miércoles, 23 de mayo de 2012

El Cártel del Cobre


Este bloguero quería hacer una película. Solo que sin equipo ni con quien conseguirla ese proyecto siempre se pospuso. Uno de los protagonistas, amigo mío, habría ofrecido ante cámara sus divertidísimos y muy controversiales testimonios sobre cómo fundó la organización que muy pronto tendría células alrededor de todo el mundo: el Cártel del Cobre.

Pero no hablemos del odioso “hubiera” y mejor les cuento sucintamente la temática del film. El P***, así conocido por los compas –por razones de Facebook no daremos su apodo completo-, trabajaba para cierta empresa familiar de origen italiano en la región centro-sur del país que fabrica ciertas elementos de plástico. El P, harto de ser explotado en jornadas largas de noche y de día, y humillado por las ridículas utilidades que el patrón compartía con los empleados año con año, decidió, como indica el manual del buen mexicano, hacerse justicia por su propia mano.

El P empezó con cables de cobre, para ello había que sustraerlos del centro de trabajo por largos tramos,  y una vez afuera pelarlos para vender el hilo metálico por kilo. Un día logró capitalizar más de 40 kg del metal. Por aquellos tiempos el kilo estaba entre 30 y 40 pesos. Rápido encontró comparsa. Lo que había empezado con metros y kilos, siguió por mayoreo y menudeo en herramientas e instrumental: llaves, dados, taladros, sierras, brocas, tornillería, máscaras, guantes, botas –de las Van Vien y de las de brigadas de bombero-, multímetros, etc. La justicia se convirtió en negocio y como muchos negocios en México, necesitaba de la levadura infalible para expandirse: la corrupción.

El Cártel corrompió al vigilante nocturno para poder traficar con los “insumos”. Meses transcurrieron y nunca fueron descubiertos. En cambio, El P fue despedido de su trabajo por razones ridículas comparadas con el desfalco que su organización seguramente ya había ocasionado a la fabricadora de piezas de plástico. Ante la obligada pregunta: “¿no te sientes mal por hacer lo que haces?”, mi amigo contestaba indignado: “¡ni madres! ¿Sabes lo que nos pagan? ¿Sabes de cuánto nos llegan las utilidades? ¡¡¡150 o 200 pesos!!! Es una mentada de madre, en otras empresas del sector manufacturero a sus empleados les llegan miles, sino es que decenas de miles de pesos…, esto es una simple ‘compensación al salario’.”

Una historia de esta naturaleza no podía quedar sin ser compartida con propios y extraños. En la menor oportunidad enteré a mis padres. El concepto “compensación al salario” no tardó en seducirlos. Mi señor padre lleva 7 años trabajando para un spa en un puesto que el llama “la gallina de hasta abajo”, es decir, la que no puede cagar a nadie en el gallinero pero que recibe todas las cacas de las gallinas de más arriba; dicho de una manera más decorosa: de empleado, de base de la pirámide. Durante esos años le subieron una sola vez unos cuantos centavos a su salario, solo para que ese aumento fuera convertido en un decremento en 2008 gracias a la multicitada crisis financiera que arruinó la vida de millones de personas derivada de la impune y hasta premiada avaricia criminal de los banqueros. La excusa bajo la cual le redujeron el sueldo fue que “las ganancias del dueño habían ido en descenso” varios meses en fila lo que obligó a la “dolorosa pero necesaria medida” –las últimas comillas hacen honor a la inexcusable fraseología empleada por los fanáticos de la austeridad ajena, como la señora Merkel.  Es decir, para que el dueño siguiera garantizando ganancias razonables sus empleados deberían hacer alquimia con sus ingresos. O como dicen los ideólogos de la competitividad: lo mismo con menos. La historia de siempre, pues.

Desde entonces, el progenitor de este jaguar trae a la casa fruta, jabón para trastes y papel sanitario como su compensación al salario.

Pero vamos a abrir el foco para tratar de entender las causas de lo que está sucediendo. Volvamos a la empresa familiar de origen italiano. Quizá no le iba tan mal a pesar del Cártel del Cobre, después todo, sus productos eran adquiridos por gigantes como Nestlé, consorcio de “clase mundial” que le compra el café a los agricultores chiapanecos a precios de siglo XVIII. “Deliciosos” productos como el Nescafé tiene en México un enorme mercado cautivo que necesita rellenarse semana tras semana, lo que implica chamba segura,  aunque podríamos especular que si Nestlé se hubiera enterado de que su proveedor tenía mermas ocasionadas por una organización del tipo de la del P, los lacayos del coloso de origen suizo se las hubieran arreglado para obtener un descuento por “riesgo de desabasto por paro de línea derivado de falta de herramental para mantenimiento correctivo de las estaciones de trabajo”, o por algún otro terminajo de esos sabrosos que se saben inventar los costólogos. Eso y el chantaje de mudar sus pedidos con otro proveedor, desde luego (para ver si obtienen otro descuento).

Con todo, con mermas o sin mermas, la paloma y el nido siempre serán la paloma y el nido.
Existen otras empresas familiares a las que les va mucha mejor en México, como la educadora-de-generaciones-enteras por excelencia, Televisa.  Aunque cotice en la bolsa, la empresa que ha dado risas y lágrimas a millones de mexicanos sigue siendo mayoritariamente de una familia, Los Azcárraga. Y, como dice la canción, “pasarán más de mil años, muuuchos más”, y esta empresa familiar seguirá sin pagar IVA. Aunque su titular acumule miles de millones dólares, ellos seguirán sin cumplir su carga fiscal, porque el régimen que ellos mismos sometieron así lo permite. Y Los Azcárraga seguirán haciendo del enclenque Instituto Federal Electoral lo que les dé su rechingada gana. Y seguirán imponiendo candidatos de porquería a cambio de cientos de millones de pesos  del erario sin que nadie los ponga en la cárcel, etc, etc, etc. He aquí el meollo argumentativo maestro del guión que nunca fue –no se aceptan risas.

En este punto se podría pensar que todo lo anterior se trata de una vil justificación, de excusar el robo hormiga con los latrocinios de los poderosos. No es así. Es aquí cuando traigo a la memoria las líneas del tan echado de menos Carlos Monsiváis, de un editorial suyo de febrero de 2008, cuando planteaba si en los narcocorridos  había apología del delito y la delincuencia, a lo que él mismo contestaba: “más que celebración del delito, los narcocorridos difunden la ilusión de las sociedades donde los pobres tienen derecho a las oportunidades delincuenciales de los de arriba, […] es dar cuenta de aquellos que, por vías delictivas, alcanzan las alturas del presidente de un banco, de un dirigente industrial, de un gobernador, de un cacique regional felicitado por el presidente de la República.” Y de estos últimos habría que rematar: cuyos actos legalmente no son delitos,  por más ilegítimos o brutales que sean.

Pero lo mejor de la producción venía de la mitad para adelante (al menos para los realizadores): los viajes, cuando brincáramos el charco para entrevistar a las células independientes tipo Anonynomous del encumbrado Cártel del Cobre, y conocer así sus motivaciones.

Como dice el dicho: “Pa’que vean que en el San Juan Primermundista también hace aire”.

En Inglaterra, la sede de los Juegos Olímpicos que están a dos meses de inaugurarse,  se están robando los rieles de los ferrocarriles para fundirlos y venderlos por libra. Por muchas libras. Se están robando los cables de red, de teléfono y hasta el metal de las estructuras de las iglesias. La edición del 27 de marzo de Los Angeles Times consigna un caso de robo de cobre particularmente sensible (breve extracto):
“La iglesia de St. Andrew en Chelmsford, en el sureste de Inglaterra, es un ventilado edificio de piedra cuya construcción se remonta a la Edad Media, y del que sobresale su tejado cubierto de cobre. El templo, que sobrevivió a una bomba que cayó muy cerca durante el Blitz de la Segunda Guerra Mundial, no pudo librar otra batalla ahora contra los ladrones de metal que comenzaron a arrancarle la cubierta  en abril pasado. Al menos una cuarta parte del techo ha desaparecido, lo que llevó a otro desastre, cuando cayeron lluvias torrenciales en octubre pasado, empapando la estructura de madera e inundando el órgano de abajo. El instrumento está fuera de servicio ya que necesita reparaciones que ascienden a los 24 mil dólares.”

La misma información fue anticipada 3 meses antes por la BBC http://www.bbc.co.uk/news/uk-england-essex-16409785. El Universal de México publicó este domingo que el Gobierno del Distrito Federal registró un aumento en el robo de cableado público del 627% de 2008 a 2010, pasando 2.81 hurtados a 20.45 kilómetros hurtados (!!!). Cien pesos cuesta ya el kilo de cobre en el mercado negro. El Cártel está incontenible.

Vemos, pues, cuán rápidamente los instrumentos o mecanismos desatados por el hombre se salen de control.  Se trata del desfase o desproporción entre las causas y los efectos de nuestras fabricaciones, que ha sido retomado de otros autores por Javier Sicilia una y otra vez en sus textos,  la desproporción de lo que comienza con un acto aparentemente insignificante y se convierte en lo inconmensurablemente grande. El robo de un metro de cable escala inmediatamente a los 100 metros que quitaron del generador de un hospital en Gales en diciembre pasado, cancelando 81 cirugías. La ceguera derivada de esta desproporción, cito al propio Sicilia,  es  la que “nos condena a concentrarnos en nuestro micromundo, a perder de vista la verdadera dimensión del horror y a sentir que son otros siempre los responsables.” (Proceso 1730).

Es esto de lo que tenemos que salir.

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