viernes, 15 de octubre de 2010

Como un grano de cebada. II y última

En México como en todo el mundo –sonó a spot cervecero- existen millones, quizá a nivel global sí sean cientos de millones de personas las empleadas en condiciones informales, inciertas, inseguras y hasta ilegales. El hambre y otras circunstancias obligan a estos explotados a soportar el régimen laboral injusto al que son sometidos. Recordemos que Tlaltecuhtli nos hablaba recientemente sobre cómo una obrera veracruzana es utilizada como mano de obra baratísima después de haber pasado satisfactoriamente una infamante prueba de embarazo, todo esto en la bapuleada Cd. Juárez. En realidad le salió barato a la oriunda de Mina , al menos no murió calcinada y arrumbada en una mina como sucedió con los 65 trabajadores de Pasta de Conchos, cuyos cuerpos, a la fecha, siguen tan sepultados como cualquier institución o política integral verdaderamente protectora de los derechos laborales de los mexicanos en este país. Fiu!

Hay otros que por cuestiones menos comprensibles se exponen innecesariamente a escenarios laborales bastante inciertos. Tal es el caso de un servidor. Me ofrecí como administrador, mesero, bartender y en pocas palabras, chacho en general de un bar de feria, en ésta que todavía no termina de Pachuca 2010. Por eso mencioné que en la ciudad hidalguense fui a desarrollar un “trabajo”, concepto etéreo y escurridizo que todavía no puedo asir para describir lo que significa en estos días. Sea lo que fuere, creo que tuve un trabajo, fugaz, pero trabajo al fin.

Hablando de las políticas que urgen en México, mi experiencia me hizo cuestionarme sobre si existe una verdadera política de salubridad en nuestro país, o si sólo nos limitamos a repetir como guacamayas año con año las mismas recomendaciones para evitar focos de dengue, cólera y otros azotes (están también, desde luego, las muy respetables campañas de vacunación). Advertencia: intentaré ofrecer una explicación del porqué de mis cuestionamientos a partir una herramienta muy sencilla: el sentido común, pues no soy ni diseñador ni contralor de políticas públicas, ni mucho menos. Pues bien, partiré del siguiente cuestionamiento: ¿es posible que una feria convencional, como todas las otras ferias de cientos de pueblos y ciudades de toda la república, cumplan con un estándar mínimo de higiene y salubridad? Por simple y rudimentaria lógica, en una feria donde hay disponible un solo grifo de agua por cada 50 puestos, ¿es creíble que los productos alimenticios ofrecidos en el evento cumplan con una higiene mínima?

Nuestros gallardos inspectores de la SSA hacían sus rondines de cuando en cuando por los pasillos de la feria donde se ofrecían alimentos y bebidas. Sin saludarme y con poca o nula amabilidad, me sentenciaron en más de una ocasión: “no puedes preparar bebidas sin cofia, cubrebocas y mandil; sino cumples, te clausuramos”. Sino saludaban, muchos menos decían adiós. En otras oportunidades, además, espetaban: “no puedes tener vasos escarchados sobre la barra esperando a ser servidos.” Me explico: para adelantar un poco de trabajo y en los ratos de ocio, nos dedicábamos a escarchar con chile y limón la boca de los vasos de cerveza donde después, cuando hubiera más chamba, se serviría la codiciada bebida embriagante. Tampoco se podía, porque “se contamina”. Después de haber sufrido una injusta clausura administrativa, lo que menos necesitábamos era una nueva clausura por motivos de salubridad. ¿Alguna vez han visto un bartender que use cubrepelo?

¿De dónde sacan nuestras autoridades estas disposiciones? Nadie nos ofreció un manual o reglamento de salubridad que nos ilustrara cómo y porqué cumplir una sola de las misteriosas y obligatorias normas. Y por otro lado, los inspectores de la dependencia oficial, ¿se toman siquiera la molestia de revisar la infraestructura del reciento ferial previo al evento, para darse una mínima idea de cómo no se puede cumplir, ya no con sus oscuras disposiciones, ni siquiera con la higiene mínima que las buenas costumbres nos han enseñado? Es decir, por lo que yo sé, un auditor o inspector, de salubridad, calidad, o de lo que sea, debería revisar algún registro o plano de lo que va auditar. En estos documentos, los lacayos de la SSA deberían constatar el número de tomas de agua, coladeras, accesos de ventilación en espacios cerrados y baños que las instalaciones de la envergadura de una feria tienen y –otra vez- deberían tener, previo a la inauguración del evento evento. ¿Estoy exigiendo demasiado?

Si alguna vez han ido a cualquier feria se habrán percatado de ciertos puestos de comida donde te ofrecen cualquier suerte de antojitos y platillos exóticos: desde mixiotes de carnero, pasando por la inexcusable birria, hasta filetes asados de avestruz. Nuestro bar se localizaba, perpendicularmente, mero en frente de uno de los pasillos de estos expendios. Me llamó la atención que el parrillero o primer cocinero de la plurifonda que me quedaba más cerca, jamás utilizó cubrepelo en las más de dos semanas que estuve observándolo desde mi trinchera bartenderil . Más aún: jamás pude constatar que ningundo de los varios cabritos que exhibían día y noche fuera consumido ni siquiera en un treinta por ciento en un solo día, aunque todos los días asaran un nuevo ejemplar.¿Tirarían a la basura un cabrito entero que nadie consumió? Por supuesto que no. La peste y el mosquerío ocasionados por los caprinos fritos y refritos eran descaradamente sofocados quemando chile a cualquier hora, provocando que locatarios y visitantes sacáramos las vísceras por la boca debido a los accesos de tos. Todo mundo sabíamos que era insano comer en esos lugares, pero todo mundo nos callamos, ¿hicieron algo al respecto nuestros ejecutivos de la SSA?

Abundemos ahora en el aspecto del agua y la limpieza. Me parece que a cualquiera nos gusta comer en un traste limpio, así nos sirvan en él un puñado de cacahuates para botanear. A mis compañeros de chamba poco les importaba si el cuchillo y la tabla que utilizábamos para cortar los limones, los recipientes donde se guardaban el jugo de limón, las salsas y el chile estuvieran limpios diariamente. Ya ni hablar de los trapos. Como no podía soportar tal valemadrismo, yo, que soy un cerdo, me autonombré lavador de trastes oficial. Era todo un rito. Todas los días había que cargar en una cubeta los utensilios sucios, desplazarse más de 40 metros hasta el grifo más cercano y rogar a Dios que no hubiera tanta cola en la llave del agua. Los compañeros locatarios siempre se aprovisionaban con baldes y garrafas del vital líquido. De cuando en cuando uno de ellos iba a enjuagar un trapo o una cazuela. Mi método era más o menos el siguiente: dentro de la cubeta, remojar en agua y jabón los cuchillos, bandejitas de cacahuates y vasos de vidrio. Ya remojados se les daba una tallada con la fibra, y se enjuagaban uno por uno con el chorro del grifo. Todo esto en cuclillas. Con los trapos era menos procedimiento pero más fatiga pues había que tallar mano a mano. Extenuado y frustrado les exclamé a mis compañeras de lavadero, que me miraban absortas: “sería mejor si al menos hubiera una pinche piedra contra que tallar, como en el río”. Jamás –oootra vez con los jamases- vi que nadie llevara su propio jabón para lavar nada. Algunas veces, eso sí, me pidieron prestado de mi menguante bolsita de medio cuarto de kilo de detergente Roma. ¿En dónde diantres lavaban sus cosas si los stands no contaban con toma de agua propia?

Volviendo a los detalles, si tener vasos escarchados sobre la barra origina un foco de contaminación aerobia, ¿no sucedería lo mismo con los cabritos de enfrente? ¿Y con los flanes napolitanos que de milagro no volaban de sus platos, exhibidos así, pelones y a la intemperie, con el tremando aironazo que hace en Pachuca? Si hay un distintivo H, el de la feria debe ser de HUEVA. Es evidente que nuestros inspectores solo van a cubrir una cuota de apariencia. En la entrega anterior compartíamos la opinión de un chilango, que afirmaba que en Pachuca lo que pega es el bluff, las apariencias. Pues bien, afirmo sin temor a equivocarme –aun con toda mi ignorancia sobre el campo de la salubridad-, que nuestros inspectores solo aparentan cumplir con las disposiciones de salubridad –si las hay-, porque si de veras las cumplieran, sencillamente nunca hubiera habido una Feria de Pachuca 2010. Ante tan flagrantes prácticas antihigiénicas, no cabe la menor duda de que poco les interesa que la comida sea bien preparada y los trastes donde la sirven estén limpios. “Si pones un huevo, cacaraquéalo”, dice el adagio popular; yo podía agregar, “y sino lo pones también cacaraquéalo, el chiste es que suene”. Por favor, Balam! No seas aguafiestas! En tiempos de crisis no nos podemos dar el lujo de echar a perder ferias.

Así, cacaraqueando, se marcha de sus funciones el gobernador de Hidalgo, Miguel OZorio Chong –no me equivoqué, su apellido debe escribirse con “Z”, en memoria de la temida banda criminal que gobierna de facto la ciudad. OZorio ya debió haber descubierto eso de que el bluff sí funciona. No por nada atiborró con su inefable rostro todos los banners populistas que tapizaron el pabellón artesanal de la feria: OZorio sonriente abriendo junto a un par de niños la llave de una presa; OZorio apasionado ofreciendo un patriótico discurso a una muchedumbre de proletarios acarreados del campo –si hubieran visto los rostros de los campesinos; OZorio, entregado como ninguno, dando la primer palada que detonará la construcción de un nuevo camino.

Sus esbirros priístas también saben que aparecer en los medios es crucial. Demos voz también a los encargados de llevar a cabo tan magno evento. En la portada de un numero reciente de la revista “Chic” –definitivamente lo chic es lo de hoy!-, editada por el intelectual Milenio Hidalgo, aparece la flamante, exuberante e irresistible Lietza Rodríguez, directora de Operadora de Eventos, organismo creado para la gestión de la feria pachuqueña. La egresada de la carrera de licenciatura en administración por la UAEH tiene una obsesión: su Blackberry. También prefiere una ciudad! Madrid. Y por supuesto que tiene una playa favorita! Cancún. La historia de la chica en la portada es, sin lugar a dudas, una historia de éxito, y eso hay que celebrarlo. El brillante reportero pregunta a la prominente mujer: “háblanos de tu faceta como directora de la operadora”. Ella, textualmente: “valoro mucho la importancia de este evento al que el Licenciado Miguel OZorio le da tanto valor. Es un concepto que él tiene sobre el desarrollo humano. La feria es una alternativa para que las familias encuentren un espacio de sana convivencia, donde se rescatan los valores que, al fin y al cabo, nos construyen como personas.” Wow! Desarrollo humano!

Después del rotundo fracaso laboral y del sabor amargo que éste me dejó, me pregunté:¿qué hicimos mal? Claro que hicimos mal muchas cosas: nos faltaron ideas, hacer propaganda, experiencia en el ramo. Sin embargo, creo que el más grande error fue equivocar la elección del giro. Debimos habernos concursado en la licitación de un operador de eventos para la feria o, mejor aún, debimos haber licitado para ser el proveedor único y exclusivo de alcohol dentro la feria –Grupo Modelo-, que tenía la todo el poder de vender la cerveza más cara de lo que ellos mismos lo hacen afuera de la feria, y los locatarios, “por cuestiones de logística”, tenían la obligación de comprarles dentro de la misma. Ellos sí que fueron a barrer el dinero. Para el primer caso nos faltó ser amigos del partido gobernante y algunos millones. Para el segundo caso nos faltaron unos 5 mil millones de dólares para montar una planta y competir contra el duopolio cervecero, Modelo y Femsa, que acaparan, a lo largo y ancho del país, desde el Festival Cervantino hasta la feria de San Juan de las Pitayas.

Mejor me quedo con las ganas de ser y el entusiasmo auténticos del grupo “África en las venas”, compuesto por 5 pachuqueños + 1 bailarina jalapeña, a quienes no les importó la temperatura de 7 grados para cantarnos y bailarnos descalzos música de Nigeria y de otras partes del continente de ébano. Estos paisanos aliviaron mi estado de ánimo, fatigado después de escuchar día y noche canciones tan llenas de gloria como “El enamorado”, y su mil veces repetido estribillo: “Laaaaaaaa banda norteña, los carros del año, las mejores plebes las traigo a mi lado…” Y qué decir de esa canción que es todo un himno de género, “Las plebes de arranque”, esas señoritas que “se perfuman con Armani y se pistean con Buchanan’s…, son las plebes de arranque, que les gusta andar al cien, en su bolso traen billetes, una escuadra y su nextel, su delirio son los hombres, paseándose por doquier…” (!!!)

Chéquenlos.

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