sábado, 9 de abril de 2011

Cuernavaca, Mor. 6 de abril de 2011

“¡Estamos hasta la madre!” Ésta es la consigna que Javier Sicilia expresa en representación, sin temor a equivocaciones, de la inmensa mayoría de los mexicanos. En respuesta, el pueblo asqueado de tanta sangre salió a las calles.

La lista de agravios y la mala fama que Cuernavaca y sus pobladores han ganado a pulso (desde aquel día infausto en que los marinos mexicanos asesinaron a Arturo Beltrán Leyva –asesinar a un capo de la droga en nombre del prostituido “Estado de derecho” resulta bien visto) es interminable: un toque de queda impuesto por varias horas en la primavera del 2010, hace un año, que paralizó la actividad social y comercial de Cuernavaca y los municipios aledaños; el “orgullo” de engendrar monstruos adolescentes que son capaces de secuestrar, torturar, mutilar y ejecutar, como el internacionalmente conocido “Ponchis”, el niño sicario; y claro, los colgados del puente de la avenida Diana y del fraccionamiento Tabachines, que son lugar común en el imaginario del horror de los guayabitos.

Con 80 ejecuciones en lo que va de 2011, y mil quinientas desde el inicio de la administración de nuestro “góber Narco-Adame”, el homicidio atroz de 7 personas -4 de ellas jóvenes- el pasado 27 de marzo, entre las que se encontraba Juan Francisco Sicilia, hijo del poeta y periodista Javier Sicilia, fue la gota que derramó el vaso.

El pueblo no podía seguir en la pasividad.

La marcha del miércoles pasado es un respiro, una esperanza para todos los mexicanos. Más de 20 mil personas salieron a gritar “No más muertos” y otros muchos “No ma’s”, en el “paraíso” de la Eterna Primavera. Lo de paraíso ya no lo creería ni mi abuela. El contingente partió de la glorieta de la Paloma de la Paz a las 17 horas con 20 minutos, cosa que es mucho decir en un país de impuntuales. Desde el comienzo se sentía que no sería cualquier marcha. La primera parada, inexcusable, sería en los cuarteles de la 24ª. Zona Militar. Ahí Sicilia increpó, con justicia, a los militares. Nuestros aberrantes militares que han acumulado “daños colaterales”, violaciones y desapariciones cual si fueran dulces. La marcha prosiguió su trayecto con lentitud, pero sin pereza, hasta tomar la avenida Emiliano Zapata, antes coronada con la estatua del generalísimo de Anenecuilco que luchó por la tierra, y ahora extraviada en aras de la construcción de otro templo al dios concreto y al megadios automóvil. ¡Qué ironía!

Sobre avenida Zapata el que escribe se unió al maicero Centéotl, su novia Chol y el noble Milkey Chupipack. El entusiasmo en la manifestación se podía respirar y asir en el aire. Los contingentes de varias inclinaciones y filiaciones se hicieron escuchar. Los había de universidades particulares, sindicatos, preparatorias públicas, institutos de investigación. Una actriz mexicana, señora de edad, cuyo nombre no puedo recordar, esperaba prestísima la marcha desde su silla de ruedas. Hasta los “niños bien” y los gringos residentes o turistas bajaron con pancartas hacia el centro de nuestra capital. No podía ser de otra manera.

Los jóvenes dominaron la composición del escenario. Su energía, desbordante, nunca derivó en desmán ni atropello. Cantaban, corrían, bailaban, hacían ruido con las botellas de agua “Ciel” –una de las marcas propiedad de la más imperialista de todas. Lanzaban lo mismo “mueras” al gobierno que invitaciones a los curiosos: “¡La gente, consciente, se une al contingente!”. Y esto ocurría enfrente de la iglesia gótica de “El Calvario”, en la esquina de Morelos y Matamoros.

Los manifestantes parecían no querer dejar de caminar. Fuimos pocos los que nos paramos, por muy breves minutos, a tomar un descanso. La entropía acumulada, producto de esta estúpida “guerra contra el narco” que vivimos, era demasiada para descansar y desaprovechar la oportunidad de tomar las calles de Cuernavaca y alzar la voz. A partir de la glorieta de Tlaltenango ("tierra de murallas", cosa curiosa) el río de gente fue largo lo mismo hacia el norte que hacia el sur, la mirada solo alcanzaba para ver playeras blancas en esas direcciones.

A las tiendas de abarrotes y los infames Oxxo’s les fue muy bien vendiendo agua embotellada, pues los adherentes a la causa de la paz necesitaban rehidratarse ante el inclemente calor que nos ha azotado en fechas recientes.

El arribo de la columna manifestante a la Plaza de Armas, en el corazón de Cuernavaca, es una imagen preciada que guardaré todos los días de mi vida. Los edificios antiguos del zócalo, gigantes mudos, también marcharon: sirvieron de cuerpo macizo para el eco de nuestras consignas. Al bajar por el punto donde las avenidas No Reelección y Matamoros se convierten en Galeana, justo enfrente del Teatro Ocampo, la piel se me hizo de gallina: ¡no tenemos atole en la venas! Los boleros del zócalo y otros curiosos, recargados sobre las bancas cubiertas de estiércol de paloma, nos regalaban una tímida sonrisa. Estábamos recuperando algo: un poco de nuestra ciudad, un poco de nuestra dignidad, un poco de nuestra humanidad.

Sicilia ya se encontraba apostado en la principal plaza del estado, listo para dar el último y definitivo discurso de la gran marcha. No puedo imaginarme en sus zapatos. Imaginarme la responsabilidad sobre los hombros de un poeta convertido por la fuerza de la barbarie en luchador social. Nos agradeció. Nos invitó. Nos reprendió. “De nada sirve tirar a Calderón si estamos podridos, vendrá otro y será lo mismo”. “Somos los únicos responsables de rehacer el tejido social de esta nación, que está totalmente desgarrado”. Vaya tarea que nos ha dejado.

Compañeros de otros agravios, de otras infamias, dijeron palabras pertinentísimas en el estrado. Tal fue el caso de un padre muy joven, o mejor dicho, un joven que le arrancaron la dicha de ser padre, una de las tantas víctimas del caso de la guardería ABC. “Hoy es una tarde hermosamente triste, porque mucha gente salió a marchar por algo, salió a marchar porque hay muchos muertos pendientes”. Nada más 35 mil y contando.

Cuernavaca puso el ejemplo. Es la primera marcha que tiene esta convocatoria, nacional e internacional, desde que los dueños del país desataron este teatro de la violencia y el salvajismo en 2007. Acaso la originada por el crimen de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí , sea equiparable. Pero esta es la primera vez que “los de aquí” lideramos a “los de allá” –el DF. Para Cuernavaca, en definitiva, es un hecho sin precedentes, insólito.

Es evidente que falta mucho por hacer. Muchas marchas por venir. Muchísimas heridas que sanar. Esta marcha no se puede quedar sola. Primero lo primero: que esclarezcan el asesinato de Juan Francisco Sicilia y de ahí pasando por todos los demás crímenes: los de la familia Reyes, la familia Escobedo, los de la ABC, los de Pasta de Conchos, los de las muertas de Juárez, las narcofosas; y así hasta acabar con esta maldita guerra que nos asfixia. No es un sueño guajiro. Tampoco es mucho pedir. ¿Acaso no podemos acabar con lo mínimo, con la despreciable impunidad?

Sí se puede, si los guayabitos nos sacudimos la pachorra, todos los mexicanos podemos empezar a sacudirnos todo lo demás. Que el país entero se inunde de marchas.

lunes, 4 de abril de 2011

Carta abierta a los políticos y a los criminales. 3 REVISTA PROCESO / ABRIL 2011. JAVIER SICILIA

El brutal asesinato de mi hijo Juan Francisco, de Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio Romero Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, se suma a los de tantos otros muchachos y muchachas que han sido igualmente asesinados a lo largo y ancho del país a causa no sólo de la guerra desatada por el gobierno de Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón que se ha apoderado de la mal llamada clase política y de la clase criminal, que ha roto sus códigos de honor.
No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que eran inmensas, ni de las de los otros muchachos que vi florecer a su lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado. Hablar de ello no serviría más que para conmover lo que ya de por sí conmueve el corazón de la ciudadanía hasta la indignación. No quiero tampoco hablar del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos destruidos. Para ese dolor no hay palabras –sólo la poesía puede acercarse un poco a él, y ustedes no saben de poesía–. Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada–, desde esas vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que estamos hasta la madre.
Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida; estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo; porque, en medio de esa corrupción que muestra el fracaso del Estado, cada ciudadano de este país ha sido reducido a lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó, con palabra griega, zoe: la vida no protegida, la vida de un animal, de un ser que puede ser violentado, secuestrado, vejado y asesinado impunemente; estamos hasta la madre porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, la cultura y las oportunidades de trabajo honrado y bueno, que es lo que hace a las buenas naciones; estamos hasta la madre porque esa corta imaginación está permitiendo que nuestros muchachos, nuestros hijos, no sólo sean asesinados sino, después, criminalizados, vueltos falsamente culpables para satisfacer el ánimo de esa imaginación; estamos hasta la madre porque otra parte de nuestros muchachos, a causa de la ausencia de un buen plan de gobierno, no tienen oportunidades para educarse, para encontrar un trabajo digno y, arrojados a las periferias, son posibles reclutas para el crimen organizado y la violencia; estamos hasta la madre porque a causa de todo ello la ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes, en sus policías, en su Ejército, y tiene miedo y dolor; estamos hasta la madre porque lo único que les importa, además de un poder impotente que sólo sirve para administrar la desgracia, es el dinero, el fomento de la competencia, de su pinche “competitividad” y del consumo desmesurado, que son otros nombres de la violencia.
De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido.
Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal –los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca, imbécil. Estamos hasta la madre porque en su afán de poder y de enriquecimiento humillan a nuestros hijos y los destrozan y producen miedo y espanto.
Ustedes, “señores” políticos, y ustedes, “señores” criminales –lo entrecomillo porque ese epíteto se otorga sólo a la gente honorable–, están con sus omisiones, sus pleitos y sus actos envileciendo a la nación. La muerte de mi hijo Juan Francisco ha levantado la solidaridad y el grito de indignación –que mi familia y yo agradecemos desde el fondo de nuestros corazones– de la ciudadanía y de los medios. Esa indignación vuelve de nuevo a poner ante nuestros oídos esa acertadísima frase que Martí dirigió a los gobernantes: “Si no pueden, renuncien”. Al volverla a poner ante nuestros oídos –después de los miles de cadáveres anónimos y no anónimos que llevamos a nuestras espaldas, es decir, de tantos inocentes asesinados y envilecidos–, esa frase debe ir acompañada de grandes movilizaciones ciudadanas que los obliguen, en estos momentos de emergencia nacional, a unirse para crear una agenda que unifique a la nación y cree un estado de gobernabilidad real. Las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una marcha nacional el miércoles 6 de abril que saldrá a las 5:00 PM del monumento de la Paloma de la Paz para llegar hasta el Palacio de Gobierno, exigiendo justicia y paz. Si los ciudadanos no nos unimos a ella y la reproducimos constantemente en todas las ciudades, en todos los municipios o delegaciones del país, si no somos capaces de eso para obligarlos a ustedes, “señores” políticos, a gobernar con justicia y dignidad, y a ustedes, “señores” criminales, a retornar a sus códigos de honor y a limitar su salvajismo, la espiral de violencia que han generado nos llevará a un camino de horror sin retorno. Si ustedes, “señores” políticos, no gobiernan bien y no toman en serio que vivimos un estado de emergencia nacional que requiere su unidad, y ustedes, “señores” criminales, no limitan sus acciones, terminarán por triunfar y tener el poder, pero gobernarán o reinarán sobre un montón de osarios y de seres amedrentados y destruidos en su alma. Un sueño que ninguno de nosotros les envidia.
No hay vida, escribía Albert Camus, sin persuasión y sin paz, y la historia del México de hoy sólo conoce la intimidación, el sufrimiento, la desconfianza y el temor de que un día otro hijo o hija de alguna otra familia sea envilecido y masacrado, sólo conoce que lo que ustedes nos piden es que la muerte, como ya está sucediendo hoy, se convierta en un asunto de estadística y de administración al que todos debemos acostumbrarnos.
Porque no queremos eso, el próximo miércoles saldremos a la calle; porque no queremos un muchacho más, un hijo nuestro, asesinado, las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una unidad nacional ciudadana que debemos mantener viva para romper el miedo y el aislamiento que la incapacidad de ustedes, “señores” políticos, y la crueldad de ustedes, “señores” criminales, nos quieren meter en el cuerpo y en el alma.
Recuerdo, en este sentido, unos versos de Bertolt Brecht cuando el horror del nazismo, es decir, el horror de la instalación del crimen en la vida cotidiana de una nación, se anunciaba: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”. Hoy, después de tantos crímenes soportados, cuando el cuerpo destrozado de mi hijo y de sus amigos ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía y a los medios, debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar, con nuestro grito de indignación para que los versos de Brecht no se hagan una realidad en nuestro país.
Además opino que hay que devolverle la dignidad a esta nación.