Visitar la
tristemente todavía nación más poderosa y más odiada del mundo siempre es algo
edificante. Sí. Por más que muchos de mis amigos paisanos, que ya han pisado
lugares más “neutrales” como Cuba, o
España o Canadá se salgan con formulismos
fáciles como el de “allá no hay cultura” (un servidor mismo empleó en
varias ocasiones esa severa afirmación) cuando se sugiere una visita al vecino
país angloparlante, seguiré sosteniendo que mirarnos en este otro es, por sí mismo, útil hoy en día,
al menos por el mínimo ejercicio de
acercamiento en ese espejo –Octavio Paz por doquier en estas líneas-, aunque se
trate del espejo de la esquizofrenia: el reflejo de quien se observa y no se
reconoce –ver “¿Y tú cuánto cuestas?”.
Aunque bueno, a estas alturas de este mundo en colapso, ¿quién no tiene
reflejos esquizofrénicos?
I.
Estados
Unidos es una potencia que se maneja, hacia fuera de sus fronteras, principalmente en la dimensión de lo
grotesco, inmoral y aún atroz, para muestra un botón: los cientos de miles de
víctimas civiles en Irak y Afganistán –menores, sin embargo, a los millones de
vidas cobradas en el sur de Asia hace 50 años (Vietnam, Norte de Laos, Camboya,
Indochina), como consignó hace un par de meses el infaltable estadunidense Noam
Chomsky. Ya ni mencionar su obscena relación con Israel. México en cambio se
parece mucho a su vecino del norte en la escala de la infamia, pero al interior
de sus fronteras: 60 mil muertos oficiales en 6 años –muchos menos de los que
manejan fuentes castrenses, que han contribuido con la mayor parte de ese
cementerio y 60 millones de extremadamentepobres
en un territorio que apenas tiene el doble de habitantes. Por otra parte,
México es parco, errático, indiferente y autista en su política exterior
–excepto en lo relacionado con Estados Unidos, por supuesto, con quien se porta
servil: Centroamérica solo nos merece atención para repatriar en féretros a
ciudadanos de esa parte del continente. Y el colmo: la reciente abstención de
México ante la ONU en la votación sobre el reconocimiento del Estado
Palestino.
También al
contrario, Estados Unidos emplea formas más sutiles de dominación a nivel
doméstico. (Aunque la crisis de 2008 y la actual no tengan nada de sutiles).Pero si en
México hace falta ir a la vuelta de la esquina para constatar la miseria y la
inseguridad, aquí es un poco más difícil constatar los mismos flagelos. Hoy en
día, en este lado de la frontera, el muy mexicano dicho del “no pasa nada”
puede engañar muy fácilmente.
Ideología
adherible.
En la
Ciudad de México cuando no tiembla hay manifestaciones, que para los defeños *no es más que una manera menos
geológica de temblar. Pero en esta parte
de Estados Unidos, California –la zona geográfica fuera de México con mayor
número de mexicanos-, las protestas se están haciendo el trending topic de facto: contra recortes en sectores sociales,
contra el alza en colegiaturas universitarias, contra los múltiples abusos del
banco Wells Fargo –estos últimos dos temas por sí solos meritorios de
comentarios en otra ocasión. Desde luego, todo lo anterior sucede generalmente
en grandes plazas del Golden State:
Los Ángeles, Sacramento, Oakland. En el resto de las ciudades costeras
pudientes son el sticker y el automóvil los que mínimamente dicen “algo” sobre
los temas efervescentes del momento y los viejos lugares comunes (la promoción
de causas humanitarias de democratización offshore,
entiéndase las citadas invasiones de Irak y Afganistán ).
“Driver carries no money cause Obama took it all”, “Repeal ObamaCare” (en referencia a la ley de cobertura médica “universal” impulsada por el cada vez menos comercializable Barack Obama, que sigue en medio del debate nacional), “Proud father of a marine soldier” y “Support our troops” (mucho más copiosas que las primeras dos consignas). No podía ser de otra manera en el imperio absoluto del motor de combustión interna, y como es de esperarse, las minúsculas sentencias se ven eclipsadas de la atención pública por las monstruosas camionetas F150 Raptor y F350 de 5.2 litros de capacidad –y más- que están en boga y que comparten el asfalto con los demás conductores. (Long live the Global Warming!!!)
“Driver carries no money cause Obama took it all”, “Repeal ObamaCare” (en referencia a la ley de cobertura médica “universal” impulsada por el cada vez menos comercializable Barack Obama, que sigue en medio del debate nacional), “Proud father of a marine soldier” y “Support our troops” (mucho más copiosas que las primeras dos consignas). No podía ser de otra manera en el imperio absoluto del motor de combustión interna, y como es de esperarse, las minúsculas sentencias se ven eclipsadas de la atención pública por las monstruosas camionetas F150 Raptor y F350 de 5.2 litros de capacidad –y más- que están en boga y que comparten el asfalto con los demás conductores. (Long live the Global Warming!!!)
Momento. Hay
otro tipo de consignas. Ese monigote que ya lleva un par de años apostado bajo
el rayo del sol en el mismo semáforo de siempre, contemplando los mismos
conductores indiferentes de siempre, ya de un Cadillac, ya de un Mercedez, ya
de un Maserati, sosteniendo una pancarta que dice “Doing all we can but still
need help, God bless”, ¿qué abismo nos está anticipando? ¿Qué nos dice la
desproporción de un coche de más de cien mil dólares frente a un “sincasa”? (Ya
ni hablar de lo que nos han venido anunciando por décadas los niños de la calle
en México y sus parientes cercanos, los ninis)
Quizá nos
está anticipando lo que hasta la CIA ya reporta: que los Estados Unidos de
América tiene una concentración del ingreso mayor que la de Venezuela –¡Sí, la del
mismísimo Hugo Chávez! Quizá nos anticipa también lo que ya está sucediendo: el
aplastante desempleo que está en las cuatro esquinas del globo y que parece que
en el próspero Orange County tampoco ha mengüado. Un extracto de un estudio
reciente del Pew Research Center publicado por Los Angeles Times el mes pasado,
alertaba sobre la llamada generación
boomerang, compuesta por aquellos adultos jóvenes que se ven obligados a
regresar a la casa de sus padres ante las nulas oportunidades de forjar un
futuro por su propia cuenta: 29% de los jóvenes de entre 25 y 34 años han
vivido en casa de sus padres en algún momento de la crisis económica de los
últimos años. Para una cultura que acostumbra echar a volar a sus hijos desde
los 18 años, el que éstos vuelvan al nido 7 años después tiene sus
implicaciones. En tiempos de crisis la familia funciona, afortunadamente.
Al
desempleo se suma la terrible depreciación de lo único valioso que posee la
clase trabajadora: sus bienes inmuebles. Mi tío Arturo y su esposa han visto como
el apartamento dúplex que adquirieron hace años por 470 mil dólares ahora vale
tan solo 125 mil. Este hecho singular respalda lo denunciado por David Brooks
en su columna American Curios de La Jornada el 2 de abril pasado: “resulta que
la bolsa de valores [es decir, los dueños del dinero] tuvo un incremento de
billón y medio sólo en el último trimestre de 2011, mientras los del 90 por
ciento [los restantes, los que NO son dueños del dinero] tienen casi siempre
sus casas como el mayor de sus bienes, pero el valor de sus inmuebles se ha
desplomado más de un tercio desde 2006.”
II
Las
sutilezas del lenguaje (con cariño para el anarcopunkismo)
Chuck es
veterano de Vietnam. Perdió su empleo hace un par de años, cuando tenía 67, y
ahora tiene un puesto de medio tiempo como gerente nacional de ventas de una
empresa de seguridad que provee sistemas de seguridad con audio y video para
peces grandes, principalmente dependencias de gobierno. Nada mal. “Entre las
personas que conforman la empresa, contamos con exmiembros de la CIA, la National Secret Agency y la Secretaría
de Defensa”, afirmó ufano. Por esos días, este intentador de cuentahistorias se
había dejado la barba crecida y desarreglada. Chuck me observó y comentó: “me
gusta tu barba, nuestro hijo D*** también la usa así, sin embargo, yo le digo
que no debería usarla tan desarreglada…, podría parecer terrorista”. Ring! ¿Te-rro-ris-ta?
¿Escuché bien? Recordé que tan solo unos días atrás, un 11 de marzo por cierto,
-fecha que se ha convertido en referente de tragedia en la historia
contemporánea- un sargento del ejercito estadunidense acabó con la vida de 16
personas inocentes en dos aldeas de las afueras de la provincia de Kandahar. El
asesino, que seguramente no traía barba, se salvó de ser llamado por los
grandes medios occidentales como lo que es, un te-rro-ris-ta, como denunció el
vilipendiado Robert Fisk (cita textual de su columna publicada e 17 de marzo en
The Independent) : “un soldado que
debió haber sufrido un colapso nervioso” (The Guardian), “un truhán” (Financial
Times), cuyo “escándalo” (New York Times) fue “sin duda cometido en un acto de locura” (Le
Figaro). Es decir, como alguien a quién meramente “se le fue la hebra”, y no un
cruel y desalmado terrorista, como hubiera sido etiquetado si el asesino
hubiera sido afgano, especialmente talibán, insiste el legendario periodista.
(Suspiro
profundo). Hubiera sido muy fácil espetarle a Chuck que en mi imaginario un
terrorista se parecía más a su hijo “D”, o a cualquier joven con aspecto de jarhead –corpulento, tez blanca, corte
militar- y con uno de sus autos con portaplacas que dicen “U.S. Marine Corps” o
“United States Air Force”. Hubiera sido menos fácil explicarle que la palabra
terrorista pertenece a la jerga de los acólitos de la dominación: los medios de
comunicación de las potencias occidentales y los señores de la guerra: los
Obama’s, los Netanyahu’s, los Calderones, empleado para designar las acciones
de violencia y terror del otro
–Hamas, el Talibán, los Zetas-, pero nunca para llamar a sus propias acciones
viles, como la infestación, ocupación y destrucción de naciones enteras. Más
difícil aún habría sido intentar transmitirle que el lenguaje pesa y que la
violencia se perpetúa en el lenguaje de forma invisible. Que importa mucho –negativamente-
cuando los humanos generalizamos ideas con expresiones como “los gringos son…” o “las mujeres
siempre…” o “es que los indígenas”; que
los estereotipos viven en y se
reproducen a través del lenguaje, y que hay que censurarlos. Quizá valía la
pena intentar todo esto, pero no lo hice.
Quiero
pensar que tuve una buena razón: las circunstancias no eran las adecuadas.
Chuck y su esposa se encontraban visitando a una mujer enferma. Su esposa,
Margie, había ido a acompañar a esa enferma, mi madre, en el incierto camino previo a una
operación de tumor cerebral. Margie y Chuck son cristianos, y creen en la
importancia de dar de sí en los momentos difíciles de la vida. Gracias a
Margie, la autora de mis días pudo dar con la raíz del problema –el tumor- y no
seguir acudiendo inútilmente con oftalmólogos mercenarios que no atienden a
nadie que no cuente con una aseguradora que cubra los gastos médicos, y que no
le ofrecieron ninguna alternativa. (La culpa la tiene el sistema, no lo
médicos, dirán).
No justifico el desliz de Chuck, trato de
rescatar mejor las buenas acciones. La
esperanza y esto puede ser lo último que nos queda: identificarnos con los
demás en las acciones constructivas –incentivándolas, reconociéndolas,
mejorándolas- y, desde luego, educar para acabar con las malditas ideologías y
los discursos de dominación, al menos para abrir boca. Reconocer, por ejemplo, que de decenas de
enfermeras y asistentes de enfermeras que en algún momento cuidaron a mi mamá
–también hubo enfermeros, pero en mucha menor proporción-, las más
comprometidas, las más cariñosas, las más humanas y sí, las más amorosas,
fueron las estadunidenses Y las
mexicanas. Desde Zacatecas (Gaby) hasta Minnesota (Lynette), y desde Jalisco
(Luz) hasta Texas (Latisha), enfermeras y enfermeros nos dieron nada más que
amor.
Reconocer
que, -vuelvo otra vez a “¿Y tú cuánto cuestas?- una cosa es el gobierno de los
Estados Unidos –podrido desde la médula- y otra muy diferente es el pueblo de
los Estados Unidos. Un pueblo que, al igual que el pueblo mexicano, ha sufrido
y resistido numerosas expoliaciones, muchas de ellas en curso hoy en día. Reconocer
que así como los mexicanos nos debemos, sin saberlo, a nuestras máquinas de la
ignorancia - la SEP y el SNTE, la Iglesia Católica, Televisa y TV Azteca y los
partidos-, los estadunidenses padecen -aunque tampoco lo noten- el fanatismo de
la Iglesia del Rifle (la NRA), Hollywood y su sociedad del espectáculo y el
sistema carcelario más grande y temible de todo el mundo. (Los mexicanos, desde luego, padecemos también la abominable industria armamentista estadunidense).
Las cosas
que nos hacen diferentes, como naciones, culturas o individuos son muchas menos
de los que creemos, menos aún en tiempos de crisis. Somos más los que queremos
ser iguales. Somos más los que podemos dar amor.
Con todo mi
cariño, profunda admiración y agradecimiento para todo el personal de Mission
Viejo Hospital St. Joseph, en especial para Amanda (terapia intensiva, TI),
Gaby (Cuidado Progresivo, CP), Lynette (CP), Jennifer (TI), Jorge (CP), Betty
(TI), Latisha (CP), César (Cuidado Progresivo, CP), Luz (CP), Dolores (CP),
William (CP), Soria (TI), Diane (TI), Popovich (terapia del lenguaje), Justin
(CP), Dr. Kim (neurocirujano), Dr. Yang (internista), Tino (limpieza), Noemí (transporte), Gaby y
Alicia (nutrición), Teresa (limpieza), David (terapia ocupacional), Lori (TI),
Sonia (CP), Esmeralda (CP), y varias personas más de quienes se me escapan sus
nombres, pero nunca sus rostros y acciones.
Mención
aparte merece la familia de mi mamá, mi familia: Elena y Alfonso, Israel e
Ivette, Mayté y Roberto, Gaby y Paulina; Rita y Porfirio, Estela y Scott, y una
larga lista de amigos y conocidos de mi madre. Gracias a todos por su hermosa
generosidad. Gracias a todos por sacarnos del hoyo.
Así de simple mi balam somos más los que damos y queremos dar AMOR....
ResponderEliminarGracias por los cariños. Como sabes el amor suele confundirse con apego, lo cual es un engaño para la mente y provoca mucho dolor... en fin un tema digno de otro post. ¡Qué todo vaya mejor! <3
ResponderEliminarHablemos de amor entonces o de apego? En otro Post
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