sábado, 9 de octubre de 2010

Como un grano de cebada. I

“Como un grano de cebada es chiquita la Cecilia, la Cecilia es chiquita como un grano de cebada…” Así reza una canción huasteca que tuve suerte de disfrutar recientemente en un brevísimo pero importantísimo resquicio cultural. Ya habrán notado que los maiceros hemos andado muy musicales este año bicentenario. No es fortuito: la música es de las pocas cosas que alimenta el espíritu y el optimismo estos días –terapia musical para la disfunción espiritual, le escuché decir a una amiga. Sigamos opinando, pues, sostenidos del eje musical.

He tenido la oportunidad de visitar por motivos de “trabajo” la hermana ciudad de Pachuca –lo de hermana verán qué rápido se aclara, lo de las comillas en la palabra trabajo demorará un poco-, en particular la feria que cada otoño se lleva a cabo en “La Bella Airosa”, y de ciertas cosas alrededor de la ciudad minera y de su feria hablaré en el post de hoy. Debo mencionar, primero, que un servidor no es muy afecto a los jolgorios populares, pero después de haber visto tantas cosas, he cambiado sensiblemente mi opinión: hay un gran material que podemos compartir. Además, el “trabajo” es el trabajo.

Otro preámbulo. Por cuestiones de espacio y solvencia académica, no me voy a meter en las motivaciones que tiene el pueblo para abarrotar estas fiestas con tal de no seguir abonando a la imagen de ogro antipatriota y antimexicano que me he forjado. Octavio Paz ya nos ofreció una brillante disertación de porqué los mexicanos somos tan aficionados a las aglomeraciones, la fiestas y las ferias, y yo no tengo mucho más que aportar.

Estamos de vuelta en mi ciudad natal y en mi saco lleva más preguntas que respuestas: ¿se puede construir una versión lo suficientemente aproximada a una realidad local a partir de pequeñas versiones individuales recolectadas al azar? Expondré por sí solas esas versiones que me dan las buenas razones que tengo para creer que sí se puede. Ustedes juzgarán. ¿Quiénes son los pachuqueños? Esta pregunta se deriva de una ramplona calcomanía que anda circulando por toda la ciudad pegada en automóviles y taxis a manera de slogan político: es un slogan político. Según he indagado, la frasesita trillada la patrocina un líder transportista priísta y su “organización”, con el fin de hacer frente a las candidaturas de aspirantes venidos de fuera. Sin embargo, considero que le podemos dar otro enfoque a lo que implica la frase a partir de la propia triquiñuela propagandística. Por otra parte, de entre las pocas certezas que me deja esta experiencia, la siguiente sería la más sólida: ¡qué difícil es criticar lo que uno más quiere! (De esto último podemos dar fe con la tremenda rebatinga que se armó en este espacio a raíz de las opiniones sobre los festejos del bicentenario) Y otra pregunta: ¿Alguna vez habrá alguien que corra el altísimo riesgo de invertir en un local de libros dentro de una feria?

Vamos por partes. Primero, es difícil encontrarse a un verdadero pachuqueño en Pachuca –quiero decir pachuqueño de nacimiento- porque la horda de invasores chilangos, y de varias tribus más, ha copado la ciudad y la actividad económica. Sin embargo, sí logré a conocer a varios de estos connacionales. ¿Qué opinan de su ciudad? Un taxista: “la gente de mi pueblo es ‘rara’, como muy seca…” Lo de la gente “seca”, deduje, debe ser ocasionado por el clima semiárido que domina la región y que origina, por ejemplo, que no haya un solo árbol que mida más de 3 metros en todos los cerros que rodean la ciudad. Luego mi interlocutor sentenció: “…y es un mito que haya mucha afición de los Tuzos aquí en Pachuca, la afición aquí es muy villamelona, solo van a ver al Pachuca cuando vienen equipos ‘grandes’ como el América o las Chivas, porque aquí hay muchos chivas y águilas.” Esto último tendía a confirmar mi hipótesis de que hay menos pachuqueños de lo que uno podía pensar.

Después consideré que tal vez mi sincero conductor había tenido un mal inicio de día –aunado al hecho de que su parentela chihuahuense, de la que sí está muy orgulloso, es “a toda madre”-; uno no se espera ese tipo de declaraciones de un taxista todos los días y la convicción con que afirmó su visión realmente me sorprendió. No obstante, una joven estilista , con menos vehemencia pero igual claridad, confirmó lo aseverado por el pambolero chofer: “somos muy volubles… como muy secos” Oh my-fucking-god-that-does-not-exist! ¡He caído en un lugar plagado de “secos”! ¿Secos como un fósil? ¿En Cuernavaca somos “secos” o bien lubricados? No hay que perder la cordura, me dije. Después de todo Querétaro está muy cerca y ahí, todomundo dice, sí está bien chido y la gente es buena onda. (Mario, vocalista de la banda de nu-metal en español, Mari Lechuga, formada en Pachuca, ha defendido con no poco recelo sus orígenes queretanos ante mis provocaciones. Agrego: pero si hasta producen vino! ¡Qué nice! Cualquiera que conozca Santiago de Querétaro sabrá que lo nice se respira en cada esquina de la ciudad).

Me parecía evidente que el desarraigo está a flor de piel en la gente de Pachuca. Los flamantes monumentos y caminos volados de cemento hechos al vapor –multidistribuidores viales, pomposamente les llaman-, que conmemoran los mismos héroes de siempre y los mismos hechos históricos de siempre tratan –quiera el cielo que al menos eso tengan de bueno- de crear o refundar una identidad pachuqueña –la que le conviene al priísmo local y nacional-, acompañados por supuesto de la “tuzomanía” metida con calzador: en Pachuca encontramos el Tuzo Forum, cortesía de los Hoteles y Gulags Camino Real; la quinta Tuzos, el Club Tucitos de fútbol, y por supuesto el infaltable Huracán, casa de los Tuzotes del Pachuca. Enésima pregunta: ¿se logra una verdadera identidad con toda esta parafernalia?

Como en todos los demás estados, Hidalgo es una entidad que refleja muy nítidamente los muchos Méxicos que existen. En la capital hidalguense encontramos, por un lado, el México de la Plaza Galerías -¿cuántas malditas plazas construidas por ese grupo y con ese nombre habrá en todo el país?- y por otro lado tenemos el México del solitario y olvidado centro de Pachuca. Galerías está llena de curiosos día y noche, pero paseando en una tarde soleada de miércoles por el centro, poco falto para que me topara con mi propio eco. Pero ya sé por qué hacen esas plazas comerciales tan altas y tan anchas: es para que no se vean los barrios populares que están detrás de ellas, de donde se obtiene la mano de obra barata y poco calificada necesaria para operar esos congales.

En el centro de Pachuca no hay remozamientos para los pocos –pero muy significativos- edificios históricos que hay. Tampoco para las estrechas avenidas. La verdad no lucen mal, pero todo parece indicar que el espíritu bicentenario no aterrizó en el centro de la gélida ciudad ni para darle un nuevo brío turístico al primer cuadro: obtener, por ejemplo, una foto mínimamente decente de la fachada del edificio de Cajas Reales sería poco más que imposible debido a los 20 mil diablitos que cuelgan de los postes de luz que estorban la vista del inmueble (!!!). ¿Alguien ha visto postes de luz en la acera de Palacio Nacional? La gente, se nota a leguas, no está acostumbrada a ver turistas vagando. El comercio es tímido, el Parque Hidalgo, el más cercano al centro, está buenísimo para echar novio –y un poquito más- porque no hay una sola pareja que te haga competencia –el aire frío tampoco ayuda mucho para el arrumaco. ¿Acaso es que se fueron todos a la Feria? No necesariamente.

Una vez escuché que los libros de viajeros se deben leer con pies de plomo. Hagan lo mismo con mi reseña, pero permítanme afirmarles que Pachuca se parece mucho a Cuernavaca. Ambas están trazadas con las patas. Ambas poblaciones se quejan del creciente tráfico y, muy veladamente en el caso de los pachuqueños, allá también se quejan de los chilangos como nosotros. El crecimiento demográfico es híper desordenado. Hay auténticas manchas de conjuntos habitacionales emplazados en prados antes deshabitados y que no tienen vecindad unos con otros. Los ingenieros civiles artífices de los desniveles y otras vialidades –doble contra sencillo a que no son de Hidalgo siquiera- hacen curvo hasta el crucero más simple. Es muy probable que a esos constructores les gusten mucho los juegos mecánicos, pues varios de sus puentes erigidos tienen el ancho exacto de un solo carro, no de un carril vehicular, al estilo de una montaña rusa. (Todo este circo de concreto es, desde luego, en aras de “la creación de empleos”, entre otras cosas).

Un defeño residente de varios años en Pachuca me deslizó que lo que “pega” en esa ciudad es el bluff. Es decir, si quieres que un negocio o una actividad funcione, tienes que hacerlo muy vistoso y rimbombante. Algo hay de eso, pero esa arista será materia de la secuela de este intento de estampa sobre la ciudad “custodiada” por los Zetas. Prefiero concluir esta entrega con una puntada tierna. En la feria conocí a Iván, biólogo miembro de un club de cetrería que promueve la conservación de aves en peligro de extinción en Pachuca, y encargado también del stand de exhibición de aves rapaces dentro de la propia feria. El naturalista me presentó a sus amores: dos hidalguenses águilas de Harris, dos buteos –uno marrón y otro de cola blanca, el segundo oriundo de Chiapas-; una preciosa águila real macho traída del mismísimo pueblo en Zacatecas donde todavía habitan águilas reales en estado salvaje –si ven el documental “Los que se quedan”, de Juan Rulfo, sabrán el nombre de ese pueblo que ahora se me escapa, aunque no es el único por esas latitudes; dos halcones, un enorme y negrísimo cuervo real, también hidalguense–los cuervos que habitan el sur de California, recordé, son mucho más pequeños que esta especie, lo que fue confirmado por el biólogo- y uno que otro búho. Es obvio que el ave que roba cámara es la que forma parte de nuestro escudo patrio. ¡Hay tantas implicaciones en ese escudo y en esa ave! Iván me contó que una vez volaron el águila macho cerca de las montañas de Frailes en la ciudad pachuqueña. De repente, el águila fue atraída hacia un punto particular de la zona: se trataba de una pareja de águilas. Después de observar por largo rato el comportamiento de las tres felices águilas, los cetreros notaron que la hembra de la pareja local jalaba al macho fuereño a quedarse en el nido. ¡Sí! ¡Las águilas mexicanas son bien querendonas! Al macho no le queda más que resignarse, la hembra lo supera en tamaño –hasta 2.15 m de longitud con las alas extendidas. La custodia del ave norteña le pertenece legalmente a los del club – la Nación es la propietaria de los ejemplares-, por lo que no es conveniente dejarla en cualquier lugar. Afortunadamente casi nadie sabe que en esas altas montañas habita la hermosa pareja. Que así sea.

Pienso que los pachuqueños , como sus águilas, son más hospitalarios de lo que algunos creen…

("Deportaciones", cartón publicado por Boligán en El Universal. Por cierto, ya van casi 400 mil deportados de EU en lo que va de 2010, se congratularon Napolitano y Obama. Muy bien negrito de shit, vas muy bien, cada día te pareces más a tu innombrable predecesor)

1 comentario:

  1. Dejeme decirle compañero que me enredo un poco su articulo pero creo que entendi el punto. Pero mexicanos es igual a pachanguero.. fiestero. y lo mas bello la fiesta popular.

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