Este bloguero quería hacer una película. Solo que sin equipo ni con quien conseguirla ese
proyecto siempre se pospuso. Uno de los protagonistas, amigo mío, habría
ofrecido ante cámara sus divertidísimos y muy controversiales testimonios sobre
cómo fundó la organización que muy pronto tendría células alrededor de todo el mundo: el Cártel del Cobre.
Pero no
hablemos del odioso “hubiera” y mejor les cuento sucintamente la temática del
film. El P***, así conocido por los compas –por razones de Facebook no daremos
su apodo completo-, trabajaba para cierta empresa familiar de origen italiano
en la región centro-sur del país que fabrica ciertas elementos de plástico. El
P, harto de ser explotado en jornadas largas de noche y de día, y humillado por
las ridículas utilidades que el patrón compartía con los empleados año con año,
decidió, como indica el manual del buen mexicano, hacerse justicia por su propia mano.
El P empezó
con cables de cobre, para ello había que sustraerlos del centro de trabajo por
largos tramos, y una vez afuera pelarlos
para vender el hilo metálico por kilo. Un día logró capitalizar más de 40 kg del metal. Por aquellos tiempos el kilo estaba
entre 30 y 40 pesos. Rápido encontró comparsa. Lo que había empezado con metros
y kilos, siguió por mayoreo y menudeo en herramientas e instrumental: llaves,
dados, taladros, sierras, brocas, tornillería, máscaras, guantes, botas –de las
Van Vien y de las de brigadas de bombero-, multímetros, etc. La justicia se convirtió
en negocio y como muchos negocios en México, necesitaba de la levadura
infalible para expandirse: la corrupción.
El Cártel
corrompió al vigilante nocturno para poder traficar con los “insumos”. Meses
transcurrieron y nunca fueron descubiertos. En cambio, El P fue despedido de su
trabajo por razones ridículas comparadas con el desfalco que su organización
seguramente ya había ocasionado a la fabricadora de piezas de plástico. Ante la
obligada pregunta: “¿no te sientes mal
por hacer lo que haces?”, mi amigo contestaba indignado: “¡ni madres! ¿Sabes lo
que nos pagan? ¿Sabes de cuánto nos llegan las utilidades? ¡¡¡150 o 200
pesos!!! Es una mentada de madre, en otras empresas del sector manufacturero a
sus empleados les llegan miles, sino es que decenas de miles de pesos…, esto es
una simple ‘compensación al salario’.”
Una
historia de esta naturaleza no podía quedar sin ser compartida con propios y
extraños. En la menor oportunidad enteré a mis padres. El concepto
“compensación al salario” no tardó en seducirlos. Mi señor padre lleva 7 años
trabajando para un spa en un puesto que el llama “la gallina de hasta abajo”,
es decir, la que no puede cagar a nadie en el gallinero pero que recibe todas
las cacas de las gallinas de más arriba; dicho de una manera más decorosa: de
empleado, de base de la pirámide. Durante esos años le subieron una sola vez
unos cuantos centavos a su salario, solo para que ese aumento fuera convertido
en un decremento en 2008 gracias a la multicitada crisis financiera que arruinó
la vida de millones de personas derivada de la impune y hasta premiada avaricia
criminal de los banqueros. La excusa bajo la cual le redujeron el sueldo fue
que “las ganancias del dueño habían ido en descenso” varios meses en fila lo
que obligó a la “dolorosa pero necesaria medida” –las últimas comillas hacen
honor a la inexcusable fraseología empleada por los fanáticos de la austeridad
ajena, como la señora Merkel. Es decir,
para que el dueño siguiera garantizando ganancias razonables sus empleados
deberían hacer alquimia con sus ingresos. O como dicen los ideólogos de la
competitividad: lo mismo con menos. La historia de siempre, pues.
Desde
entonces, el progenitor de este jaguar trae a la casa fruta, jabón para trastes
y papel sanitario como su compensación al salario.
Pero vamos
a abrir el foco para tratar de entender las causas de lo que está sucediendo.
Volvamos a la empresa familiar de origen italiano. Quizá no le iba tan mal a
pesar del Cártel del Cobre, después todo, sus productos eran adquiridos por
gigantes como Nestlé, consorcio de “clase mundial” que le compra el café a los
agricultores chiapanecos a precios de siglo XVIII. “Deliciosos” productos como
el Nescafé tiene en México un enorme mercado cautivo que necesita rellenarse
semana tras semana, lo que implica chamba segura, aunque podríamos especular que si Nestlé se
hubiera enterado de que su proveedor tenía mermas ocasionadas por una organización
del tipo de la del P, los lacayos del coloso de origen suizo se las hubieran
arreglado para obtener un descuento por “riesgo de desabasto por paro de línea
derivado de falta de herramental para mantenimiento correctivo de las
estaciones de trabajo”, o por algún otro terminajo de esos sabrosos que se
saben inventar los costólogos. Eso y
el chantaje de mudar sus pedidos con otro proveedor, desde luego (para ver si
obtienen otro descuento).
Con todo,
con mermas o sin mermas, la paloma y el nido siempre serán la paloma y el nido.
Existen
otras empresas familiares a las que les va mucha mejor en México, como la
educadora-de-generaciones-enteras por excelencia, Televisa. Aunque cotice en la bolsa, la empresa que ha
dado risas y lágrimas a millones de mexicanos sigue siendo mayoritariamente de
una familia, Los Azcárraga. Y, como dice la canción, “pasarán más de mil años,
muuuchos más”, y esta empresa familiar seguirá sin pagar IVA. Aunque su titular
acumule miles de millones dólares, ellos seguirán sin cumplir su carga fiscal,
porque el régimen que ellos mismos sometieron así lo permite. Y Los Azcárraga
seguirán haciendo del enclenque Instituto Federal Electoral lo que les dé su
rechingada gana. Y seguirán imponiendo candidatos de porquería a cambio de
cientos de millones de pesos del erario
sin que nadie los ponga en la cárcel, etc, etc, etc. He aquí el meollo
argumentativo maestro del guión que nunca fue –no se aceptan risas.
En este
punto se podría pensar que todo lo anterior se trata de una vil justificación,
de excusar el robo hormiga con los latrocinios de los poderosos. No es así. Es
aquí cuando traigo a la memoria las líneas del tan echado de menos Carlos
Monsiváis, de un editorial suyo de febrero de 2008, cuando planteaba si en los
narcocorridos había apología del delito y
la delincuencia, a lo que él mismo contestaba: “más que celebración del delito,
los narcocorridos difunden la ilusión de las sociedades donde los pobres tienen
derecho a las oportunidades delincuenciales de los de arriba, […] es dar cuenta
de aquellos que, por vías delictivas, alcanzan las alturas del presidente de un
banco, de un dirigente industrial, de un gobernador, de un cacique regional
felicitado por el presidente de la República.” Y de estos últimos habría que
rematar: cuyos actos legalmente no son delitos,
por más ilegítimos o brutales que sean.
Pero lo mejor
de la producción venía de la mitad para adelante (al menos para los
realizadores): los viajes, cuando brincáramos el charco para entrevistar a las
células independientes tipo Anonynomous del encumbrado Cártel del Cobre, y conocer
así sus motivaciones.
Como dice
el dicho: “Pa’que vean que en el San Juan Primermundista también hace aire”.
En
Inglaterra, la sede de los Juegos Olímpicos que están a dos meses de
inaugurarse, se están robando los rieles
de los ferrocarriles para fundirlos y venderlos por libra. Por muchas libras.
Se están robando los cables de red, de teléfono y hasta el metal de las
estructuras de las iglesias. La edición del 27 de marzo de Los Angeles Times
consigna un caso de robo de cobre particularmente sensible (breve extracto):
“La iglesia
de St. Andrew en Chelmsford, en el sureste de Inglaterra, es un ventilado
edificio de piedra cuya construcción se remonta a la Edad Media, y del que
sobresale su tejado cubierto de cobre. El templo, que sobrevivió a una bomba
que cayó muy cerca durante el Blitz de la Segunda Guerra Mundial, no pudo
librar otra batalla ahora contra los ladrones de metal que comenzaron a
arrancarle la cubierta en abril pasado.
Al menos una cuarta parte del techo ha desaparecido, lo que llevó a otro
desastre, cuando cayeron lluvias torrenciales en octubre pasado, empapando la
estructura de madera e inundando el órgano de abajo. El instrumento está fuera
de servicio ya que necesita reparaciones que ascienden a los 24 mil dólares.”
La misma
información fue anticipada 3 meses antes por la BBC http://www.bbc.co.uk/news/uk-england-essex-16409785. El Universal de México publicó este
domingo que el Gobierno del Distrito Federal registró un aumento en el robo de
cableado público del 627% de 2008 a 2010, pasando 2.81 hurtados a 20.45
kilómetros hurtados (!!!). Cien pesos cuesta ya el kilo de cobre en el mercado
negro. El Cártel está incontenible.
Vemos,
pues, cuán rápidamente los instrumentos o mecanismos desatados por el hombre se
salen de control. Se trata del desfase o
desproporción entre las causas y los efectos de nuestras fabricaciones, que ha
sido retomado de otros autores por Javier Sicilia una y otra vez en sus textos,
la desproporción de lo que comienza con
un acto aparentemente insignificante y se convierte en lo inconmensurablemente
grande. El robo de un metro de cable escala inmediatamente a los 100 metros que
quitaron del generador de un hospital en Gales en diciembre pasado, cancelando
81 cirugías. La ceguera derivada de esta desproporción, cito al propio Sicilia,
es
la que “nos condena a concentrarnos en nuestro micromundo, a perder de
vista la verdadera dimensión del horror y a sentir que son otros siempre los
responsables.” (Proceso 1730).
Es esto de
lo que tenemos que salir.
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