miércoles, 22 de junio de 2011

Saltillo-Monterrey.Martes 7 de junio, 2011.


Kilómetros recorridos: 1918.

La caravana motorizada llega avanzada ya la tarde a Saltillo, la capital de Coahuila, estado natal del antirreeleccionista Francisco I. Madero. A unos 200 metros del Boulevard Echeverría, en el gimnasio-auditorio de la escuela católica Ignacio Zaragoza, nos esperan de nueva cuenta las palmas y la gratitud, esta vez de los saltillenses. De comida prepararon viandas con menú tipo Kentucky Fried Chicken, pero igual lo agradecemos y le hincamos el diente. En el centro del gimnasio de usos múltiples la mesa colocada aguarda a Sicilia, Álvarez Icaza y el obispo de la diócesis de Saltillo, Raúl Vera.

En el acto vuelve a aparecer el clamor del norte: las y los desaparecidas. Al pie de la duela del foro lateral cuelgan las mantas de Elisa Loyo, nacida el mismo año que el que escribe (1983), y asesinada a los 25 años. A su lado, la manta de Raúl Reyes Cepeda, desaparecido en la ciudad fronteriza de Piedras Negras, en abril de 2009. En el micrófono nos brinda su apoyo y adherencia la representante de la Familia Pasta de Conchos, con sus 65 mineros que después de 5 años siguen enterrados bajo el alud de la corrupción y de poder empresarial. En Coahuila, sentencian los deudos de Pasta de Conchos, los mineros no se siguen muriendo por no seguir las normas de seguridad, como asegura el execrable Secretario del Trabajo, Javier Lozano, sino por la avaricia de los empresarios.

Escuchamos los testimonios de desapariciones forzadas con fines de reclutamiento en Parras, Coahuila. Y las constantes amenazas que el prestigiado diario El Siglo de Torreón sigue sufriendo, la última de ellas materializada en un granadazo tirado en sus instalaciones; México es un país donde hasta los reporteros de los medios más poderosos han sufrido muertos. En su alocución, el obispo Raúl Vera, tan querido por los lastimados coahuilenses, se mofa de las inverosímiles declaraciones del candidato de Felipe Calderón, el Secretario-de-Hacienda-en -campaña Ernesto Cordero, quien aseguró que “hace mucho que México dejó de ser un país pobre”. Al terminar, el clérigo voltea a ver a Sicilia y le espeta: “no sé si sabías en lo que te estabas metiendo, cuando comenzaste esto”.

El acto termina muy pronto, y hay que rodar otro poco más hacia el oriente para llegar a la tercera ciudad más importante del país, Monterrey. En el camino, algunos caravaneros muestran su extrañeza por lo discreto y apartado del lugar donde se llevó a cabo el evento en Saltillo. Al fondo del autobús 1, Sergio el flautista está envuelto en una mezcla de emoción y escepticismo sobre lo que va pasar en su ciudad natal. Cuando aparece sobre nuestro costado izquierdo el majestuoso Cerro de las Mitras, y sobre el derecho la impresionante puerta de La Huasteca de Santa Catarina, Sergio nos cuenta que más hacia el norte, en zonas apartadas del municipio de García, todos los días se escuchan las rondas de metralleta provenientes de los campos de entrenamiento de Los Zetas. Si Sergio lo sabe, ¿por qué García Luna lo ignora?

Después de cruzar por el ultra desarrollado San Pedro Garza García, pletórico de rascacielos coronados con nombres extranjeros de despachos de consultores y corredurías, llegamos finalmente al muy dolido Monterrey. En la plaza del Antiguo Colegio de Nuevo León, ya pasadas las 9 de la noche, los neoleonenses nos dan la gran sorpresa. Sobre la avenida Benito Juárez ya tienen preparada la valla para que Javier, Julián y compañía sean los primeros en pisar la plaza. La vibra irradiada por los regios nos conmueve hasta los huesos. Antes de bajar del autobús le deslizo con jiribilla a Sergio: “¡¿qué onda con tu gente, güey?!”; “yo tampoco lo puedo creer”, me responde.

Si la caravana está pintada de blanco por ser el color de la paz, el rosa de las mujeres no se queda atrás. En la ciudad de Monterrey las señoras, madres, jóvenes estudiantes y profesionistas, vuelven a ser el rostro que mayoritariamente ha caracterizado a los actos públicos. Ellas nos miran a los ojos, nos miran como se mira a un hijo que regresa de un largo viaje. Nos miran sin miedo, porque lo vencieron por un día para congregarse y recibir a sus hijos viajeros; ellas, en el fondo del dolor inenarrable, nos brindan amor a cambio de un poco de consuelo.

Precisamente es una agraciada joven la que comienza el mitin con poesía de Walt Whitman y su Canto a mí mismo. Lo dedica “a los que disparan, porque tampoco la están pasando bien”.

Gloria Aguilera tiene a dos hijos y su esposo desaparecidos desde septiembre de 2010, todos ellos policías de tránsito de Monterrey. Laura es madre de Mario Jorge Tovar, policía desaparecido adscrito a San Nicolás de los Garza. Irma Leticia Hidalgo tiene a su hijo Andrés desaparecido desde marzo pasado. Andrés, además de mexicano, también es ciudadano norteamericano (¿no deberían las autoridades estadunidenses exigir la presentación con vida de un ciudadano suyo?). Amada Puentes le dice a su hijo Gustavo González que siempre, SIEMPRE lo estará buscando. Gustavo fue secuestrado por las patrullas 534, 538 y 540 de la policía de Monterrey, junto con el tristemente célebre Vaquero Galáctico, artista callejero que se ganaba la vida como estatua viviente en el centro de Monterrey. Amada condensa en unas cuantas frases el hartazgo de Nuevo León: “Son unos desgraciados (el Ministerio Público)… que solo vienen a cobrar”. “¡Asesinos!”, “¡Ellos son la delincuencia organizada!”, “¡Que me vengan a quitar lo habladora!”.

“Era para que hubiéramos llenado hasta la Macroplaza”, exclama el padre de Gabriela Pineda, la estudiante de psicología que fue atropellada por un policía que perdió el control después de ser balaceado. El Doctor Cantú denuncia la muerte de su hijo Jorge Otilio, acribillado por fuerzas especiales de Nuevo León. Hasta el acta de defunción falsearon para intentar ocultar los balazos que a quemarropa le propinaron en la cara.

Por su parte, Olga Reyes vuelve a sacar fuerzas de flaqueza y arenga a la multitud: “¡hay que quitarse esa pinche cobardía!”. Julián LeBarón le da la razón al padre de Gabriela al deplorar que “no tenemos la más mínima noción de comunidad…, por eso no hay 100 millones personas en esta plaza protestando por 40 mil muertos”. Y pone el dedo bien hondo en la yaga: “todos los que no están aquí es porque hay algo que les importa más que la vida”.

Por si el desfile de víctimas fuera poco, aparece también la muy entrona, la señorona Rosario Ibarra de Piedra, quien ha buscado sin éxito a su hijo Jesús durante los últimos 37 años. La senadora regiomontana no vacila en contar su tragedia por millonésima vez. Tampoco titubea en echarle una flor a Javier Sicilia, comparándolo con José Martí, quien “como escribió Gabriela Mistral, hizo el milagro de pelear sin odio”.

El cuarto día de viaje se está acabando con la noche en Monterrey. Sicilia lamenta en la tribuna que la reforma política –la que contempla las candidaturas ciudadanas independientes- haya sido detenida ese mismo martes en el senado. Su intervención parece inconclusa cuando en la plaza se entona a coro “Solo le pido a Dios”, de Mercedes Sosa. Sin embargo, el poeta vuelve al micrófono, invitando a los regios a acompañar a sumarse en la incursión de los terrenos de la resistencia civil pacífica. Son las 2330 del martes 7 de junio y la caravana va acompañar no a 4, sino a 9 familiares de víctimas rumbo a la Procuraduría de Justicia de Nuevo León, para exigir que se reabran los expedientes de esos delitos y se fijen plazos para su esclarecimiento.

Para desaliento de los caravaneros, solo unas cuantas decenas de lugareños se unen al contingente. Pero no importa, uno solo de los hermanos regios agraviados habría sido suficiente para ejercer el derecho que los ciudadanos tenemos de exigir a las autoridades que hagan su trabajo, o que renuncien. Rumbo a la procu, una niña y un payaso inyectan dopamina a los caravaneros.

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