es cierto todo lo que dijo, todo eso pasa en Durango”.

Mientras, en el templete, Grecia Oliva nos da una bienvenida más, esta vez de manera muy peculiar. “Bienvenidos a esta hermosa ciudad que es Durango: colonia, tranquila y callada. Bienvenidos a esta ciudad donde los duranguenses no salen a las calles porque viven metidos debajo de sus mesas y sus camas ó, peor aún, porque ya no están sino debajo de la tierra de una narcofosa”. Grecia critica duramente a su gente y sentencia: “si hoy no lloras Durango, si hoy no haces consciencia, Durango estará perdido”.

Es casi medianoche y esta vez Julián LeBarón no puede decir gran cosa con la voz quebrada y la mirada acuosa. Así de devastados estamos todos los caravaneros, de ver y escuchar el dolor infinito de esta gente que está perdiendo la razón en un infierno sin audio. Sin embargo, Julián intenta salvar su intervención invitando al templete a Oscar Hernández, expolicía del Estado de México. Oscar se adhirió a la caravana y siempre viste su uniforme, sin estrellas ni insignia; se dio cuenta de que estar del lado de la “seguridad” no era la solución. Fuera de micrófonos, Oscar le contó a los caravaneros que fue su hijo pequeño el que lo hizo reflexionar sobre su trabajo. El niño cuestionaba a su padre si este mataba o levantaba gente inocente, o si estaba pagado por los narcos. Así fue como Oscar renunció. “No dejen que sus hijos se conviertan en máquinas de matar”, exhortó el mexiquense.

Sobre una jardinera, cuelgan de los ficus las botas mudas de los desaparecidos, esperando que un día sus dueños vuelvan a caminar con ellas. ¿Dónde están?

jueves, 16 de junio de 2011

San Luis Potosí-Zacatecas. Lunes 6 de junio, 2011


Kilómetros recorridos: 1002.

La mañana del lunes 6 empieza muy temprano y con mucha energía en los caravaneros. Hago énfasis en la necesidad de energía: el inicio de la semana comienza con un apretadísimo programa que abarca tres estados: la Minera San Xavier en San Luis Potosí, la ciudad de Zacatecas y el estado de Durango. Yayo junto a la flauta de Sergio, un regiomontano de sesenta y un años que todavía conserva el ímpetu de la juventud y los jaraneros, aprovechan la breve sobremesa del desayuno para contagiarnos de buena vibra con música y canto.

Pero la algarabía colectiva se torna rápidamente en tensión y preocupación una vez que la caravana aborda los autobuses. La noche del domingo anterior, al mismo tiempo que Javier y Julián hablaban del no-odio en la Plaza del Carmen de SLP, cinco patrullas de la Policía Federal irrumpían ilegalmente en el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, en Ciudad Juárez, dirigido por el respetabilísimo sacerdote Oscar Enríquez. Los federales rompieron los candados de las oficinas del centro de derechos humanos, revisaron y vandalizaron bases de datos y expedientes de casos que gestiona la organización. Se trataba de una clara señal de amedrentamiento por parte del gobierno federal en contra la caravana.

A las 930 de la mañana la caravana llega a la Minera San Xavier. La Minera, cabe mencionar, es un complejo de devastación subsidiado por la empresa canadiense New Gold, que opera impunemente en lo que queda el cerro de San Pedro, a pesar de las órdenes de suspensión emitidas en su contra por autoridades ambientales mexicanas. Esto no es todo: la Minera San Xavier explota el oro y la plata a través del sistema conocido como tajo a cielo abierto y lixiviación a montones, que emplea toneladas de material explosivo para tumbar el cerro, y que se encuentra prohibido en varios países por su alta capacidad contaminante. A la fecha, y después de más 10 años de litigios ante instancias estatales y federales, el saqueo prevalece.

El Frente Amplio Opositor a la minera toma la tribuna, a la vez que los caravaneros y adherentes realizamos el cordón humano a manera de clausura simbólica de la mina; por doquier se gritan consignas y mueras al complejo minero. Javier Sicilia, visiblemente alterado, da prioridad a la amenaza y exige a Felipe Calderón que esclarezca la irrupción de los federales en Paso del Norte: “¿qué quieren hacer ahora, nos van acabar de matar?”, vocifera el escritor. El acto es muy breve, hay que volver a los autobuses.

Andando ya sobre el camino, los caravaneros discutimos sobre la forma y el fondo de la postura que se debe asumir ante lo ocurrido en Paso del Norte. Pietro Ameglio insiste en que la caravana debe hacer dos cosas: primera, dar “la vuelta de tuerca” a este acto de intimidación y sacar provecho mediáticamente de él y, segunda, no caer en provocaciones por parte de las autoridades federales. A partir de ese momento, deberemos mantener más distancia aun de la presencia policiaca que protege a la caravana. Dentro del autobús número 1 se redacta la carta que Sicilia leería más tarde en la Plaza de Armas de Zacatecas; la carta, a pesar del lenguaje duro de protesta que contiene, no es “rasurada” en lo más mínimo por Javier.

El recorrido continúa. En la última parada previa a la ciudad de Zacatecas se comete una imprudencia inaudita. La chiapaneca Concepción Avendaño, hija del luchador social Amado Avendaño, propone mandar un mensaje a las autoridades y a los medios en respuesta al agravio del centro de derechos humanos juarense: formar un cerco humano alrededor de una patrulla de la policía estatal de Zacatecas y constreñirlo poco a poco hasta una distancia lo suficientemente corta del oficial policiaco.

Increíblemente, el círculo de escritores cercanos a Javier y el propio poeta consienten en llevar a cabo la desaforada iniciativa. La respuesta era previsible, el uniformado no sabe cómo reaccionar ante el acto. Nervioso, intenta localizar por radio a su superior para notificar la situación y recibir instrucciones. Al no haber pronta respuesta, el oficial solo atina a apuntar con el rifle a diestra y siniestra. Es obvio que la situación se está saliendo de control. Eduardo, uno de los caraveneros cercanos a Sicilia, le pide a este último que “haga algo” para calmar los ánimos. Javier resuelve acercarse al policía y desembarazarse de la situación dándole un abrazo (“¡El pueblo¡ ¡Uniformado¡¡También es explotado!”, reza una consigna). Los poetas también se equivocan.

Arribo de la caravana a Zacatecas. Es la primera vez que la multitud, muchos jóvenes entre ella, se une espontáneamente a la marcha sobre avenida González Ortega a la altura del monumento conocido como “El Caballito”. La columna hace una parada frente a la entrada de la exquisita Catedral de Zacatecas, con la fina hojarasca de su fachada. Metros más adelante, sobre la plaza principal, el templete se halla preparado para la sesión de dolor y rabia de las víctimas de la llamada guerra contra el narcotráfico.

Más y más víctimas como Eleazar Romero, de Villanueva Zacatecas, quien lleva desaparecido tres meses sin ninguna respuesta por parte de la procuraduría del estado. Edgar Quesada Castillo, policía municipal de Calera, Zacatecas (!), desparecido no solo físicamente, sino también desaparecido de los libros de trabajo de la corporación policiaca a la que pertenecía para evitar que se siguiera indagando su paradero. Y qué decir del secuestro de Juan Carlos Guardado, expresidente municipal de Fresnillo; el rescate ya se pagó pero el plagiado no aparece. En la tierra natal de Ramón López Velarde suceden cosas “muy gordas”, como dice el malagueño Raúl, periodista freelancer que cubrió la caravana y que residió varios meses en la capital zacatecana. Cosas gordas como una balacera en medio de una presentación de la pasada edición del Festival Cultural de Zacatecas y de la cual ningún medio local ni nacional reportó nada.

En el estrado, Julián LeBarón nos invita a cultivar en cada uno de nosotros la capacidad de indignarnos cuando una sola persona –una- es asesinada. Necesitamos indignarnos lo suficiente, arguye, para al menos saber la verdad, y remata: “necesitamos sentir suficiente amor propio y amor por nuestros prójimos para que nos importen los muertos”. Sigue el turno de “La Defensa de la Suave Patria, Declaración de Zacatecas”, la carta redactada por los caravaneros en boca de Sicilia.

Iracundo, Javier cuestiona: “¿qué busca Felipe Calderón en el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte?” “¿Los expedientes del horror en Juárez? ¿Los saldos de su estúpida guerra?” El líder del movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad hace responsables al gobierno federal y a su titular de cualquier daño que pudieran sufrir los caravaneros y los comités de recepción locales en las diferentes entidades. El padre Juan Francisco redondea sus palabras con la frase que sería el denominador común en todas sus declaraciones públicas: “que el dolor no sirva para engendrar el odio, sino para construir la paz”.

Terminada la arenga, una de las maestras de ceremonia del acto invita a los congregados a entonar el himno nacional mexicano. Javier, sosteniendo la bandera blanca, no lo consiente, “mejor guardemos un minuto de silencio por las víctimas…”, “ya no queremos un himno guerrero…”, “no queremos más ‘ un soldado en cada hijo te dio’, queremos una vida digna en cada hijo”.

Con el sol cayendo a plomo a las 4 de la tarde, los caravaneros trepan en los camiones para la siguiente parada, el primer vértice del triángulo dorado de la droga: Durango.

lunes, 13 de junio de 2011

Morelia-San Luis Potosí. Domingo 5 de junio, 2011


Kilómetros recorridos: 798

Terminado el mítin la noche del sábado en Morelia, y después de un tibio inicio en la primera parada de la caravana, los participantes fuimos agasajados con la presentación de un performance de música y rituales purhépechas. Al son de los atabales, un grupo de jóvenes danzantes ejecutaron un juego de pelota que de manera muy peculiar simula una batalla cósmica entre el sol y la luna. Se trataba de una especie hockey sobre tierra pero con un “puck” en llamas. La penumbra del lugar fraguaba una fascinante mezcla entre lo auditivo y lo visual: a un tiempo suenan los golpes de los palos y el rodar de fuego de la pelota junto al embelesamiento producido por las estelas trepidantes de un verdadero astro en miniatura.

A dormir.

El segundo día de la caravana comienza con una fría ducha en los baños del gimnasio auditorio de la sección 18 del SNTE, y con la conmemoración de un aniversario luctuoso: el domingo pasado se cumplieron dos años del asesinato de 49 niños en la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora; un clavo de impunidad más en la cruz de los mexicanos. Nuevamente el tiempo está apremiando. Pero antes de zarpar, hay que elaborar nuestro propio almuerzo: tortas y burritos comenzarían a perfilarse como los inexcusables compañeros de todo el viaje. Entre veinte o treinta, se le da montón a la no menor tarea de alimentar un regimiento de casi 500 caravaneros. A la hora de la parada intermedia, casi nadie dice grandes comentarios sobre el menú, pero tampoco se escuchan quejas.

En Irapuato es el refrigerio. Los viajeros acompañamos las tortas y burritos -hechos con ingrendientes enlatados- con las legendarias y deliciosas fresas de Irapuato. Después de la comilona, y en presencia de los mal encarados policías federales, se improvisa un pequeño escenario sobre el terregal donde Yayo, el payaso de la caravana, nos anima con un divertido número.

San Luis Potosí, el estado que aparece simbolizado en los mapas mexicanos con un nopal, es la primera entidad propiamente norteña que la caravana visitará. Colinda con más estados que ninguno otro en la república –siete- pero eso no lo hace menos conservador. Por su parte, la capital homónima ciertamente cuenta una identidad bastante arraigada: en San Luis todo es potosino, las enchiladas, el instituto de jóvenes, la feria y hasta la central camionera.

Reanudado el trayecto, todavía cruzando el estado de Guanajato, en el autobús 1 nos ponemos teóricos. Tere, la señora de Cancún que perdió a su hijo, nos lee en el micrófono unas líneas del infaltable Eduardo Galeano. Silvana y Jessica, dos inquietas universitarias de la Facultad de Filosofía de la UNAM, se bajaron de la caravana en Morelia, pero nos dejaron de tarea un material videográfico recién terminado que habla sobre la violencia en México y pequeñas claves de cómo combatirla. Las jóvenes estaban muy preocupadas por el recibimiento del material al interior del grupo, más aún por el hecho de que Pietro Ameglio, una de las cabezas más visibles del movimiento por la paz y pasajero del autobús 1, es profesor de ambas en la carrera. El video nos daría pauta para futuras discusiones.

El odómetro sigue su marcha y el cambio de la geografía física se ha cada vez más notorio. Las inmediaciones de Guayangareo, todavía arboladas, han quedado atrás para dar paso a una vegetación de matorrales y pasto seco. Regados sobre pequeños valles, aparecen en la nueva geografía minúsculos pueblos, caseríos dispersos de unos cuantos cientos de habitantes, quizá decenas, que conforman lo que podríamos llamar “el México de doble fondo”, como el compartimento de los tráilers donde viajan hacinados los migrantes centroamericanos, que nadie ve. La Fragua, El Patolito –homólogos del misérrimo San Pedro de los Saguaros, de la película “La Ley de Herodes”-, son nombres de lugares que difícilmente aparecerían en Google Maps. ¿Qué pasaría si un día la caravana tocara a la puerta de ese México de doble fondo? ¿Cómo nos verían?

Casi cinco horas después de Irapuato, aparece al fin la hermosa ciudad colonial que lleva por nombre el de una vastísima mina de la meridional Bolivia. Al igual que en el sur del continente, San Luis también tuvo sus años de bonanza en la Nueva España. Pero los mexicanos no sabemos mucho de historia: el Potosí mexicano todavía tiene mucho que regalar los intereses extranjeros.

La marcha en San Luis es mucho más corta en distancia y menos organizada aún que la de Morelia. Tan solo un par de cuadras y los caravaneros aparecemos a un costado del Teatro La Paz, en un pequeño rincón de la Plaza del Carmen, donde se congregan unas cuantas decenas de adherentes locales. El mitín, curiosamente, comienza con cifras. Potosí es una de las entidades con mayor proporción de pobres: 53% del total estatal. Por otro lado, en esta guerra estúpida donde el ejército es el principal de los actores, San Luis solo cuenta con 800 soldados destacamentados (leyeron bien, 800 soldados). Me pregunto, ¿qué opinarán los potosinos sobre la desmilitarización del país?

Vuelve la retahíla de los agravios a los oídos de la caravana. Tímidos aún, pues las denuncias no son presentadas por las propias víctimas, sino a través del comité organizador, surgen los testimonios de al menos dos secuestros que son achacados al entonces candidato a la gubernatura de San Luis, el actual gobernador priísta, Fernando Toranzo. La bulla de la gente confirma la percepción de los potosinos sobre la posible responsabilidad del mandatario.

Los que sí hacen presencia, y muy vistosa, son los del pueblo wixarika de Wirikuta. Los huicholes denuncian sin cortapisas la traición de Felipe Calderón, quien en 2008 se vistió a la usanza huichola prometiendo proteger el patrimonio cultural y material de los wixarika, y ahora se desentiende de la concesión otorgada a la minera canadiense First Majestic Silver Corporation para explotar los yacimientos asentados en la Sierra de Catorce, considerada por los indígenas como santuario sagrado. Los wixarika, reclaman, “tenemos el derecho de posesión ancestral” y “nuestra vocación no es la minería, sino el alumbramiento y renovación del corazón del mundo…”, “ por eso nos vestimos de flor , porque cantamos la paz”. Otro compañero huichol, el señor Sebastián de la Cruz, presidente comunitario en Tamasopo, denuncia sus “4 muertitos” que le ha costado el no dejarse del despojo de tierras.

“¡Los asesinos! ¡Están en Los Pinos!”, corean los congregados en la Plaza del Carmen.

Hasta uno de los choferes de la caravana sube al estrado para denunciar su agravio. Un compañero suyo, también operador de autobús, fue asesinado a balazos en Villahermosa, Tabasco, días antes de iniciar la caravana. Los familiares del chofer asesinado en Villahermosa han buscado justicia inúltimente justicia. Las autoridades, con la terrible insensibilidad característica les dijeron a los dolientes: “si quieres protección, págala”. El del testimonio se queja de que muchos paisanos tabasqueños se han refugiado en otros estados y hasta en el extranjero para salvar el pellejo: “¿por qué nos hemos de ir a otro país si este es nuestro país?”, reclama.

Llega el turno de Julián LeBarón. El oriundo de Galena, Chihuahua, reflexiona sobre cómo se gesta la violencia. Julián piensa que los descabezados y las ejecuciones primero fueron gritos y mentadas de madre, y sentencia: “juntos creamos la violencia, o dejamos que exista”. Después le sigue Javier, que nos instruye sobre el significado del consuelo y el papel central que juega en esta caravana. El consuelo, nos dice “es estar con la soledad del otro, es juntar nuestras soledades”. El poeta habla de esa soledad avasalladora que padece quien ha perdido a un hijo, una hermana, un padre.

Entonces el poeta menciona el nombre que para muchas comunidades y ciudades enteras del país se ha vuelto legítimamente impronunciable: el de Felipe Calderón. Inmediatamente surgen los silbidos y abucheos. Javier no lo puede sufrir. Molesto, le reclama a los asistentes: “¿qué no oyeron lo que acaba de decir Julián LeBarón?”, “estamos aquí para cambiar el corazón; la paz no se hace con mentadas de madre”, “sino nos entendemos, entonces, ¿qué hacemos aquí?”. A la izquierda de Javier surge la confrontación iracunda de un sujeto frente al regaño, pero este no alcanza a ser escuchado, y entre el resto de las personas surgen las voces de quienes piden la solución en forma de receta: “tú dános la solución, Javier”. El amor, insiste el escritor, es la única solución posible.

El ambiente tarda varios minutos en distenderse y Sicilia pide 5 minutos de silencio por las víctimas de esta guerra absurda y por los niños muertos en el guardería ABC. Terminado el acto –quizá más desnutrido en número que el de Michoacán-, los potosinos son ahora los que nos honran con un número del taller infantil de danza local y un performance bastante atractivo sobre la desesperación, “Picando cebolla”. Al día siguiente, piedra es lo que habría que seguir picando.

La recepción y la cena tuvieron lugar en el Instituto Potosino de la Juventud. Un grupo de colectivos de jóvenes que fueron los brazos y los pies en la organización de la bienvenida extraordinaria que nos brindaron. El copalero de la caravana, siempre cargando con su bandera del orgullo gay, arma espontáneamente la porra para la cocinera. Ella y los demás chavos se la ganaron a pulso, pues los tamales estaban hechos con amor, y el amor es algo que no se puede ocultar. Esto de la caravana se trata de aprender a amar.