lunes, 30 de agosto de 2010

El que no transa, no avanza


Una bella dama ha criticado acremente mi anterior contribución acerca de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Tiene razón. Me dijo algo así como: “hubieras cerrado perfecto con el tema de los migrantes centroamericanos y el martirio que les hacemos sufrir en su paso por México hacia a USA…”
Han pasado casi dos meses desde que un servidor maicero redactó casi con las vísceras su último post, y prácticamente el mismo tiempo desde que esa oportuna crítica me fue hecha. Solo hasta ahora tuve la vergüenza de hablar algo al respecto. Ya pa'qué.
Como no soy ningún experto en la materia solo expresaré lo siguiente:
¿Qué puedo comentar sobre el abominable descubrimiento en Tamaulipas de 72 seres humanos ejecutados, de origen extranjero –centro y sudamericanos-, que el propio hecho no diga contundentemente? Es decir, ¿qué más se puede agregar al respecto? Lo que yo puedo decir, es que me da vergüenza. Me da vergüenza mi país. Me avergüenzo de ser mexicano. Me avergüenzo de ser miembro de un pueblo que se indigna de que sus inmigrantes connacionales sean tratados como basura al norte del río Bravo, sin importarle un comino que al sur del mismo río se cometan atrocidades peores, pero a otros inmigrantes. Y me avergüenzo aún más del descaro con el que el INM se defendió presentando cifras inauditas hechas al vapor para respaldar el "gran trabajo" que hacen salvando migrantes centroamericanos por doquier. Aberramos el racismo norteamericano pero somos igual o peor porquería. Somos doblemente hipócritas. Nosotros, los mexicanos, somos tan racistas que nos saltamos la fase de “discriminación” para pasar directo al exterminio. Porque lo que hicieron esos criminales con esas 72 personas fue exterminio. El mismo exterminio que cometen todos los días contra miembros de bandas rivales del narcotráfico. Las narcominas, narcofosas, narco-tinas-de-ácido y demás son nuestros nuevos campos de exterminio. Así de sencillo.

Ahora comencemos con lo que quiero hablar el día de hoy. Es una historia muy divertida.
Aunque mi gurú Miguel Ángel Granados Chapa ha expresado rotundamente que detesta hacer crónicas que traten sobre un “conocí a fulano” ó “conocí a perengano”, por esta vez me apartaré de ese canon, como el propio periodista hidalguense lo hizo recientemente al hablar del muy extrañado Carlos Monsiváis.
Tengo un amigo, al que llamaremos Pepe. Pepe fue mi compañero de la preparatoria. Todo un personaje. Desde el primer día de escuela me cayó bien porque me hizo plática, así, sin más ni más, para preguntarme si me agradaba la idea de jugar baloncesto con él al día siguiente. Y sí, jugamos. Jugamos mucho baloncesto…, desde ese día y hasta el último que pasamos en ese parque de diversiones y lujuria llamado Preparatoria. Mis antiguos compañeros y yo concebimos un nuevo adagio para ese templo del (no)saber: “si fuiste a la prepa y no egresaste como dealer, terrorista o padrote es que no aprendiste nada de la prepa.” Yo solo aprendí a jugar baloncesto y casi todo lo aprendí de Pepe. Por ello y por varias cosas más, lo estimo en alto grado.
Desde tercer año, Pepe comenzó a desarrollar gala las habilidades que le darían el fundamento teórico de su más reciente profesión: las cartas y el juego de números. Aunque yo nunca he entendido nada de esos juegos de azar –son una absoluta pérdida de tiempo, como escribió el maestro José Vasconcelos-, sabía muy bien que Pepe tranzaba cada que sus débiles contrincantes lo permitían, cosa que sucedía muy a menudo. Nacido en una familia de tahúres, a sus 18 años Pepe no solo conocía varios trucos de la baraja que le facilitaban hacerse de dinero fácil -dentro de una institución donde, se supone, los jóvenes se “preparan” para ingresar a la carrera a la que, se supone, se dedicarán el resto de sus vidas- sino que comerciaba con todo lo que se le pudiera poner un precio: tenis, carteras, playeras, estéreos. No fui el único que le dijo: “no has vendido a tu madre porque la señora no se deja!”
Eso de vender la madre no es muy diferente a vender la patria. He pensado: si mi amigo Pepe ocupara un puesto que le permitiera vender porciones groseras de la selva maya a los hoteleros españoles, vender yacimientos de oro y plata a las mineras canadienses, vender la banca a emporios financieros, por desgracia, también españoles –ahí les encargo la Copa Santander “Libertadores”, nombre cual no hay otro más patético-, seguramente vendería todo esto y más.
Además de agradable en el trato y poseer el famosísimo y mexicanísimo don de gentes, el marchante se las gasta de muy rostro. Con el tiempo, Pepe ha acumulado el expertise necesario para encontrar la fórmula que le dé acceso a la meta que se trazó hace casi una década: “yo ando buscando una viejita de billetes que me mantenga”. Especializado en relaciones públicas y pequeñas estafas como encargado de un congal de juego de números, Pepe ha tejido la red de contactos y negocios que le estimula a soñar con el “siguiente nivel”.¿ Y qué es el siguiente nivel? Tal vez ni él mismo lo sepa. Pero de que se trata de “tener más”, no cabe la menor duda.
A Pepe no le basta con haber viajado, a pesar de su gran incultura, a dos o tres países de Europa, un lujo que, sobra decirlo, pocos mortales clasemedieros egresados del antro del saber llamado Preparatoria se pueden dar. Tampoco le es suficiente cambiar de carro cada 6 meses y financiarse pachangas donde se derrochan varios miles de pesos. Pepe quiere más. Su más reciente “proyecto” es inmoral incluso para los de su "sector económico": se acuesta con una señora, viuda, que tiene dos trabajos, dos nóminas: hacer como que trabaja para una corporación federal de seguridad y recibir “incentivos” de la delincuencia organizada por hacer eso mismo, “hacer como que trabaja”. Ja! Otra de las grandes contribuciones de México al patrimonio cultural inmaterial de la humanidad (¡cuántas veces he oído esa maldita frase!). La tipa posee un automóvil de lujo por cada dedo de la mano –¿o será que la delincuencia organizada la premia con un automóvil cada que, mochando dedos, un secuestro rinde dividendos? – y ahora posee un juguete nuevo para el undécimo dedo, Pepe, quien le ayuda a llenar la vida vacía y repugnante que lleva (si te faltan dedos para vestir todos los anillos que el dinero puede comprar, pues cómprate un dedo adicional!).
El cinismo salinista. Mi amigo de la juventud me confió alguna vez que aquí, en Mexiquito y en esta vida, hay que “chingar al de adelante porque el de atrás te viene chingando”. Cosa curiosa, sin haber abierto jamás un libro por voluntad propia –ni por inducción externa-, Pepe entendió a muy corta edad lo que Kafka y muchos pensadores y filósofos modernos han denunciado y condenado: vivimos un mundo donde no hay cabida para el amor ni la compasión, y para prácticamente ningún sentimiento noble. Tal vez ni siquera lo entendió por sí mismo, tan solo se lo inculcaron antes de aprenderse las tablas de multiplicar. Lástima que Pepe entienda el sistema para reproducir el modelo y sacar provecho de él a la perfección. Pero, ¿qué más da? Si por todos lados hay cientos de Pepes , mercando y traficando con esto y con aquello, legal o ilegal, tranzando y avanzando, acumulando riqueza y manejando y administrando la espiral de una vida, su vida, a costa del infortunio y la infelicidad de muchas otras vidas. ¿De qué sirve el “ascenso social”, cuestionó alguna vez Denise Dresser, si para ascender socialmente debo hundir a los que me rodean?

¿Porqué escribir sobre un personaje como mi amigo? Realmente no lo sé. Tal vez estoy siguiendo inconcientemente la teoría de Monsi sobre el narcocorrido, alguna vez ya comentada en este espacio, un género que según el escritor no hace apología del crimen. Por el contrario, el género es un canto-estallido que exclama algo parecido a: “nosotros, no nada más ustedes, políticos y empresarios de mierda, también podemos darnos la gran vida.” Ahora tal vez, sin quererlo, estoy haciendo una especie de “corrido virtual en prosa sobre un viejo amigo de la prepa”. Es un buen título, ¿no creen?

El pilón.
A pesar de la gran vergüenza sentida y expresada al principio del post de hoy por los terribles acontecimientos en Tamaulipas, seguiré denunciando las chingaderas que sufren nuestros paisanos mexicanos en el imperio gringo. Aquí les va otra mini-historia.
Manuel es oriundo de la Sierra Norte de Puebla. Tiene veinte años y desde hace dos trabaja ilegalmente en el condado de Orange. Habla Náhuatl aunque le avergüence hablarlo. Mi padre y él son compañeros de trabajo. Son esclavos de primer mundo en un spa de primer mundo. En ese centro de relajación lujosa, donde el masaje más barato cuesta 100 dls, también labora Tara, una masajista gringa que en apariencia es una mujer agradable y buena gente. Solo que tiene un pequeño defecto: a sus cincuenta y tantos años está convencida de que está viviendo su segunda juventud, y una segunda juventud se debe disfrutar en compañía de un joven de la primera juventud.
El “Nahualin” es una persona –el apodo es autoría despectiva de mi papá-, digamos, de temperamento tropical, en concordancia con el clima de su tierra natal. Desde que llegó a USA fue embelesado por la belleza de la mujer estadunidense. Manuel no tardaría en morder el anzuelo. Tara, la rejuvenecida mujer, creyó que embonaba bien con el sueño del paisano poblano de probar “carne gringa”, aunque fuera “carne de gallina vieja” -como reza por ahí el viejo adagio machista (¡otra contribución más al patrimonio cultural inmaterial!). Así lo calculó ella tal vez. Sin embargo, algo salió mal. Tal vez fue el poco inglés tijuanero que mastica Manuel, o el deseo atrasado de Tara que precipitó las cosas, o simplemente el hecho de que él no pudo explicar que solo quería salir y pasar el rato, y que no era tan rifado para emplearse a fondo en una sesión de artes amatorias con tamaño ejemplar –Tara es alta y corpulenta, y Manuel más bien posee el físico de un mexicano de la serranía.
Empezaron los chantajes. Ella lo amenazó: “te voy a denunciar con inmigración porque eres un wetback y manejas un auto sin licencia de conducir.” El no supo qué hacer, la paranoia lo invadió, ya ni quería salir de su casa. Pidió ayuda con el gerente del spa y en una lógica absurda lo despidieron “temporalmente” en lo que “se calmaban las cosas”, aún cuando existía evidencia –los mensajes de texto de Tara en el celular de Manuel- que mostraba que ella lo estaba acosando y chantajeando.
Les aseguro que si un mexicano ilegal hubiera asediado a una norteamericana de la manera en que la perversa Tara lo hizo con nuestro paisano, al mexicano lo hubieran refundido al menos 3 o 4 años por acoso sexual, como mínimo. Pero desde luego, éste no fue el caso. Manuel está contento porque el desempleo sólo duro mes y medio y le reincorporaron a sus antiguas actividades. Tara ya no tiene permiso de hacer migas con nadie…, para evitar malas interpretaciones.

Un abrazo maiceros!!!

(Cartón "Nuestra Belleza" publicado por Omar en El Universal)