jueves, 8 de diciembre de 2011

La Feria del Libro del Narco


Un robo menor –una mochila prestada y un par de libros de poesía nada menores- fue la inauguración que la Feria Internacional del Libro (FIL) tenía preparado para este escribidor y que coadyuvó a que su carrera meteórica como promotor editorial terminara dramáticamente. Un atraco no tan menor- 10 ejemplares del nuevo libro “Las Guerras de Justo”, del historiador y analista político yucateco, Francisco José Paoli Bolio, fueron el recibimiento que sellarían la suerte en las ventas de la editorial Keh –“venado” en maya yucateco. Nos habían “venadeado”.

Recupero rápidamente el tema del subcontratismo que abordé en mi último post para expresar que los encargados la seguridad intramuros del recinto ferial, la Expo Guadalajara, fue administrada por la casa de seguridad “Centurión”, que para la labor de cuidar los libros –principalmente libros- de la feria más grande e importante del país se sirvió de decenas, quizá de cientos de jóvenes estudiantes prestantes de servicio social, con escala o nula formación en la disciplina de la seguridad.

¡Pero es mi culpa! “Bueno, finalmente uno es responsable de sus cosas, ¿no joven?” Me espetó Adrián Lara, encargado de “todo-eso-de-seguridad” por parte de la FIL, ante mis furibundas reclamaciones. Lo que debimos haber hecho, entonces, es llevar la caja de 12 kilos de libros en los hombros hasta el mismo baño cuando los esfínteres no entendieran de explicaciones.

Cuando la frustración y la impotencia se ahuyentaron, decidí reconciliarme con la famosa “fiesta del libro” y me dispuse a entrar de lleno en el programa de presentaciones, conferencias y firmas de libros.

Pero antes de continuar, volvamos unos días antes del 26 de noviembre, fecha en que se inauguró la 25ª. Edición de la FIL. La mañana del 23 de noviembre, los Zetas, ese grupo de patriotas que se ha indignado ante el colaboracionismo del cártel predilecto de la sexenio calderonista –el Cártel de Sinaloa- con el gobierno norteamericano, decidió que si la FIL cumplía 25 años, ellos lo recordarían con 25+1 muertos abandonados sobre la avenida Lázaro Cárdenas, junto al monumento de los “Arcos del Milenio”. La mayoría de los cuerpos pertenecían a jóvenes y adultos pobres que no tenían nada que ver con el crimen organizado: un almacenista, un panadero, un vendedor de hamburguesas, un chofer repartidor de agua purificada, un vendedor de una tienda departamental…(Ver Proceso No. 1830).

La Feria ya había sido marcada por la violencia.

Mario Vargas Llosa, el premio Nobel peruano, que alguna vez se atrevió a opinar sobre la “dictadura perfecta” en México bajo el régimen priísta, deleitó a propios extraños en la inauguración con su sonrisa característica, al lado de la igualmente prolífica, pero no tan famosa como el latinoamericano, Herta Müller, del país invitado, Alemania. Si Alain Delon y Elizabeth Taylor vencieron el miedo –me imagino que cuando visitan una ciudad extranjera leen los periódicos locales antes de arribar- e hicieron presencia en el desastroso puerto de Acapulco durante el muy venido a menos Festival Internacional de Cine, ¿por qué los escritores se habían de echar para atrás ante el grotesco acto de terrorismo de tirar 26 muertos en la calle?

En los escaparates de las grandes editoriales y mayoristas como Santillana, Oceano, Gandhi, Gonville, en las voces de ciertas personalidades y desde luego, en los comentarios de los ciudadanos de a pie “sí, yo vi los cuerpos de los ‘Arcos’, había un chingo de tráfico…”, se reproducían los ecos del tema que llegó para quedarse, el narcotráfico y la farsa de guerra que vivimos.

Casi de forma paralela a los eventos masivos convocantes de figuras de altos vuelos como el laureado Fernando Vallejo –que se aventó al puntadota de invitar a no votar a una nación de apáticos políticos-, Juan Gelman, Fernando Savater, los caricaturistas Magú y Trino, entre muchas otras plumas notables, se gestaba, como ya es tradición cada año en la FIL, el Encuentro Internacional de Periodistas. Ahí, un maicero, dio otra probada al putrefacto abismo de la guerra sin fronteras, como fue titulado el encuentro por los propios organizadores.

En efecto, un guerra sin fronteras es esta que vivimos, sin linderos territoriales, morales, éticos, o conceptuales. Una guerra que lo mismo la planean los altos mandos de la cínica e infame DEA que los narcomenudistas de una colonia popular. “Ninguna escritura alcanzará a describir el infierno que vivimos”, declaró Javier Valdés, periodista culichi y director del diario Ríodoce, que ya fue escarmentado con una granada tirada a las puertas de sus instalaciones en la capital sinoaloense.

En su conferencia titulada, “Historias desde la Trinchera”, al lado del valientísimo y calificado periodista Diego Enrique Osorno –el mismo que escribió el insufrible libro “Nosotros Somos los Culpables”, sobre el incendio de la Guardería ABC-,y del no menos destacable Froylán Enciso, oriundo de Mazatlán y especie de híbrido de historiador y periodista, Javier habló de su visión apocalíptica sobre que sucede en su estado natal y en muchas otras partes del país.

“Es ésta una sociedad narca, una sociedad que metió al narco a su alcoba…, para copular”, expresó con firmeza Javier. Sus palabras, que recuerdan la lapidaria frase del eminente Doctor Buscaglia: “la delincuencia organizada en México es de estado”, retumba no solo en las paredes del salón de eventos, sino en las inquietas y aún tiernas mentes de los estudiantes de periodismo de la Universidad de Guadalajara, que se habían levantado temprano esa mañana de sábado para escuchar a los que tienen por maestros. Los aprendices parecen cuestionarse a sí mismos: ¿en verdad somos una sociedad narca? ¿Una sociedad narcotizada?

A pesar de las pocas cifras actualizadas respecto al consumo interno de estupefacientes –el gobierno ha hecho lo suficiente para no actualizarlas- son cada vez más las voces autorizadas que aseguran que el consumo de drogas blandas y duras en México se ha disparado en estos cinco años de “guerra”. Un día de esta semana, por la mañana, me percaté olfativamente de que un trabajador de limpieza del ayuntamiento de Zapopan –un señor de unos 55 años de edad- se echaba un churrito a manera de refrigerio en la mitad de su jornada laboral, que consiste básicamente en recoger la basura de los contenedores públicos de este barrio de clasemediero. Al día siguiente, este consumidor de alcohol -droga de entrada a las demás- observó cómo la barmaid de la taberna a la que acudió, una joven de aproximadamente 23 años que comenzaba su turno a eso de las 6 de la tarde, se echaba su respectivo toque de marihuana para “agarrar inspiración”. Probablemente estos avistamientos, totalmente circunstanciales, no sean indicativos de ningún patrón, aunque no deje de llamar la atención que sean precisamente dos trabajadores, de muy diversos giros, los que recurran a este tipo de alteradores de conciencia.

Volvamos con las “trincheras”. En su intervención, Diego Enrique Osorno habló de lo que debería ser el periodismo infragalista –no me pregunten qué significa exactamente “infragalista” porque ni el dios Google arroja ningún significado. Un periodismo que inyecte un poco de oxígeno en la atmósfera viciada por la labor casi propagandista de las televisoras por excelencia. Un periodismo que hable de otras muchas cosas, que aborde las infamemente llamadas “bajas colaterales” desde otra perspectiva que no sea la de contabilizar cuerpos, que deplore los sitios horrendos y horrendamente famosos como el Blog del Narco, que denuncie a esta guerra como lo que es: una matazón, una masacre, una farsa donde nadie ganará ni nadie perderá porque perderemos todos. Un periodismo que también hable del calentamiento global, de la depredación de reservas naturales a manos de hoteleros mexicanos y extranjeros, de la violencia en la lucha libre y del sudor en la frente de los niños que trabajan en los ingenios cañeros del país. Redondeando: un periodismo que dé una lección de ética a este pueblo en estado de descomposición, que eduque a sus lectores e incluso “alfabetice mediáticamente” al público acrítico, como escribió Elia Arizbeth Rodríguez Pacheco, maestra en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en su artículo “La Reproducción de la Discriminación en las Representaciones Socioculturales de la Cultura de Medios”.

“¿Cómo protegerse en una labor tan arriesgada como es el periodismo que ustedes realizan?”, pregunta un joven estudiante como quien pregunta sobre el secreto de la juventud eterna. “No hay garantías de nada”, responde Valdez, autor del libro Los Morros del Narco, “tienes que saber dónde te mueves…, cada caso particular tiene sus límites, debes confiar en tu experiencia y en tu instinto.” Más tarde, en la presentación de su libro, Valdez abundaría sobre cómo cuidar el propio pellejo: “tú podrías pensar que cubrir un accidente automovilístico en una zona céntrica de Culiacán no puede representar ningún riesgo para ti, pero conforme te empapas de lo sucedido encuentras que el automóvil que chocó a los demás, que estaban estacionados, era un Camaro 2011, sin placas, conducido y tripulado por sujetos en estado de ebriedad, que iban manejando como locos…, y hubo muertos, gente inocente, que tuvieron la mala suerte de atravesarse en el camino de esos imbéciles, y te da rabia..., pero al final te das cuenta que esos borrachos asesinos están metidos en cosas muy gruesas, que son prácticamente intocables; entonces no publicas la nota. Me avergüenzo de decir esto, pero así son las cosas hoy en día.”

El mazatleco Froylán Enciso es el otro mosquetero que daría con otro clavo a la misma pregunta: solidaridad. Que los atentados contra medios independientes no se queden en el silencio, hay que denunciar, salir a las calles, sentir como nuestra esa afrenta, esa amenaza, ese asesinato. El egresado del Colegio de México le compartió al público que él es un renegado permanente: cuando renegaba de la inmediatez constante del oficio del periodismo volvía a sus investigaciones históricas, y cuando se hartaba de éstas volvía a las trincheras, aunque a él siempre le ha parecido chocante el tener que tomar una trinchera. Se volvió entonces, un “traficante de historias”, un intermediario.

Froylán recién le traficó a sus compas la fascinante historia que encontró en un documento diminuto del Archivo General de la Nación sobre uno los primeros productores de opio en Sinaloa. El principal de ellos, Melesio Cuén, quien además de narcocultor fue tres veces presidente del célebre municipio de Badiraguato –ahí donde nació don Joaquín Guzmán Loera-, todo esto en los años 30’s del siglo pasado. Además de gomero el viejo Cuén, abuelo del actual alcalde de Culiacán, Héctor Melesio Cuén Ojeda (!!!), era todo un empresario: fue médico, comerciante, agente minero, propietario de la funeraria del pueblo y acaparador de la venta de combustible; algo así como la especie transitoria entre el liberalismo y el neoliberalismo. En palabras de su nieto Héctor, el viejo Cuén “ha sido un gurú para mí, un ejemplo.”

Enciso desnuda el racismo de sus paisanos: contrario a los prejucios de los sinaloenses hacia los chinos, éstos últimos no fueron quienes iniciaron el tráfico de drogas en Sinaloa.

Casi sin quererlo, el híbrido Froylán abre la puerta para la idea propuesta por Diego Enrique Osorno: los periodistas de estos tiempos oscuros deben ser, más que nunca, hombres y mujeres universales, que abreven de todas las fuentes posibles para enriquecer sus investigaciones, que sean atentos y solidarios con todas las trincheras, con todas las luchas. Si tan solo se les garantizara el derecho a ejercer su profesión libremente…

Seguirá…

Si quieren enterarse más del valioso esfuerzo de estos y otros periodistas dignos, entren a http://nuestraaparenterendicion.com/index.php, http://www.riodoce.com.mx/, http://periodistasdeapie.wordpress.com/

Por cierto, les recomiendo un documental buenísimo que aborda, aunque casi de pasada, el estilo de vida de los Zetas vestidos de traje y otros criminales: prostitutas, cocaína, alcohol, saqueos, cinismo y humor negro. El filme se llama “Inside Job”, y lo narra Matt Damon.

Un abrazo, maiceros!!!

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